Desigualdad: una realidad que no debemos ignorar

Opinión
/ 22 mayo 2024

El caso que hoy conmueve a nuestra comunidad debe conducirnos a una reflexión profunda sobre la desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad y afecta a millones de personas

La crónica de los hechos que publicamos en esta edición resulta estrujante letra por letra: una madre, con cuatro hijas menores, llega a la conclusión de que ha llegado al límite de sus fuerzas y no tiene ya opciones para hacer frente a las responsabilidades que le impone su condición de pobreza. La única opción que ve entonces es la de poner fin a su existencia y la de su descendencia.

Por fortuna el epílogo no es trágico. Pero ello ocurre solamente en el sentido de que no se registró un saldo fatal, porque la tragedia sigue allí, ahora agravada por la necesidad de apartar a las menores de su progenitora a fin de conjurar cualquier riesgo futuro.

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Más allá de los nombres concretos de las personas involucradas en esta historia, lo que se retrata aquí es la persistencia de condiciones de miseria en múltiples familias de la Región y del país, cuyas cabezas pasan por situaciones que no son difíciles, sino desesperadas.

El detalle que no puede ignorarse en los datos revelados es el señalamiento de la madre en el sentido de que tomó la decisión porque no tenía dinero ni para comer. Es la historia de una mujer con cuatro hijas que debe enfrentar en solitario la tarea de sacarlas adelante porque el progenitor de las pequeñas abandonó sus obligaciones paternas.

Las normas vigentes obligan a las instituciones gubernamentales a tomar acción. Por un lado deben proteger a las menores y asegurar que puedan acceder a una vida digna, es decir, que puedan tener un techo, alimentarse, estudiar y mantenerse en buena salud. Por el otro, deben indagar si los detalles de la historia configuran un hecho delictivo.

El impulso inicial es el de la condena y el señalamiento acrítico de culpables. Pero se trata de una historia que tiene una mayor complejidad. Hacer justicia en casos como éste obliga a tener en cuenta el contexto y, a partir de este, configurar una salida humana a una historia que sigue siendo una tragedia.

Los retos, en el sentido estrictamente humano, son enormes: en el caso de la madre, en el de las hijas y en el de la necesidad que tenemos, como sociedad, de aproximarnos al caso haciéndonos cargo del fondo: la desesperación extrema a la cual puede conducir la condición de pobreza.

¿Cuántas familias más se encuentran en una situación similar? ¿Qué hacemos −el gobierno, las organizaciones civiles, las iglesias y los individuos− para contribuir a prohijar casos como el que hoy reseñamos? ¿Qué medidas debemos adoptar para corregir la situación estructural de desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad?

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Mostrar compasión en este caso concreto y que ello nos mueva a actuar en apoyo de las menores que sufren un desamparo, es necesario, desde luego, pero insuficiente.

Además de ello es preciso que todos veamos en este episodio estrujante una invitación a realizar un alto en el camino y asumir que las desigualdades sociales no son un asunto estadístico, ni se resuelven con caridad, sino modificando, desde los cimientos, la fórmula que hemos usado para construir nuestra sociedad.

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