Dos derrotas. La última lectura sobre la contienda electoral

Opinión
/ 18 junio 2024

Es casi increíble que todavía haya que hacer precisiones sobre la aún reciente jornada electoral.

Y digo “casi” porque el sesgo de confirmación es uno de los rasgos de debilidad humana más comunes; de allí se explica que una misma realidad nos arroje a veces dos versiones irreconciliables.

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Para entender −a un nivel muy elemental− el resultado del pasado 2 de junio, vamos a poner la elección presidencial en términos de una lucha cuerpo a cuerpo entre dos peleadores.

El detalle más evidente (y el que determina realmente el resultado) es la diferencia de peso entre ambos gladiadores: Mientras que uno es un animal de casi dos metros y 130 kilos de músculos y grasa, el otro era un retaco anémico, de 65 kilos, que no sólo estaba por debajo del peso reglamentario, sino que excede la edad como por 30 años.

Una contienda así no podía ser más dispareja y el resultado más anticipable. Hacerse los sorprendidos ante este “match” es de cretinos.

Y si nos quedamos con esta lectura de lo superficial, podríamos decir incluso que el enfrentamiento fue al menos legal: ganó sencillamente aquel que se presentó a la arena en las mejores condiciones físicas y mentales.

Pero deme un minuto antes de ceñir las sienes del vencedor con una corona de laurel: Resulta que, no obstante su más que evidente superioridad física, es el campeón un arsenal de mañas, tretas sucias y chapucerías, de las cuales hizo gala durante todo el enfrentamiento.

¡Ah, caray! Como que desluce bastante su de por sí poco emocionante triunfo. Incluso para muchos lo invalida (¡Nosotros no lo vamos a impugnar aquí, calma, amigues chairex!).

Aunque no entendemos por qué, si llegó al encuentro en tan formidable ventaja, el campeón se vio en la necesidad de recurrir a las peores prácticas de la disciplina. ¿Así de inseguro? ¡Semejante mastodonte y no pudo enfrentar al alfeñique sin echar mano de golpes bajos!

Bueno, pero pese a todo, el enfrentamiento es sancionado por los jueces y se declara perfectamente válido ¡Habemus campeón!

Espere... ¡Qué! ¿Que el campeón dio positivo a esteroides anabólicos, betabloqueantes, glucocorticoides y hasta cannabinoides?

¡Total, que nuestro supergladiador trae más sustancias que el pollo y anda más alterado que los corridos de narcos! Y no me lo va a creer, pero aun así, con todo y todo, el comité disciplinario declaró que no hay más falta que perseguir y ratificó el triunfo de nuestro atleta vencedor.

La victoria es legal porque así lo declaró la autoridad competente. No tenemos los medios para revertir este fallo. Así que como buenos aficionados hemos de aceptarlo (o no). Independientemente de nuestro juicio, el campeón es el campeón.

Queda a criterio de cada quien celebrar, si así lo desea, a un atleta de tan dudosa virtud o el aplaudir un encuentro lleno de aristas y de tan pobre calidad.

Desde luego, para el fanático a ultranza lo único importante será ver ganar a su favorito a como dé lugar, a costa de lo que sea. No le importa el juego, la civilidad, ni siquiera la calidad del entretenimiento. El chiste es vestir la camiseta con los colores de la victoria y si se puede −¿por qué no?− humillar al adversario.

Juzgue usted si vale la pena pasar por alto tantos señalamientos, engañarse a sí mismo (o hacer como que se engaña), cerrar los ojos, entrar en disonancia cognitiva, en franca contradicción, hacerse pendejo pues, con tal de participar de la gloria y la celebración de un peleador ventajoso, vicioso y chapucero.

¿Es éste su caso? Espero que no.

Ahora bien, dadas las circunstancias antes descritas, los entusiastas del oponente retador quizás estén tentados a suponer, a pensar, a considerar que si bien, en el combate fueron atropellados, se alzan de alguna manera con alguna especie de victoria moral.

¡Pero ni de chiste!

No caiga, se lo suplico, en la autocomplaciente falacia de suponer que sólo por haber salido a pelear en condiciones tan adversas, el oponente en consecuencia y en automático se baña de honor y gallardía.

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No se atreva a hacer de esto una analogía de David contra Goliat, en la que el retador salió a defender todo lo que es bueno y justo, pese a su enorme desventaja con respecto al gigante filisteo. No imagine que por eso y sólo por eso, el oponente se ennoblece, porque no es así.

Si el retador no estaba en forma, si ni siquiera por peso se encontraba dentro de la misma liga que el campeón, es su más completa responsabilidad. Tuvo literalmente años para prepararse, para entrenar, para ganar masa muscular, para construir su cuerpo y una estrategia. En cambio, al cuarto para las doce agarró el primer calzón colorido que vio y se lo colocó como máscara antes de salir al cuadrilátero.

El oponente, en todos estos años, se dedicó a cualquier cosa excepto a trabajar en su físico y en sus habilidades.

Si estaba anémico y bajo de peso es porque se prodiga insalubres excesos, porque no se cuida ni se alimenta debidamente, no obstante tiene un considerable presupuesto para ello.

Ser viejo pudo ser de hecho una ventaja, dada la experiencia ganada en sus glorias pasadas; en cambio salió a pelear con la pericia de un novato y los nervios de un debutante.

Las mañas que le aplicaron tampoco le son desconocidas, en absoluto. El hoy retador oponente las utilizó durante décadas durante sus mejores años. ¡Muchas son de hecho de su propia invención! Así que tampoco es un peleador cuya reputación sea la de jugar limpio; por lo que no me vengan ahora con el cuento de la superioridad moral. El retador es igual de rudo, cochino y tramposo, sólo que ahora ni chance le dieron de persignarse.

No se confunda, por favor. Aunque hay mucha bajeza, ruindad y señalamientos en contra del triunfo del campeón, no hay nada en lo absoluto que ennoblezca la derrota de su oponente retador.

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Alguien tenía que llevarse el título y eso fue todo. No hay nada de que enorgullecerse tras aplastar a un insecto con maliciosa ventaja, como tampoco hay ningún mérito en ser un insecto sin imaginación ni táctica.

Siéntase libre de celebrar la victoria del campeón o de experimentar la superioridad por la causa del retador, lo que mejor le venga y convenga.

Yo veo dos derrotas de dos deplorables gladiadores.

Dos derrotas... Tres, si contamos la del respetable.

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