El ocaso del PRD: Réquiem para un partido político
Como premio de consolación, las pasadas elecciones nos arrojaron como saldo un partido político muerto y dos más gravemente lesionados.
El hoy occiso respondía al ya olvidado nombre de Partido de la Revolución Democrática (PRD para los cuates), también conocido en su momento como el “partido del Sol Azteca”.
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Aunque en una primera instancia, considero prerrogativa ciudadana nuestro sacrosanto derecho a hacer escarnio del fracaso de cualquier agrupación política en México, creo que en el caso del “perredé” es justo hacer adicionalmente una pequeña reflexión, sin ánimos de ponernos demasiado solemnes.
El PRD nace de una de las más grandes injusticias de la Historia del México contemporáneo: El robo de la elección de 1988 (la de la mítica “caída del sistema” de Manuel Bartlett) y de la que habría resultado triunfador legítimo el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, aunque el régimen declaró ganador a su candidato, Carlos Salinas de Gortari.
La indignación nacional estaba a flor de piel. Era real y no resultado de estarle calentando la cabeza a diario a los ciudadanos.
Muy al contrario, “El Inge” atemperó los ánimos de los más enardecidos, los convenció de que no había manera de demostrar el fraude y de que el único camino posible era la vía de las instituciones.
Así, junto con el segmento inconforme del Revolucionario Institucional (una supuesta corriente democrática al interior del viejo tricolor) y la suma de otras organizaciones políticas de corte socialista, se consolidó la creación del PRD, un partido de corte socialdemócrata.
Mi incipiente interés en temas políticos electorales de aquellos años me bastó para intuir que el pensamiento de izquierda (con el que siempre me he identificado) por fin tenía debida representación en la boleta. No sólo una opción para hacer de comparsa en las elecciones de estado organizadas por el PRI-Gobierno, sino una alternativa de verdad y con posibilidades reales de hacerse con la Presidencia para dar un positivo golpe de timón al rumbo de la Nación.
Spoiler alert! No lo consiguió: El Inge Cárdenas cabalgando en el jamelgo amarillo se cansó de quedar siempre a un palmo del ganador (en el 94 detrás de Ernesto Zedillo, en una elección orquestada por el propio Salinas de Gortari; y en el 2000, detrás del vato con botas, Vicente Fox, cuando nace efectivamente el PRIAN, tras la negociación de la alternancia y un pacto de no agresión entre las divisas involucradas).
Se destaca, sin embargo, que el PRD llegó a ser la segunda fuerza política en el País, con una dominancia imbatible en la jefatura/gubernatura del DF/CDMX.
Tuvo su desgracia el PRD en acoger como hijo predilecto a uno de sus miembros fundadores, el expriista Andrés Manuel López Obrador, quien se apoltronó como caudillo único del partido.
Y una vez que al señor Pejelagarto le dijeron que era momento de soltar, de dejar ir y de darle la oportunidad a alguien más, hizo don Andrés lo que mejor le sale: Un berrinche. Y se marchó con todos los que ya habían invertido sus convicciones políticas en el proyecto AMLO.
López Obrador dejó al PRD como un cascarón, totalmente hueco, desprovisto de órganos, de esqueleto, de fluidos vitales y fue con ello con lo que construyó su nuevo imperio, el llamado Movimiento de Regeneración Nacional.
Pero algo muy importante olvidó llevarse consigo don Andrés (no, no fue a don Porfi). Se llevó el activo político, la militancia sin duda y no hablemos del voto cautivo; las ganas de llegar a la Presidencia, no se diga; y el hambre más perruna de poder.
Se le olvidó llevarse sin embargo los principios e ideales de la socialdemocracia bajo los cuales se fundó el partido amarillo.
Es obvio que Morena se mueve bajo un principio único y un ideal inamovible: La caprichosa voluntad que emana de los morenos tompiates de Su Alteza Macuspana.
Eso sí, Morena se adueñó de la denominación de “izquierda” y se fusiló párrafos de aquí y allá a la hora de redactar una plataforma política y un proyecto de Nación, mismos documentos que jamás volvieron a revisarse porque se ha ido improvisando día con día durante la presente administración.
Sorteando dificultades, apagando infiernillos, improvisando, desdiciéndose y contradiciéndose, pero sin más agenda que la consolidación de un poder absoluto para repartirse entre la élite del partido, el Ejército y el narco.
Pero ni un sólo ideal de izquierda al que perseguir. Eso sí, mucho populismo y demagogia. Muchísimo presupuesto en programas sociales administrados sin metodología ni objetivos claros.
Claro que si usted todavía insiste en afirmar que Morena, la 4T o AMLO son bastiones de la izquierda, le suplico por favor me indique, ¿en dónde está esa ideología de izquierda?
¿En la absoluta militarización de la vida pública? (Pese a que arribó al poder sobre la promesa de que revertiría dicha situación).
¿En el incremento de capital que los empresarios más ricos de México experimentaron durante este sexenio?
¿En el total desdén del Presidente por las causas sociales? (Víctimas de la violencia, periodistas asesinados, activistas en derechos civiles, ecologistas, madres buscadoras, feministas).
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¿En su desprecio por la ciencia en favor del neoprimitivismo (la religión, los “saberes ancestrales”, la “herbolaria”)? ¿En la reserva de datos públicos sobre las obras y contratos del sexenio?
Todo lo antes enlistado no sólo atenta contra las más elementales nociones de la izquierda, sino que de hecho coquetea con la derecha más reaccionaria, facha y autoritaria.
¿Extrañaremos al PRD? ¡Desde luego que no! Y menos en la condición de caricatura a la cual estaba reducido.
Lo que sí, es que seguiré (seguiremos muchos) echando en falta una real opción de izquierda para cruzar en la boleta.
Y es que pese a todo, es la izquierda la única dirección a tomar para salir del atolladero en que está metido México y buena parte del mundo. Desde luego, hablo de una izquierda real y no del populismo zurdo que hemos recibido a cambio.