El Adagio de Barber
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Lo que sí es inusual es que una obra circule, y con éxito, con nombre impropio, por decirlo de esta manera
El Adagio de Samuel Barber, escrito en 1936, fue el segundo movimiento del cuarteto de cuerdas Op. 11. Por méritos propios el Adagio ganó popularidad como pieza independiente. No es inusual que descuelle una parte de cierta obra mayor, y vuele con alas propias. Ha ocurrido con La Marcha nupcial, tan recordada por (casi) todos, de Felix Mendelssohn, intermezzo entre los actos IV y V de la música incidental de la obra teatral Sueño de una noche de verano, Op. 61. El Claro de luna de Claude Debussy originalmente forma parte de la Suite Bergamasque, de 1890. El Adagio de Albinoni, que no es de Albinoni. Se trata de una obra escrita en 1945 por el italiano Remo Giazotto, biógrafo, clasificador y catalogador de la obra integral de Tomasso Albinoni. Como ese mismo 1945 apareció la biografía Tomaso Albinoni, ‘musico violino dilettante veneto’ (1671-1750), de Giazotto, el editor del Adagio aprovechó para decir que éste fue escrito sobre trozos de un manuscrito de Albinoni. ¡Mentira pelona!
Lo que sí es inusual es que una obra circule, y con éxito, con nombre impropio, por decirlo de esta manera. En general a las obras clásicas se les conoce por el tipo de composición de que se trate: sinfonía, poema sinfónico, cuarteto para cuerdas, sonata, misa, y así. Por lo general cada uno de estos nombres refiere a una estructura específica, con propósito y extensión dados. La sonata, por ejemplo, alude a una obra musical construida sobre tres o cuatro movimientos. Cada uno varía en tempo, carácter y con tema propio que se expone, desarrolla, recapitula y cierra. Tradicionalmente abre un tempo dinámico —Allegro. Le sigue un tempo lento, pausado —por eso se llaman Andante o Adagio—, más bien reflexivo o lírico. Cierra con un nuevo movimiento alegre, quizá más veloz que el primero —Allegro Presto—, y tendiendo a un final que sintetice en su conclusión los temas de los movimientos precedentes. Permítaseme referir al estimado lector, la Sonatina en do mayor, Op. 36, No. 1, de Muzio Clementi, en la que se ven de un modo especialmente claras cada una de las partes internas y externas de la Sonata.
Desde Beethoven, algunas sonatas contemplan un cuarto movimiento, entre el segundo y el tercero, con un tempo rápido y de carácter juguetón, llamado Scherzo, del italiano “Broma”; o reiterativo y lúdico como ronda infantil, llamado Rondó.
Como se acaba de ver, palabras como Allegro, Andante, Rondó, etc., refieren el tempo y carácter del movimiento, dentro de una obra. Pero no fuera de ella. Llamar Adagio a una obra es lo que en poesía sería una sinécdoque: tomar una parte por el todo. ¿Es pecado? No, claro que no. Se ha hecho con el tercer movimiento, Rondò Alla Turca: Allegretto, de la Sonata para piano No. 11 en la mayor, K. 331/300i, de Mozart, y nadie le ha dado la queja al rey.
Samuel Barber (1910-1981), compuso el cuarteto de cuerdas Op. 11, aun siendo estudiante de la Academia Americana de Artes y Letras. Ahí, su maestro Arturo Toscanini (1867-1957) le planteó un tratamiento del adagio, como obra independiente. El joven Barber así lo hizo, tras lo cual lo remitió a su maestro sin recibir comentarios a cambio. Toscanini lo había considerado perfecto, lo que tampoco dijo a Barber, solo se limitó a estrenarlo en 1938 con la Orquesta Sinfónica de la NBC. Con un padrino como aquél, y una obra tan bella como esa, Barber pronto fue conocido y sus obras bien recibidas.
Originalmente el Adagio para cuerdas es interpretado por un cuarteto de cuerdas —dos violines, una viola y un chelo—, aunque hay una transcripción para orquesta de cuerdas, que es la forma más frecuente de escucharla. Si uno cierra los ojos y se entrega a sus oídos, la obra sugerirá el devenir de una enorme ola apacible, deslizándose entre los instrumentos, vivificándolos y a la vez alimentándose de ellos. Así va creciendo, cobrando fuerza hasta alcanzar su escala más alta, y desguazarse como la luz de la luna tras un día de tormenta.
En 2004 el Adagio de Barber fue la “obra clásica más triste”, según los radioescuchas de BBC’s Today. Desde 2005 la grabación Arturo Toscanini de 1938, forma parte del Registro Nacional de la Grabación en los Estados Unidos, en la Biblioteca del Congreso.