El delirio de grandeza
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Dejando de lado los éxitos o fracasos en su desempeño como gobernantes, encuentro que tienen un común denominador: el delirio de grandeza, el afán de pasar a la historia.
Unos serán menos autoritarios que otros o quizá más o menos tolerantes con sus críticos de la opinión pública abierta o de los medios de comunicación que consiguen sortear su control. Está claro que suelen autopromoverse, autoelogiarse e insistir en que ocupan u ocuparán un lugar destacado en la historia de los países que gobiernan.
En Rusia, Vladimir Putin parece aspirar a convertirse en el moderno zar que hará olvidar el colapso del bloque soviético y reconstruir la grandeza y esplendor de la Rusia zarista. Exagente de la KGB, la atroz policía secreta del Estado soviético, sufrió en carne propia la humillante victoria de sus adversarios del espionaje, los franceses, estadounidenses y británicos, al terminar la Guerra Fría.
En Estados Unidos, Donald Trump y su movimiento para “recuperar la grandeza de Estados Unidos”, hicieron una apuesta similar. Decía Trump ser el mejor presidente de Estados Unidos, sólo a la altura de George Washington y Abraham Lincoln.
En Turquía, los seguidores del presidente Recep Tayyip Erdoğan dicen que este es el nuevo Atatürk, el padre fundador de aquella nación. Para ello tuvo que abandonar sus apuestas originalmente liberales que distinguían a Turquía del resto del mundo islámico. Para justificar sus ambiciones de grandeza, ahora corteja al radicalismo.
En China, Xi Jinping mueve sus fichas hacia el próximo congreso del Partido Comunista chino. Con mano firme se ha deshecho de sus adversarios. Ha encargado una revisión de la historia moderna del país para posicionar sus ambiciones de largo plazo, grandeza incluida. Apuesta a lo que ni los poderosísimos expresidentes Jiang Zemin y Hu Jintao se atrevieron: equipararse a Mao Zedong y Deng Xiaoping, mientras busca extender su mandato más allá de cualquier otro.
En México, tenemos a López Obrador. Mediante su cuarta transformación acuerpa su deseo de imponer para sí, un lugar en la historia. Sus opositores creen que lo mueve la afán de medrar al amparo de la corrupción, como sucede con muchos de ellos, pero creo que se equivocan.
La locura de López se encuentra en otro lado: en el ejercicio irrestricto del poder. Eso lo mueve cada día, aspira así a equipararse con las figuras de Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas, en el “Altar de la Patria”.
Entre estos “cinco fantásticos” del populismo mundial, solamente López Obrador y Trump encabezan o encabezaron una democracia electoral, con todas sus imperfecciones pero democracia al fin.
Trump, a pesar de sus pataleos y berrinches perdió, y ahora espera reconquistar el poder perdido, no está cruzado de brazos.
En México, el ejercicio del poder absoluto, sin contrapesos, pende de unos cuantos votos en el Senado de la República y de la muy priista premisa de la no reelección. Parece claro que, demócratas o no, estos cinco personajes quieren forzar para sí un lugar en la historia.
El paso del tiempo suele decidir de manera muy clara quién resulta olvidable y quien memorable, ya sea como héroes o como villanos, sin olvidar que los intereses de las elites que subsisten o se renuevan nunca han sido ni serán ajenos a este ejercicio de valoración. Algunos personeros de estos intereses suelen ser tan delirantes como los exgobernantes mismos. No gastemos nuestra pólvora en infiernitos, para el ciudadano de a pie, la historia se escribe en otras trincheras.
@chuyramirezr