El discurso maniqueo de la oposición

Opinión
/ 10 noviembre 2024

El maniqueísmo se fundamenta en la existencia de dos principios creadores en conflicto permanente: el bien y el mal. Este fenómeno se percibe perfectamente en nuestro país porque la herencia cultural y religiosa, proviene del cristianismo, lo tropicalizó, colocándonos desde siempre en la dinámica del pecado y de la gracia, de lo moral y lo inmoral, de lo correcto y lo incorrecto. El problema de la narrativa es que para muchos no hay intermedios, no hay colores, todo es blanco o todo es negro, donde todo es bueno o todo es malo.

Héroes y villanos, corruptos y honestos, fuertes y débiles, ricos y pobres, buenos y malos, son los binarios sociales que hemos manejado históricamente como herencia de un legado maniqueo que, sin ser cristiano, lo tomaron los cristianos para recrudecer la dinámica del discurso de salvación, donde los buenos se van al cielo y los malos al infierno; es lo que observamos en los discursos actuales, en los cuales satanizamos o canonizamos. ¡Qué complicado!

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El problema es que, en un país con una herencia religiosa como la nuestra, los malos son todos aquellos que no son parte de nuestro grupo –de nuestro partido, de nuestro equipo, de nuestra iglesia, de por quienes votamos– ni tiene nuestra forma de pensar. En fin, seguimos con una visión miope donde el trasfondo es “si no soy yo, no es nadie. Yo soy el bueno, ustedes los malos, los ineptos, los ignorantes, los dictadores, los autoritarios, los insensatos”.

¿Es ese el discurso que terminará con el gobierno de la Transformación? ¿De verdad, quienes lo utilizan, creen que así van a regresar a gobernar nuestro país? ¿Qué no les ha bastado el pasado reciente para darse cuenta de que esta dinámica de insulto y agresión, que es respondida con insulto y agresión, es improcedente? La gente ya no la compra, ya no la cree, es más, hasta resulta necia y parece más un discurso de despecho que razonable.

Lo que están demostrando quienes lideran –por cierto, cada quien por su lado, esta llamada “oposición”, que sinceramente no creo que lo lleguen a ser– es que el presidente anterior no era tan demoniaco como nos lo ponían y nos lo repitieron hasta el cansancio, y que posterior a las elecciones de 2024 habrían de encontrar una nueva figura que encarnara la maldad, la ineptitud y la insensatez.

Más que claro, los maniqueos son ellos. Y por eso los malos son los que gobiernan. Sus visiones de estado, sus reformas, sus prácticas, sus costumbres, la procedencia de su movimiento, la sociedad que proponen, la operación que realizan. Por eso, el backstage de la maldad en su discurso monocultural se relaciona con el autoritarismo, con la dictadura, con la llegada del comunismo, con la quema de los templos, con el sionismo local –que por cierto parece ser que en Medio Oriente no hay nada y ahí el sionismo es incólume, puro, sacrosanto–, con la venezonalización del país. El mensaje es “si no somos nosotros, no es nadie, porque nosotros somos los buenos”. Maniqueísmo puro.

El activismo político, si este lo fuera, no va por ahí. No es a través del megáfono de los medios como se logra cambiar el estado de las cosas, porque en eso consiste el activismo político, no es tumbando los poderes establecidos, no es ir sistemáticamente en contra de la propuesta –la que sea– de los gobiernos en turno.

El activismo político arrastra los pies, construye, visita, genera programas, encuentros, lucha por una sociedad más justa, desde la sociedad misma, no desde el protagonismo de los medios o del famoso slacktivism (activismo de sillón), que con unos cuantos pesos se logra.

Si de verdad quieren cambiar el estado actual de las cosas –panistas, priistas y algunos empresarios que hoy reclaman la intervención norteamericana, la anulación de la reforma judicial y todo lo que proponga el oficialismo– tendrán que dejar de vociferar, de dividir y de polarizar, algo de lo que acusaban al gobierno anterior y contrario a lo que no han hecho en su vida; ponerse a realizar trabajo hormiga por los pueblos y las ciudades, en los barrios marginales y en las clases medias, en las empresas y en las universidades, en los medios convencionales y en los no convencionales; con un programa, con un proyecto y con nuevos rostros, porque no han entendido que la gente ya no les cree a los mismos.

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Sí, los mismos. Los perdedores de campañas, de gobiernos, de estados, los que se reparten organismos, control de universidades y notarías, los que no entendieron que no es Morena la que arrasa, sino ellos con su ineptitud y falta de ideas los que hicieron que la población se hartara, se cansara; los mismos de siempre, los que no dan oportunidad a nuevos rostros, a nuevas ideas, a nuevas formas de hacer política.

Esos mismos que no han entendido que la dinámica de posicionarse en el gusto del electorado y del pueblo de México no se los va a dar la cantidad o el nivel de improperios, insultos, denostaciones, confrontaciones o acusaciones que hagan del actual gobierno, y que lo que hacen con esa práctica sistemática es legitimarlo, pero sobre todo fortalecerlo. Simplemente no se han dado cuenta del lugar que ocupa la figura femenina en el ideario de un país tan maniqueo como en el que vivimos. Una oposición y un activismo tan precario no le hace ningún flaco favor a la democracia mexicana. De visiones maniqueas, una buena cantidad de mexicanos ya nos cansamos. Así las cosas.

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