El encantador mundo navideño del Saltillo de antaño y también de hogaño

Opinión
/ 18 diciembre 2022
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La Navidad siempre trae consigo el recuerdo de navidades pasadas, sobre todo de aquellas de cuando éramos niños, hace ya muchos años, y nuestra ciudad también era otra. Pequeña, con un comercio proporcionado al número de habitantes y establecido únicamente en las calles del primer cuadro, el Saltillo de ayer debe quedar registrado en las crónicas de hoy.

Nada de tiendas de autoservicio ni centros comerciales, no existían entonces. Las tiendas, dirían ahora, eran especializadas: unas vendían exclusivamente ropa, otras zapatos, otras libros; había las de telas, las de estambres y las que vendían café molido o en grano, también las de música que ofrecían instrumentos musicales y discos de acetato; otras eran papelerías, y para todo lo relativo a la fotografía, estaba la famosa Casa Foto, de Armando Castilla; otras eran mueblerías o ferreterías o las de materiales para la construcción. Las tiendas de alimentos ofrecían principalmente latas, conservas, vinos y ultramarinos, porque la harina, los granos, las sopas, los dulces y lo que se consumía a diario se vendía en las tiendas de la esquina y las del barrio, aunque sí había dulcerías y también los dulceros callejeros que cargaban una vitrina y sus patas de tijera y se establecían en cualquier calle o placita. Las fruterías y las carnicerías se ubicaban, la mayor parte, en el Mercado Juárez, y las demás en barrios privilegiados. Por varias décadas hubo un gran comercio especializado en loza, cristalería y regalos, la PH o Proveedora del Hogar.

Una de las tiendas más completas era la Ferretería Sieber, que todavía hoy vende, además de productos de ferretería y materiales para construcción, regalos, línea blanca, ollas y demás enseres para la cocina. En épocas navideñas, la Sieber se convertía en el paraíso infantil, era la tienda que vendía más juguetes en la ciudad, si no es que la única, y sus aparadores exhibían todo lo que entonces los niños y las niñas podíamos desear: muñecas, trastecitos, patines, bicicletas, y la gran atracción: un trenecito eléctrico compuesto de máquina, vagones y cabús, que daba interminables vueltas sobre una vía ovalada, a un lado de la cual había una estación y postes de señalización que encendían su luz roja cuando iba a pasar el tren. Como todos vivíamos en el centro, íbamos todos los días a ver el aparador de la ferretería para escoger el juguete que pediríamos al Niño Dios para la Navidad. Santa Claus no había ingresado todavía a aquel pequeño mundo que era Saltillo. Casi todas las tiendas adornaban sus aparadores con la representación del Nacimiento en figuras de barro y competían entre ellas para poner el más lucido.

Una bella costumbre del comercio, perdida para siempre, era que una noche de diciembre, en los aparadores de las tiendas más grandes se montaban cuadros plásticos vivientes representando escenas relativas a la Navidad, desde la Anunciación hasta la presentación del Niño en el Templo: el portal de Belén con Jesús, María, José, el ángel, los Reyes Magos y pastorcitos, de los cuales algunos cargaban un pequeño borreguito. Casi siempre el bebé que representaba al Niño Jesús lloraba y pataleaba y los borregos balaban, para regocijo de todos. Entonces se corría una cortina sobre el aparador y los actores descansaban, el niño comía y los borregos también. Aquellas noches, Saltillo entero se volcaba a las calles para visitar los aparadores y “vivir” las escenas del Nacimiento, basadas especialmente en la narración de Juan el Evangelista.

Entonces era ese el espíritu navideño, ahora es básicamente compras, reuniones, regalos y la cena de Navidad, sin recordar qué es la Navidad misma. En muchos hogares el pino, cada vez más cargado y colorido, desplazó al Nacimiento.

Volver al pasado es imposible, pero no así el recordar el motivo por el que las familias y los amigos nos reunimos en la Noche Buena, cada quien según sus propias convicciones religiosas, así como decirle a cada uno lo mucho que lo queremos y rogar todos juntos para que vengan días mejores que los que vive hoy nuestro México y el mundo entero.

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