El infinito en un junco

«La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa».
¿Cómo saber cuándo nos encontramos ante una obra maestra de las artes? Podemos enumerar muchos barómetros, pero quizá ese tipo de cosas se sienten en las entrañas por el asombro que son capaces de provocar en quien tenga la fortuna de encontrarse ante ellas por primera vez, por ello la respuesta siempre estará influenciada por las preferencias del personal tribunal de quien opine sobre la cuestión.
En esta geografía, las grandes creaciones se caracterizan por su afilada puntería para sacudir una de las partes primigenias y esenciales de los seres humanos, su capacidad sensorial. Siendo así, no es casual que ramas del arte tan recurridas por el gran público como el cine, la música, la danza y, por supuesto, la literatura trasciendan en función de la cantidad de personas que consigan agremiar en términos de la empatía y curiosidad que despierten sobre un potencial y caprichoso auditorio, lo cual no es de extrañar, pues pocas cosas alivian tanto al ser como identificarse con el sentir colectivo materializado en una obra, es decir, la quintaescencia de la compenetración emocional.
Más difícil es lograr consenso, resulta la mar de complicado generar una impresión unívoca sobre un grupo que podría superar con creces el adjetivo “heterogéneo”, donde ya de por sí cada uno de los involucrados tendrá una impresión propia, genuina y probablemente distante de las demás.
Un ejemplo notable de estos casos extraordinarios es el ensayo El Infinito en un Junco (2019) de la filóloga Irene Vallejo, en donde el protagonista es el más inesperado de los posibles, quien sabe si hasta uno de los más galanes, el libro. Sus orígenes, historia, travesías, metamorfosis y los alcances que tiene sorprenderán a más de uno, en cuyo catálogo de posibilidades no es exagerado aseverar que se encuentra la posibilidad de cambiar el sentido de una vida.
El relato comienza de tal manera que no pareciera tratarse de un ensayo en el cual se enumerarán un sinfín de datos y referencias soporíferas, sino que abre la lata con una gesta épica en donde un contingente de caballeros recorre las llanuras de un mundo por explorar y repleto de historias que merecen ponerse por escrito, quien sabe si en papel, madera, piedra o cualesquier material que permita la trascendencia del conocimiento.
Justo en ese mágico tono se relatan las mil y un peripecias que pasó ese objeto que nos engaña con la quietud que guarda en los libreros en donde pareciera dormir el sueño de los justos, sabiendo que dentro de sí ocurre algo que el poeta Giuseppe Ungaretti condensó como solo los de su especie saben hacerlo... “me ilumino de inmenso”.
Así, la autora pone en jaque la difusa delimitación territorial que separa a la imperante pangea de los géneros literarios, al escurrirse de manera erudita del ensayo para sumergir al lector en una potencial novela histórica que le llevará a una cámara del tiempo en donde habitan civilizaciones como la fenicia, egipcia, persa, helénica, romana y -por supuesto- la contemporánea de refilón.
Estas narraciones tan domésticas por cercanas han logrado transmitir valores sumamente importantes y que se encuentran amenazados desde tiempos inmemoriales tales como la libertad, la belleza, la sabiduría, justicia, gratitud y una retahíla tan prolongada que es imposible no remitirse a las fábulas de Esopo, las heroicas gestas de Alejandro Magno, la ética de Aristóteles, las reflexiones de Platón sobre el amor o los experimentos científicos de Euclides y Pitágoras.
El libro es la confirmación de que los humanos somos, ante todo, seres de la oralidad, necesitamos contar lo que pasó, lo que pasa y aquello que podría venir a la manera de Tolkien: relatando nuestra mejor historia junto al fuego. La ventura de haber aparecido, accidente fortuito como el Big Bang, permitió desprenderse de la dependencia de memorizar para preservar por escrito eso que Milan Kundera definió como la cultura de los pueblos, es decir, la memoria, la conciencia, la historia, ergo, el modo de vivir y de pensar. En suma, el modo de resistir y persistir, bien lo dijo Paz, contar es cantar.