Octubre es mi mes favorito, no sólo porque es el cumpleaños (¿natalicio?) de su guía espiritual y asesor político sentimental de confianza, yo mero. Es también que el clima está perfectamente templado, los colores y sabores de la temporada son inspiradores y celebramos la fiesta pagana por excelencia: El Halloween, la excusa perfecta para que los niños sean disfrazados como los referentes culturales de sus padres; los adultos se disfracen como héroes infantiles y las mujeres se caractericen como la versión “nopor” (XXX) de cualquier personaje del cine, la TV o la literatura.
Si a mí me lo preguntan, es mucho más gratificante y mil veces menos estresante que la Navidad, por ejemplo. No hay que preparar una costosa y elaborada cena que no termina de convencer a nadie, ni hacer compras de pánico de regalos para la familia o participar en los enfadosos intercambios con los insoportables colegas de la oficina. Nada, sólo aventarle algunos dulces a los niños pedigüeños para ganarse el derecho de salir más tarde a embriagarse vestido como la copia turca barata de Robocop, el Capitán América o la niña de “El Exorcista”.
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Todos felices... Excepto, claro, los mochos, aguafiestas, persignados y santurrones del sector católico más conservador (y de algunas otras denominaciones evangelistas), que quieren hacer sentir mal a las criaturas por “celebrar el culto a la muerte, al ocultismo, a la brujería y al Señor de las Tinieblas” que no, no es Manuel Bartlett (por aquello de la opacidad administrativa que puso bajo reserva toda la información concerniente a sus bienes y propiedades).
Me informan mis informantes (que para eso son, ¿no?) que en San Patricio Plus hay una distinguida dama de la rancia sociedad sarapera que a los niños en el Día de Brujas en vez de dulces les regala ¡estampitas de santos! Tengo que informarle a doña Corcuera, como sea que se llame, que como resultado de esa transacción “truco o trueque”, una de las partes involucradas va a arder en el Infierno y no serán los niños disfrazados.
De vuelta con los puritanos religiosos, nuestro Obispo local se ha manifestado abiertamente en años pasados en contra de esta celebración. Pero es sencillamente ridículo sugerir siquiera que a un niño, escuincla o chamaque le va a dar por militar en las huestes de Luzbel sólo porque una vez al año explora lúdicamente todo el imaginario fantástico, disfrazándose de Drácula, la momia o visitador del SAT.
Bueno... ¿Y si lo hicieran? Déjeme decirle que, con excepción del agente hacendario, vampiros, momias, demonios, fantasmas, zombis y licántropos no existen (como tampoco existe todo el imaginario religioso, dicho sea de paso, pero eso lo dejamos para discutir en otro momento).
Además, no recuerdo que nadie haya matado, asesinado o cometido genocidio en nombre del vampirismo. Ni siquiera el culto o adoración a don Satanitas (que chiflados no faltan) reclama sacrificios o derramamiento de sangre, como suele creerse, muy a diferencia de la noción de Diosito, en cuyo dulce nombre se han emprendido algunas cuantas guerras, persecuciones y chamuscamientos públicos.
Así que, no hay que ser doble moral y deje que las criaturas se diviertan, que no por celebrar el “juagulín” se van a corromper ni se van a pasar al lado oscuro, o van a extraviar su moral (al menos no más que la de sus papás quienes, como ya dijimos, en esa misma fecha más noche, se van a entregar con todo al desenfreno y a la calentura).
Me parece increíble que algunos encuentren objetable esta inocente diversión y la denuncien con mayor firmeza que todas las aberraciones que ocurren en su bendita Santa Madre Iglesia. ¿Le suena conocido?: Abusos, casos de pederastia, trabajo esclavo, acumulación de riquezas, desfalcos, lavado de dinero, participación financiera en la fabricación de armas y la industria pornográfica.
En todos esos pecadirijillos incurre la religión cristiana, pero no, el problema es un chamaco el 31 de octubre disfrazado diablo pidiendo dulces. ¡Claro!
Así exactamente se las gasta nuestro gobierno, desde el sexenio pasado y ahora, durante el desarrollo del Segundo Piso de la tan celebrada Transformación a cargo de doña Claudia Sheinbaum.
Aunque tenga varias entidades literalmente en llamas a causa de la inseguridad (amén de incontables damnificados por las catástrofes y mil otros desmanes políticos, sociales y administrativos que atender), nuestra “flamanta” Mandataria se dio el lujo de insistir con la cantaleta de las disculpas pendientes que la Corona Española tiene para con los pueblos indígenas mesoamericanos, porque claro, eso es lo que nos está deteniendo el progreso, obstruyendo el desarrollo y mermando nuestra calidad de vida.
No es el crimen organizado, desde luego, ni la manera en que éste ha diversificado su industria hacia la extorsión, el cobro de piso y de tránsito carretero, que lo encarece absolutamente todo e inhibe la inversión local y extranjera en cualquier actividad productiva. No, eso no es grave.
Como tampoco es grave que, ante la política cuatrotera de no confrontar al narco, sino “atender el problema desde las causas” (que ya discutiremos), los cárteles se pasean y operan a sus anchas por todo el territorio nacional y, cuando es menester enfrentar a una banda rival, hacen de cualquier municipio o entidad una auténtica zona de guerra, ante la atónita indefensión de un Ejército que reconoce que la restauración de la paz no depende de ellos, las Fuerzas Armadas, sino de que los señores narcotraficantes dejen de estarse “peliando”.
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Pero claro, doña Clau, el problema más urgente de atender es aquella vieja rencilla diplomática que, por cierto, ya está saldada, pero que el viejito que la colocó en la silla presidencial tuvo a bien revivir como fantasma del pasado, como petate del muerto, como esqueleto del armario, para desviar el foco de atención hacia una discusión estéril, un tema agotado y de sobra dirimido.
Cabe recordarle a la primera Jefa del Ejecutivo de México (lo mismo que a los ministros religiosos) que los demonios no habitan el inframundo, ni están del otro lado del Atlántico. Están entre nosotros, son de carne y hueso, y están haciendo de este mundo un verdadero infierno, con total impunidad, ante su más completa indiferencia; sin molestar un sólo ápice de todo el enorme poder que les fue conferido, es decir, sin que hagan absolutamente nada.