El placer del servicio

Opinión
/ 9 julio 2024

Era una tarde acalorada, mucho ajetreo, un día complicado. No pude comer, estaba en una junta vecinal en una plaza donde enfrente habita un lugarcito de comida italiana que despedía un aroma que hacía que mis tripas más se alborotaran. Al fin terminó el compromiso y tomé camino para darle gusto a todo el conjunto de emociones que significa comer.

Entré al sitio y elegí el piso intermedio del lugar, que se tornaba romántico y muy acogedor. Se acercó la mesera muy amable y me recibió con un agua infusionada helada, que me alentó al siguiente paso: Ordenar. Pedí una pasta Alfredo con camarones, mientras llegaba, me otorgaron unos panecillos recién horneados, una mordidita me cambiaba todo el agotamiento ya sentía mi cuerpo por no haber recibido alimento a las 5: 00 P. M.

¡Mamma mía! Llegó la restauración con una copa de vino de la casa. Los sabores de la pasta, la temperatura correcta, el sorbo de vino, todo era perfecto. Mientras comía, disfrutaba de una música tenue adecuada a la atmósfera, la ventana de mi derecha, llevaba a mis ojos a esa plaza verde y soleada, cerraba mis ojos en cada bocado. El conjunto de todos los elementos eran una medicina tan amigable. Llegó el postre y con él la lluvia, entonces me fui a un lugarcito en la Toscana, con Pavarotti susurrándome con su maravillosa voz. Ese tiramisú que acariciaba mis labios, para observar frente a la ventanita con molduras de madera, a una parejita estaba a punto de disfrutar una pizza Margarita.

Los chicos se daban un besito y bebían un poco de clericot, era la escena perfecta. Disfrutaba el murmullo de la lluvia y esa belleza que es ver la fusión del sol y el agua al mismo tiempo, la salida de las nubes.

Todo fue un conjunto de alma, mente y estómago hambriento. En 1765 cuentan por ahí que un hombre llamado Dossier Boulanger , que tenía un mesón, colgó en la puerta un letrero : “Venid a mi casa hombres de estómagos cansados que yo los restauraré” Esto fue en Paris, de ahí nace el término de restaurante. La historia es más larga, ya hablaremos de esto en otra columna.

La experiencia es tal cual, me restauré. Con gozo otorgué una excelente propina a este espíritu conductor de emociones. Deseaba decirle al chef en turno que me había hecho el día, al propietario que había sido mágico.

Es impagable sentirse así, quienes nos dedicamos a la cocina lo sabemos, por eso no entiendo este despoblado sentido del servicio gastronómico, la rotación, la falta de vocación, la fortuna de transmitir esas emociones que otorga la lealtad a lo que se ama.

Me indigna esta frase: “Busca trabajo, aunque sea de mesero” cuando un mesero es el encargado de tu restauración, es la conexión de la cocina a la mesa. Ahora bien, estas oleadas de generaciones de “chefs“ que no se vinculan con el verdadero sentido por el cual tomamos un sartén. Si podemos conectar con los ingredientes, si podemos transformar, si podemos llevar a un ser humano a un mejor lugar, ¿por qué están tantas cocinas abandonadas, en medio del caos sin el menor sentido de humanidad?

Porque la cocina es humanidad, es un acto de espíritu, de intención. Los que amamos esta misión, seguiremos en esa búsqueda de la lealtad al comal y los recuerdos de infancia que la mayoría nos han llevado ejercer el mismo acto de amor que recibimos de nuestra madre, abuela, padre, tía, vecina o mayora o de la señora que vendía tamales.

Somos réplica de ese sentimiento profundo y que ahora se ve reflejado, en los tatuajes, los pseudos, en las ropas de marca, el cuchillo de moda, el horno millonario .... Y de lo verdadero mejor ni hablamos.

Y sii tiene la inquietud de dónde me restauré...

Amore Mio. Centro Histórico. Anexo foto emblemática.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM