El primer gran bulo de 2024

Opinión
/ 23 enero 2024

Si a usted le da por mentir o exagerar un poco en su currículum vitae (cosa que se supone hace todo el mundo) tenga por favor en cuenta la experiencia de Geraldine Fernández.

Esta chica colombiana saltó de la fama a la infamia a pocos días de iniciado este año, luego de inventarse un bulo con el que aparentemente no buscaba más que impresionar a sus amigos inmediatos pero que, cuando trascendió en los medios internacionales, no pudo o no quiso detener a tiempo.

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Diseñadora gráfica de profesión, Fernández tuvo la feliz ocurrencia de asegurar a sus amistades que recién había concluido su participación como animadora en el último lanzamiento de Studio Ghibli y más reciente proyecto de su presidente fundador, el mítico director Hayao Miyazaki. Sí, ni más ni menos que la cinta animada “El Niño y la Garza” (ahora en cines).

Considerado “el Walt Disney japonés” (cumplido que es mucho más favorable para Disney que para Miyazaki), cada vez que el realizador de 83 años estrena una película, el mundo se calla y observa. Miyazaki tiene asegurada la taquilla, el positivo consenso de la crítica y la aclamación popular, gracias a una reputación cimentada en una colección de clásicos de culto.

Por ello, cuando la colombiana aseguró haber estado entre los dibujantes en el nuevo proyecto de esta legendaria casa de anime, el revuelo no era para menos, pues los niveles de excelencia en Studio Ghibli son muy elevados, aún para los estándares de la cultura oriental.

Cuando los medios impresos, electrónicos y digitales comenzaron a tocar a su puerta en busca de una historia inspiradora, Fernández pudo haber optado cortar por lo sano y hacer mutis hasta que su chistecito cayera en el olvido. En vez de ello ofreció extensas entrevistas en las que explicaba con lujo de detalle cómo es la dinámica de trabajo en Ghibli, las circunstancias que la llevaron a ocupar tan honroso puesto en el prestigioso estudio y la increíble cantidad de trabajo que tuvo a su cargo.

Más aún, Fernández narró haber sido bien identificada como “la colombiana” por el propio Miyazaki, quien personalmente le habría delegado algunas responsabilidades artísticas del proyecto.

No conforme con la notoriedad mediática, Fernández se dio el lujo de dictar charlas e impartir cursos que, con semejantes credenciales, tuvieron una gran convocatoria.

Sin embargo, en un mundo hiperinformado y superconectado, el embuste no podía llegar mucho más lejos. De hecho, se prolongó bastante sólo gracias a que, en su afán por las exclusivas, la mayoría de los medios no corroboró nada de lo que “la colombiana” aseguraba con la misma naturalidad de quien reseña lo último que comió.

Las inconsistencias pronto salieron a la luz: su pobre manejo de términos y conceptos en el campo de la animación; su nulo portafolio de trabajo; la sospechosa facilidad con que accedió al puesto; pero sobre todo, la ausencia total de cualquier documento, evidencia o crédito en la obra final, pese a que aseguraba haber realizado 25 mil viñetas o fotogramas -cantidad en absoluto despreciable incluso para un largometraje- y no ser mencionada como una de las principales artistas.

Cuando la presión fue demasiada, Fernández admitió en una primera instancia “haber exagerado un poco”, pero insistía en la parte esencial de su relato. No obstante, nuevas inconsistencias iban apareciendo al tiempo que ella era incapaz de presentar una sola evidencia sólida.

Finalmente, con fecha del 17 de enero, compartió una carta en la que admitía la total inexistencia de su participación en el filme. Y aunque pide una disculpa y reconoce que debió manejar mejor la situación (¡No’mbre! ¿En serio?), asegura que desde el momento en que los diversos medios tomaron su historia, se convirtió en responsabilidad de estos por no haber corroborado debidamente la información. WTF!

Fernández casi casi (o sin el “casi”) se pinta como una víctima de las circunstancias: de su amiga que tuvo la indiscreción de esparcir lo que le dijo en confianza; de los medios y plataformas por viralizar su bosta; de los periodistas por no verificar. Sólo le faltó decir que era culpa también de Miyazaki por no respaldar su historia.

Sin ánimos de diagnosticar a nadie, pero una conducta así se antoja patológica, a no ser que esto forme parte ya de la experiencia de vivir en la era de la posverdad, es decir, una era en la que los hechos y la realidad objetiva no importan tanto como la forma en que nos sentimos. Y si un buen día amanecemos y nos auto percibimos como animador de Studio Ghibli o jugador de los Lakers, es bronca del mundo lidiar con esa noción.Es la gente más simplona la que se queja de vivir en la era digital (que si los niños ya no juegan como antes, que si la gente está todo el tiempo absorta en sus celulares... ).

Lo cierto es que -además de los memes- vivir en la aldea digital representas numerosas ventajas y una de éstas es que un bulo de este calibre no pueden prosperar por mucho tiempo, porque rápidamente lo que alguien afirma es contrastado contra un tsunami de datos e información que pueden corroborar o desmentir lo dicho.

¿Pero cómo reaccionan los embusteros patológicos ante la evidencia irrefutable? Justo como hizo “la colombiana”, culpando a los demás, enojándose con la realidad, acusando perversas maquinaciones en su contra o bien, acusando con flamígero dedo al mensajero, todo con tal de cargar con la menor responsabilidad posible.

Está de más precisarle que para no variar estamos haciendo alusión al inquilino del Palacio. Los últimos reportajes sobre el tráfico de influencias del que son señalados los hijos del Presidente han sido repelidos de la manera habitual: no con transparencia, ni con alguna evidencia documental que demuestre lo contrario, sino atacando a la reputación del comunicador que dio a conocer un hecho que, por lo demás, allí permanece sin ser contestado.

Hay quienes escogen creer incondicionalmente en la palabra del Mandatario, pero es eso, una elección tomada para no afrontar la catástrofe personal que significa el estar respaldando un régimen corrupto. Sin embargo, es gente que por menos que eso hubiera exigido la completa e inmediata dimisión de cualquiera de los predecesores de AMLO.

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En otro tiempo y hasta hace no mucho, cotejar datos frente a la versión oficial le habría resultado casi imposible al ciudadano promedio. Ahora sólo hace falta un poco de voluntad y un mínimo de criterio, aunque eso sí, requiere un total desapego por las ideologías para ponderar la verdad por encima de las ganas de creer.

Sin esto, estamos a merced del primer mitómano o la primera cuentachiles que nos venga con una historia fantástica, digna del genio creativo del maestro Miyazaki.

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