La increíble metamorfosis. De hombres a bestias

Opinión
/ 18 enero 2024

I.- Cuando trabajaba en su cinta “An American Werewolf in London” (“Un Hombre Lobo Americano en Londres”), de 1981, el director John Landis buscaba saltarse todos los convencionalismos establecidos por sus predecesoras.

A diferencia de las muchas otras cintas del género, en las que la metamorfosis de hombre a bestia es un efecto de edición, generalmente una sucesión de disolvencias entre cada una de las diferentes fases del proceso, Landis quería que el espectador viviera esa transición sin trucos de cámara o cortes.

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El realizador le planteó el reto al maquillista de efectos especiales Rick Baker, quien realizó un auténtico prodigio. La agónica transformación del protagonista (David Naughton) en el temible licántropo mitológico constituye la escena cumbre de esta producción.

La secuencia nos permite efectivamente ver cuadro a cuadro cómo al protagonista le crecen las extremidades, cómo sus huesos se estiran desgarradoramente y finalmente cómo su anatomía abandona todo rasgo humano para dar lugar a la feroz bestia a cuatro patas. La escena todavía duele de verse.

Baker estuvo trabajando durante meses en dispositivos mecánicos y prostéticos para conseguir la anhelada ilusión visual y se decepcionó mucho porque Landis apenas filmó unos pocos segundos de cada plano. Pero el director sabía que era apenas lo necesario para impresionar al público que jamás antes había atestiguado algo parecido.

El trabajo le valió a Baker el primer Oscar al Mejor Maquillaje jamás otorgado (estableciendo esta categoría en la 54 edición de dicha gala), pero sobre todo le mereció un lugar en la historia del cine, pues logró que el espectador atestiguara con verosimilitud y detalle la conversión de un ser humano en monstruo.

II.- Bajo la tutela del Choco-Tlatoani, al auspicio del nuevo régimen hemos visto, para fascinación de nuestras incrédulas pupilas, a toda una colección de personajes, hombres y mujeres antes virtuosos, rectos, moralmente ejemplares, transmutarse en horrendas y peludas criaturas, corrompidas, viles, dientonas, codiciosas, deleznables, viciosas y enemigas del progreso, de la justicia y de todo lo que es bueno.

Bien curioso porque no es como que hayan desaparecido de la escena pública para luego reaparecer convertidas en bestias. ¡No! La transformación ocurre en cosa de apenas unas pocas horas o menos. Un consentido de Tata Ganso ha pasado a ser un auténtico paria del régimen ante nuestros propios atónitos ojos en cuestión de segundos.

Materialmente hemos podido atestiguar cómo les crece el hirsuto pelambre, los colmillos y las garras; cómo su mirada pierde toda cualidad humana y cómo el habla se les trastoca en puros gruñidos ininteligibles.

Le sucedió por ejemplo a Carmen Aristegui. Conforme AMLO nos lo iba describiendo, la comunicadora dejaba de ser amiga, aliada de la Transformación y una mujer de ideas progresistas, para dar paso a una rancia neoliberal, alineada al bloque conservador y una periodista involucionada.

Le ocurrió también, casi al inicio del sexenio, a Víctor “Brozo” Trujillo, a quien López Obrador parecía guardarle incondicional afecto por su honestidad y valentía. Sin embargo, en cosa de una o dos mañaneras, el Payaso Tenebroso no era sino un lacayo de los poderes fácticos y del viejo régimen.

La horrenda mutación sufrida por Brozo y Aristegui no fue consecuencia de la interacción de la luna llena con una antigua maldición. Todo fue cosa que se atrevieran a cuestionar al nuevo régimen; a poner en entredicho su desempeño y en duda la veracidad de los datos aportados por el supremo líder.

(Cosa curiosa, hasta se les tacha de chayoteros, siendo que por definición eso significa recibir dádivas del gobierno para hablar bien de éste. Y siendo ellos unos presuntos chayoteros, lo lógico es que recibieran hoy prebendas para cantar loas a la 4T, en vez de enemistarse con este régimen que probadamente sigue comprando voluntades, plumas y medios).

Hubo dos personajes que se quedaron a medio transformar: “El Inge” Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, cuando coqueteaba con la posibilidad de formar una nueva fuerza política de oposición al Presidente; y Marcel “El Gordo” Ebrard, cuando coqueteaba con la posibilidad de impugnar el proceso interno a través del cuál “el movimiento” eligió a la Coordinadora de la Defensa de la Cuarta (es decir, a la precandidata a la Presidencia por Morena).

Ambos dos ya estaban (en el socarrón y exasperante discurso de Andrés Manuel), convirtiéndose en auténticos demonios. Pero los aldeanos de la 4T se quedaron con las antorchas encendidas porque al parecer siempre no era licantropía lo que sufrían, sino un lamentable caso de pedo atorado.

Pero los otros casos referidos sí resultaron ser, positivamente, víctimas de la maldición neolibral, conservadora, que convierte a los hombres y mujeres buenos en bestias horrendas.

Volvió a ocurrir hace apenas una semana con Sanjuana Martínez, una de las mujeres mejor ponderadas por el líder. Hay qué recordar cómo, a su ingreso a notimex, cuando Martínez fue duramente criticada por la opinión pública, fue el mismo Sumo Pontífice de los Mexicanos el que la defendió de toda injuria.

Pero ahora que doña Sanjuanis reveló que la Secretaría de Gobernación de “Mahuicha” Alcalde le pidió el 20 por ciento de todas las liquidaciones de la extinta agencia informativa del Gobierno (unos 30 millones de chuchos) para la campaña de Claudia Sheinbaum, la periodista también experimentó esa misma dramática e inexplicable metamorfosis, de gente de bien en bestia rabiosa a la que no hay que escuchar, sino marginar y darle cacería.

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No estoy diciendo aquí que es raro que un gobierno o régimen tenga adversarios, enemigos o indeseables. Lo notable es la asombrosa ductilidad del criterio del Grand Tlatoani y la incondicional adhesión automática de su grey; ello sin mencionar la facilidad con que un individuo puede transicionar, en el presente sexenio, de persona cabal a abominación infernal.

Lo asombroso es esa facilidad con la que materialmente podemos ver cómo a los caídos de la gracia del Tata Ganso les crece el pelo, las garras y los colmillos, o bien, cómo estos atributos se retraen si el condenado recula y se doblega mejor ante la voluntad imperial.

¡Asombrosas metamorfosis! Un despliegue de efectos visuales que ni el mejor cine de ficción nos pudo ofrecer jamás.

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