El umbrío Candelario Huizar
Al pequeño Candelario Huizar (1883-1970) le gustó la música desde que escuchó la banda municipal de su natal Jerez. Sin embargo, su familia era tan humilde que fue enviado a aprender el oficio de platero con un tío orfebre, como modo rápido de aportar a la economía doméstica. En sus ratos libres tocaba la guitarra como autodidacta y escapaba a escuchar la banda con tal interés que el director, Narciso Arriaga, lo aceptó como alumno libre. A los nueve años fue admitido como intérprete del saxhorn. Instrumento hoy casi en desuso, creado por el francés Adolphe Sax, a partir de las innovaciones a algunos instrumentos de viento de mediados del siglo XIX. De ahí también salió el saxófono, etimológicamente La voz de Sax (de Sax y fone = voz), hoy simplemente sax. A los 17 años Huizar ya sabía tocar la viola con tan buen sentido que fue invitado a formar un cuarteto de cuerdas para interpretar a Haydn, Mozart y Beethoven en aquel Jerez pre revolucionario. A los 19 marchó a Zacatecas a tocar el corno francés en la Banda de Música del Estado.
Durante los siguientes años el joven Huizar, manteniéndose con su sueldito de instrumentista de fila en la Banda de Música, se dedicó a afianzar sus conocimientos de viola y corno francés. Hasta que el 23 de junio de 1914 Villa tomó Zacatecas y Huizar se hizo villista, como cornista de la Banda de Música de la División del Norte.
La Banda dependía de su coterráneo el general Pánfilo Natera, un año mayor que él, con quien permaneció hasta 1917, cuando llegaron a la Ciudad de México. Ahí obtuvo una plaza en la Banda de Música del Estado Mayor Presidencial y finalmente pudo ingresar al Conservatorio Nacional de Música a la friolera de 35 años de edad.
Fue discípulo de Gustavo E. Campa, uno de los pilares de la preciosista música de salón pro francesa, junto con Felipe Villanueva, Ricardo Castro y Julio Ituarte, entre otros. Sus primeras obras reflejan el estilo de su maestro, como en Melodía en si bemol (1920), Tempo di minueto, en la bemol (1921), la Fuga en sol mayor (1922) o las obras para soprano y piano (1921). Sin embargo, dos hechos habrían de separarlo de la música clásica que tradicionalmente se escribía. Por una parte, su indeleble espíritu de búsqueda y experimentación lo llevaron a escribir obras tan singulares como la Sonata en mi bemol para corno francés y piano (1925), o la Sonata en re menor para clarinete y fagot (1931) ambas muy originales en el ambiente musical mexicano. Si bien en Europa ya pasaban lista en el repertorio regular de la música de cámara. Dan ejemplo obras como el Nocturno Op.7 para piano y corno (1864) de Franz Strauss, o el Romance Op. 36 (1874) de Saint-Saëns. La segunda causa de separación de la música académica tradicional fue la cultura popular zacatecana que lo acompañaría siempre —a semejanza de Manuel M. Ponce y de López Velarde—, y que lo llevaron a explorar en la música ancestral. La primera muestra de esta presencia nacional fue la pieza sinfónica Imágenes (1927). En ella traslada las imágenes de una boda campesina a imágenes sonoras, describiendo en un lenguaje musical más bien sencillo, los pasajes de la boda, desde el despertar del día señalado, hasta la fiesta y la culminación nupcial. Es importante acotar que no se trata de los folklorismos de Carlos Chávez, sino de una sutil introspección de los fundamentos culturales campesinos, y su transposición a sonidos. Si se permite el paralelismo, la música de Huizar equivale a los diálogos de los campesinos de Rulfo: los paisanos reales no hablan así, pero a través de los de Rulfo se conoce su alma.
A partir de Imágenes, aunque no de un modo excluyente, Huizar profundizó su estudio musical mexicano que resultó en poemas sinfónicos como Pueblerinas (1931) o Surco (1935). Quizá sus obras con raíces indígenas más acabadas sean Los xtoles, melodía maya para coro mixto, y Tenabari, melodía rarámuri para coro mixto, ambas de 1934; y sus sinfonías dos y cuatro. La primera llamada Ochpaniztli (1935), genuina expresión del alma de los pueblos originales, y la cuarta llamada Cora (1942) tejida sobre temas pentatónicos, como son las melodías coras y huicholes que solo utilizan cinco notas —do, re, mi, sol y la.
Para acercarse a la umbría brillantez de Candelario Huizar: Cuarteto de arcos (1938), Preludio y fuga en do mayor (1943), y muy especialmente la Sonata en re menor para clarinete y fagot (1931).