Elena y el feminismo
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Elena Garro existe en el pensamiento de nuestra generación como una talentosa artista a la que el machismo de la época no le permitió llegar hasta donde podría haber llegado. Esa era la idea con la que comencé a leer Elena Garro: Lectura múltiple de una personalidad compleja, libro más que escrito, construido por Lucía Melgar y Gabriela Mora a partir de testimonios de familiares, amigos, colegas, estudiosos y de la propia Elena a través de las numerosas cartas y entrevistas que dio durante su vida. Pronto me di cuenta que mi bonito artículo de reivindicación feminista se iba a enfrentar a un problema: Las palabras y acciones –documentadas y con testigos– de la señora Garro. Y es que la Elena real, la que no nos sirve de símbolo para otras tantas cosas, se negaba y probablemente sigue negándose desde la tumba, a las clasificaciones baratas.
Primera contradicción de muchas que iré encontrando: Elena era muy progresista en su accionar, pero siempre fue muy conservadora al hablar. Despreciaba al movimiento estudiantil del 68, primero, porque consideraba hipócritas a los dirigentes ideológicos del mismo que, a su ver, utilizaron a los estudiantes como carne de cañón; después, porque el movimiento es causa directa del auto-exilio al que se sometió por tantos años, pues a Elena Garro la acusaron de ser una de las organizadoras de lo que terminó en la matanza de Tlatelolco. El miedo y la paranoia hacen que ella no se limite a negar su participación en el suceso, sino que también señala en los siguientes días a una larga lista de artistas e intelectuales, amistades incluidas, como verdaderos responsables. En poco tiempo Elena y su hija, por suerte o por imprudencias propias, se quedan solas y tienen que huir del país para no regresar hasta 1991, después de grandes gestiones. Es posible ver en los testimonios y en su obra la degradación de una autora que va perdiendo la esperanza. De esa oscuridad, pienso, surgen frases como la que le dice una Elena anciana a Verónica Beucker: “No soy feminista. ¿Por qué? Las mujeres manejamos sólo ideas que han descubierto los hombres”.
En su obra hay un antes y un después del 68: si antes Elena miraba hacia afuera, dando voz a campesinos y mujeres, después se enfrasca en la repetición de un personaje femenino burgués que se queja de abuso y maltrato. La mayor desgracia de esto es que, como ella misma reconoce en sus cartas, su yo joven jamás hubiera permitido ese grado de auto-conmiseración. Además, su situación se ve empeorada por la constante –e inexplicable– falta de dinero, problemas con papeles migratorios y un sentimiento aumentado de abandono y persecución. Para la escritora era claro que había un sólo culpable: Octavio Paz.
Es famoso el odio que Elena Garro profesaba contra su exmarido, el justificado y el injustificado. Y, sin embargo, existen cartas de una Elena muy joven aconsejando a su prima a casarse como ella lo hizo, así como cartas de una Elena ya muy madura buscando un punto de reconciliación con su enemigo eterno. Seamos justos, hay pruebas de que Paz siempre apoyó monetariamente y como agente literario a Garro, aunque quizás las recriminaciones de ella vinieran de un lugar de abandono más profundo y privado.
De todas formas, al final de mi lectura lo que me queda es la imagen destrozada del ícono, aunque eso no es necesariamente malo. Exageradas me parecen ahora las posiciones que colocan a Elena Garro como una víctima de tragedia griega que poco pudo hacer por combatir su destino funesto; tampoco concuerdo con la imagen en el pedestal de una artista perfecta, rebelde, pero siempre con clase. Ciertamente, tampoco es la arpía que sólo deseaba la destrucción y el dinero del exmarido. Si es posible, creo que Elena fue todo eso y nada de eso, quizás, simplemente humana, y por ello, más asible como ejemplo feminista reluctante de una mujer que se convirtió en una de las escritoras más importantes de América Latina; a pesar de su condición, a pesar de todos y a pesar de ella misma.