En un país que no es el nuestro
En ese país que no es éste, claramente, las cuentas alegres son lentes habituales para mirar a través de ellos. Es el país en donde cada vez se pregunta menos, donde se omite decir “tal vez no es así, podría ser de otra manera”
En un país -que no es el nuestro, por supuesto-, donde las armas son entregadas por naciones poderosas a facciones armadas, ciudadanos y negociantes de sustancias ilícitas. En un país donde las mujeres asesinadas y los desaparecidos son un inmenso dolor que en un ajuste estadístico se convierte en números. En un país lejano, donde huesos humanos son rescatados por mujeres buscadoras y aparecen como pruebas de que algo no funcionaba, ni funciona.
Y los poemas y el arte todo, muy a modo que le canta a la explotación y a las pócimas narcotizantes. Y la ciencia que se encarga de multiplicar los inventos que aceitan el estado actual de las cosas. Y la psicología laboral como tuerca que renueva el grado de ajuste del sistema general. O la filosofía usada con frases exactas para que los empresarios sientan unas palmadas en la espalda y continúen apoyados en Platón o Séneca, justificados en el pago de salarios deficientes.
En un país -que no es México-, donde los pozos de carbón siguen existiendo y a ellos entran con sus cuerpos cansados, los mineros. En un país en el que la democracia es un vestido sucio, en donde la política se ha convertido en un caldo pasado, donde se mantiene la alegría porque se está aún vivo, aunque la quieran arrebatar los recuadros de un sistema que se apropia del tiempo.
En ese país que no es éste, claramente, las cuentas alegres son lentes habituales para mirar a través de ellos. Es el país en donde cada vez se pregunta menos, donde se omite decir “tal vez no es así, podría ser de otra manera”. Ese es el país más fértil para los relatos, los cuentos, la novela negra. Miríadas de escritos gestados en ese escenario.
Y no se estila que se piense en ese país que no es éste, pues el pensamiento es accesorio en un mapa en donde los menos se han repartido medios de comunicación a modo, tierras, títulos y poderes para hablar por el resto, que no tiene más remedio que decir que sí, porque las pantallas se encargan de ofrecer zanahorias falsas a ser compradas para luego deber y entonces luego trabajar para pagar lo que se debe.
En un país distinto al nuestro, se autorizan proyectos que van quitando capas verdes a la tierra y hay comedias pasajeras con actores malísimos que unas veces defienden esta devastación y otras están en contra, todo depende del color de quien esté al frente de las máquinas.
En un país que no es México, donde se buscan argumentos para odiar más que para comprender; en donde las mentes más lúcidas aspiran a “tolerar” en lugar de respetar; en donde al parecer las loas a patria y religión hacen guiños a visiones totalitarias; donde la diversidad sexual es considerada una desviación y no una elección del goce en libertad de los cuerpos; en un país donde hoy ondean más que nunca vientos de afrenta, no hay más destino que aguantar el vendaval y mientras, comer sendos platos de slogans y mercancías.
En un país imaginario, en donde el “esclavo es capaz de abolir a los amos y de cooperar con ellos; los amos, de mejorar la vida del esclavo y de mejorar su forma de explotación”. Todo esto ocurre en ese país, para que las cosas sigan igual, para vivir y morir racionalmente, a decir de Herbert Marcuse.
El vocablo país proviene del francés pays, deformación del latín page(n)sis, que refiere al habitante de un pagus o pueblo.