¿Eres mejor que el promedio? Es común autoengañarse
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Hemos hablado aquí sobre el riesgo que implica medir avances o resultados usando promedios. El ingreso promedio, por ejemplo, esconde realidades sorprendentes una vez que uno se desplaza hacia los extremos de una curva con distribución normal, donde podemos identificar a los extremadamente ricos y a quienes viven en pobreza extrema. Invariablemente, cuando se habla de promedios se pinta una realidad distorsionada. Así vemos que quienes caen en el decil diez (el de más altos ingresos) del Estudio Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares del Inegi son presentados como un grupo homogéneo con un ingreso muy superior a la media nacional, y ese uso de ingreso promedio del decil diez esconde que hay un trecho exageradamente grande entre quienes ocupan la parte más alta del decil y quienes ocupan la parte más baja del mismo decil, al grado que se puede afirmar que quien está en la parte más baja del decil diez está más cerca (en nivel de ingresos) de quienes ocupan la parte más baja del decil uno (los más pobres de los pobres) que de quienes ocupan la parte alta de su mismo decil diez.
Así, navegando con la maldición de los promedios, estamos expuestos a múltiples errores de apreciación e incluso de política si los gobiernos, en todos sus niveles, no son capaces de incorporar un mejor análisis de los datos relevantes para diseñar políticas y programas. De nada sirve tener una carretera de 100 kilómetros con el 99.9 por ciento de su trayecto en excelentes condiciones, si el 0.1 por ciento que le falta es un puente de 100 metros que no se construyó. Operar usando promedios como única brújula o “benchmark” puede ser peligroso para personas y organizaciones.
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@george_mack menciona en su cuenta de Twitter (“X” o comoquiera que se llame ahora) el término “Sivers Razor” para describir la opinión de @sivers acerca de cómo las personas tienden a sobreestimar su lugar en una distribución normal y sentirse, drásticamente, por encima del promedio de sus pares y cómo eso limita su competitividad o sus ventajas comparativas. Dice @sivers: “96% de los pacientes de cáncer dicen contar con mejor estado de salud que el paciente promedio de cáncer. 94% de los profesores dicen ser mejores educadores que el promedio de profesores. 90% de los estudiantes se consideran más inteligentes que el estudiante promedio. El 93% de los automovilistas dicen manejar mejor que el automovilista promedio”.
Sivers dice haberse sorprendido cuando vio esos porcentajes e inmediatamente pensó que él realmente sí era superior al promedio, dándose cuenta de que pudiera estar cayendo en el mismo error de quienes sobreestiman sus cualidades y habilidades. Por eso, añade Sivers, “ahora decido considerar o asumir que efectivamente estoy por debajo del promedio, y eso me sirve porque escucho más, pregunto más y he dejado de pensar que los demás son estúpidos; simplemente supongo que gran parte de la gente es más inteligente que yo. Así, admito que sigo aprendiendo y mi enfoque es en lo que debo mejorar y no en mis logros del pasado”. Me pareció un ejercicio interesante y aplicable a muchas de las facetas de las personas, organizaciones y, por qué no, un país y su gobierno.
Es común ver políticos presumiendo logros y resultados que frecuentemente no son más que “logros” y “resultados”. Se miden contra objetivos pobres y se esconden atrás de promedios muy engañosos. Siempre habrá forma de manipular la interpretación de cifras y resultados para tener algo que presumir. Nos sigue faltando, a todos niveles, el saludable ejercicio del “benchmarking”, la comparación objetiva, humilde y transparente contra nuestros pares, nuestros competidores, nuestros resultados pasados. Políticos y funcionarios son, en gran parte, culpables de esa mediocridad en el análisis de metas, objetivos y resultados, pero también los ciudadanos debemos cargar con parte relevante de la culpa.
No estamos acostumbrados a exigir, a castigar los malos resultados y premiar los buenos. Nos hemos vuelto parte de un sistema zombi destinado a poner metas flojas y a llamar “transformación” a aquello que está a años luz de una verdadera transformación. Ellos sienten, como los estudiantes, profesores o conductores que mencionaba Sivers, que están muy por encima del promedio de lo que se espera de ellos. No tienen nada que aprender o mejorar. Se ven al espejo y se aplauden solos. Por ejemplo, publican y repiten encuestas que ubican al Presidente como “el segundo mejor evaluado” y con eso muestran que automáticamente se consideran mejores que el promedio, sin tener métricos sólidos suficientes que puedan respaldar esa afirmación de sentirse mucho mejores al promedio.
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Así, tenemos a jóvenes como Samuel García y Luis Donaldo Colosio pensando que pueden aspirar a poner su nombre en la boleta del 2024, porque nadie les dice que su desempeño no es espectacular y que les falta demostrar que pueden con un encargo local antes de aspirar al nacional (ir del aeropuerto de Monterrey a la Macroplaza debiera ser prueba suficiente de que no están listos). Tenemos oposición que quiere vender la idea de que fueron excelentes cuando tuvieron la oportunidad. Habrá que exigirles humildad y “benchmarking”; operar pensando que, tal vez, estuvieron y están por debajo de la media.