Escritores: El bosque iluminado de Franz Kafka

Opinión
/ 10 diciembre 2024

Los autores que forman nuestras vidas van iluminando las zonas oscuras de todos los bosques que habitamos en el mundo

Cayó en mis manos como el primer copo de nieve: de estreno, me maravilló su presencia fresca. Esparcía un aroma nuevo, delicado y suave. No podía ser menos: se trataba de un pequeño libro que, en aquellos mis 12 años, se acomodó rápido entre mis demás volúmenes escolares y penetró rápidamente en mi entendimiento y mi corazón.

“Quiero que nada se pierda”, de M. Elia Ferrante, cuenta la historia de Enri, una estudiante salesiana amada por todos a su alrededor. Enri era asistente de toda actividad organizada en su colegio, y su iniciativa espiritual animaba los juegos y las excursiones. La primera en estimular las actividades deportivas, la catequesis, la oración.

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Su personalidad, la dulzura de su carácter, su determinación y vocación de servicio, llegaron a aquella niña, que era yo en los 12 años, como el primer gorjeo de la mañana. Enri era alegre, bulliciosa, sencilla. El pequeño libro, que relataba su feliz vida y la forma en que aceptó su destino, se convirtió en mi acompañante fiel. Lo recuerdo como siempre, como aquel primer día de estreno.

Las idas al campo, que podían durar días, semanas o meses, en un tiempo muy lejano a estos, favorecían las lecturas. No había pasado mucho tiempo luego de llevar conmigo a la querida biografía de Enri, cuando comencé “María”, de Jorge Isaacs. No olvidaría nunca el final de mujer tan bella y enamorada. Mucho tiempo después leería estas líneas: “(...) ¡si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto probará que la (misión) he cumplido fielmente”. Pasarían los años y, en el recuerdo, el idilio inconcluso de María y Efraín.

Otra novela que impactó aquellos mis años juveniles, “Las Uvas de la Ira”, de John Steinbeck: la necesidad de la familia Joad de salir, como millones lo hicieron de sus tierras de Oklahoma y Texas, para buscar el sustento en California luego de haberlo perdido todo. En ella, la imagen maravillosa de la madre, Ma, quien, en medio de la incertidumbre, da muestras de una fortaleza a toda prueba. Partirían lejos, dejaban todo atrás, y ella daba, con sus actos y detalles, el amor y la cotidianidad que parecía se perdían.

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Tolstói es el gran autor de mi vida. Sus enseñanzas, su proverbial sabiduría, acompañan mis días. Hace poco me encontré con su cuento “El Viaje de los Dos Ancianos”, que relata la historia de dos hombres. Son ellos Vladimir Tarasovich y Maxim Bodroff: planean hacer una peregrinación a Jerusalén antes de morir. Luego de atravesar Rusia y llegar a una aldea pobre, se separan, cansado el uno y el otro decidido a continuar el viaje. Maxim encuentra asilo en un hogar donde nada había y sus habitantes, un hombre, una mujer, una anciana y dos niños pequeños; decide quedarse a ayudarlos. Mientras Vladimir continuó su viaje. La historia se resuelve en la solidaridad y el amor por los más desposeídos y la gratitud de estos al ser auxiliados.

Definitivo, Tolstoi, el grande, siempre.

Decía Franz Kafka que un escritor ilumina un bosque ayudado por una velita. Los autores que forman nuestras vidas van iluminando las zonas oscuras de todos los bosques que habitamos en el mundo. En esta época, llegan a la reflexión quiénes son aquellos que han iluminado nuestros propios bosques oscuros a lo largo de la vida.

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