Escuchar y entender la música, memorias de un aprendiz (II)
Stravinski, el genio que revolucionó el mundo de la música con un puñado de obras que bastaron para inmortalizarlo, compuso una pieza que el día de su estreno se convirtió en el escándalo más famoso en la historia de la música. Su primera representación en el Teatro de los Campos Elíseos el 29 de mayo de 1913, provocó un tumulto entre los asistentes, entre los que se encontraban músicos de la talla de Debussy, Saint-Säens, Ravel y muchos miembros de la nobleza de ese entonces.
Uno de ellos, la condesa de Pourtales, parada desde su palco y blandiendo furiosamente su abanico, exclamaba: “¡Es la primera vez en sesenta años que alguien tiene la audacia de burlarse de mí!”. La obra en cuestión, tan vilipendiada y abucheada, era La consagración de la primavera, pieza orquestal en la que su autor, el ruso Igor Stravinski, representa el sacrificio de una doncella en un rito pagano.
Stravinski había concebido la idea de la pieza mientras trabajaba en otra de sus famosas obras, El pájaro de fuego. En una entrevista para la radio declaró que “soñaba con una escena de rito pagano, en que una virgen condenada al sacrificio bailaba hasta morir”. Cabe recordar que La consagración de la primavera fue compuesta para ballet y orquesta.
Los Ballets Rusos, la compañía de ballet creada por el empresario ruso Serguéi Diaghilev (1872-1929) en 1909, se encargó de montar la coreografía bajo la dirección del legendario Vaslav Nijinsky (1889-1950). Desde los primeros compases, con el famoso pasaje del fagot y el contrapunto con otros instrumentos de aliento madera, la tensión y el estupor se adueñó del ánimo del público.
Las crónicas periodísticas cuentan que tan pronto el fagot terminó la frase en el registro alto, en el comienzo mismo del ballet, estallaron risas. Nadie podía escuchar la música. Diaghilev gritaba a los electricistas que encendieran y apagaran las luces de la sala para calmar el ánimo enardecido del público. Nijinsky, de pie sobre una silla, les gritaba a los confundidos bailarines expuestos sobre el escenario.
No olvidemos que el parisino era uno de los públicos europeos más exigentes y mejor entrenado en el gusto musical en esa época de oro, en la que surgieron auténticas obras maestras que “dieron un golpe de timón” a la música que surgía a borbotones del espíritu creativo de los compositores. La consagración de la primavera se incorporó al subconsciente musical de todos los compositores jóvenes; sus variaciones métricas, su vitalidad abrumadora, su disonancia casi total y su ruptura con los cánones establecidos de la armonía y la melodía, provocó una revolución en el concepto de la estética musical.
Los ecos de la revolucionaria obra stravinskiana se inmiscuyeron en la Suite Escita de Prokofiev, en El mandarín milagroso de Bela Bártok, en las miniaturas operísticas de Milhaud. “La consagración de la primavera constituyó para la primera mitad del siglo 20 lo que la Novena de Beethoven y Tristán de Wagner fueron en el siglo 19”, afirma el crítico musical Harold Schonberg.
Con esta obra en mente cabe preguntarse ¿en qué consiste el gusto musical y en qué se basa la comprensión, en un momento dado, de determinada obra? Hasta antes de la representación de La consagración toda la música era “entendible”, merced al equilibrio sonoro del edificio musical, vertido en moldes y estructuras apolíneas y predecibles; si bien, la armonía empezaba a acusar un “esguince de cintura” (frase que le robo a la genial Margo Glantz del título de uno de sus maravillosos libros de ensayos), todavía no se resquebrajaba el uso de la armonía tradicional que venía sosteniendo toda la música desde inicios del Renacimiento; el ritmo y la melodía mecían el gusto del público cincelado con el paso de cuatro siglos.
La aparición de obras como La consagración de la primavera, Pierrot Lunaire (1912) de Arnold Schoenberg, Turangalila (1949) de Olivier Messiaen, entre otras muchas, empezaron a reeducar el oído del oyente, no sin provocar un cisma en el gusto y la manera de entender y escuchar la música. En mi humilde caso como oyente y estudioso de la música confieso con toda seguridad que, de haber estado entre el público que asistió al Teatro de los Campos Elíseos esa tarde de mayo de 1913, me hubiera quedado afónico de tanto vociferar condenando el espíritu dionisíaco de La consagración de la primavera.
CODA
“Escuchar (música) implica una participación real, una respuesta a la labor del compositor y la del ejecutante y un mayor o menor grado de conciencia del sentido individual y específico de la música ejecutada”. Roger Sessions.