Estados Unidos: Una cosa son las películas y otra la realidad

Opinión
/ 2 febrero 2025

Siempre fueron y aparecieron –en las películas– como los salvadores del mundo... Hoy –en la realidad– el mundo tiene que cuidarse de Estados Unidos

No, la presente reflexión nada tiene que ver con la entrega de los Premios Oscar y el barullo que ha levantado la película “Emilia Pérez” y su director, sino más bien con lo que ha representado Hollywood como megáfono del american life o el american dream, que los Estados Unidos de América proponen como el ideal social, económico, político y democrático para el mundo. Así lo hicieron durante mucho tiempo.

Si no era la prensa, era la televisión o el cine, medios a través de los cuales propusieron modelos y estereotipos de lo que implicaba −porque así lo plasmaban en su publicidad− el país más democrático y el más incluyente, entre otras tantas afirmaciones de las que se jactan.

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La verdad es que en las listas o índices que miden esas prácticas, donde según dicen son los mejores, no aparecen. Por supuesto, en Estados Unidos hay pobreza y desigualdad, el modelo educativo no es el mejor, el sistema de salud norteamericano tan bocabajeado en estos últimos años. Sólo para que se den una idea, por encima de los Estados Unidos hay una buena cantidad de países donde el modelo de salud, de educación, de remuneración –entre otros tantos rubros– es mejor; hablamos de Noruega, Dinamarca, Australia, Canadá, Francia, Alemania, Países Bajos, Nueva Zelanda, Suecia, Suiza y Reino Unido.

Lo mismo si hablamos de corrupción, inseguridad, violencia; vea en este rubro las consecuencias del derecho a portar armas en la Segunda Enmienda, que los tiene tan complicados –no existe un mes en el que no haya asesinatos masivos en alguna población norteamericana– y, sobre todo, en los segmentos juveniles. Ni por asomo son el mejor país del mundo como nos lo hacen creer en el cine, en sus películas.

Ni hablemos de los niveles de drogadicción (parece ser que ellos no tienen cárteles de drogas, ni laboratorios, ni capos... cuanta ingenuidad), de xenofobia, de racismo, de desprecio por quienes no son blancos –porque en mucho ese es el problema– y hacia quienes no hablan inglés. Casi creo que ni es la delincuencia, ni los narcotraficantes, es como afirma Adela Cortina: aporofobia. Odio o rechazo a las personas pobres. ¿Por qué cree? Por ser pobres. Porque en una visión contractualista –te doy, me das–, los migrantes y los países pobres tienen muy poco qué ofrecer a los hijos de Benjamín Franklin; ¡exacto!, el de los intereses, el de la especulación, el del anatocismo.

Ahí están todas las películas, con todos sus “grandes” héroes, desde Superman –y los del salón de la justicia– hasta los Rambos, los Terminators, los Rockies, las películas de guerra donde masacran pueblos e instalan su forma de percibir la democracia; la lucha contra los rusos y de las que siempre salen victoriosos; la fobia contra el Islam y la patética forma de proyectarlo en el cine; la manera como retratan a los países latinoamericanos –pobres, corruptos e ignorantes–, en fin, un cine como el que actualmente se proyecta con falta de objetividad y respeto a las culturas.

Siempre fueron y aparecieron –en las películas– como los salvadores del mundo. Así lo proyectaron. Hoy –en la realidad– el mundo tiene que cuidarse de los Estados Unidos. Puntualicemos, una cosa es el pueblo norteamericano y otra el gobierno norteamericano. Ya lo sé, hay una colusión entre pueblo y gobierno, si no cómo llegó el presidente a la Casa Blanca. Lo cierto es que hoy, quien gobierna –como empresario que es– ve al Estado como empresa.

Trump no es sino el rostro de muchos tantos que en el país del Norte piensan como él –y que representa la idea de “rescatar a los Estados Unidos”–, porque se trata de reivindicar la esencia de la patria que promueve en su discurso; la esencia expansionista, mercantilista e imperialista.

En la narrativa hollywoodense, durante mucho tiempo, los Estados Unidos fueron quienes libraron al mundo de todo tipo de peligros. Fue la campaña publicitaria posterior a la Guerra Fría y que se extendió a nuestros días. Maniqueísmo puro. El bien contra el mal. Hoy, el mundo tendrá que cuidarse de los norteamericanos, en concreto de quienes eligieron para gobernar estos tiempos de incertidumbre, de movimientos pendulares y del fin de las ideologías.

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Una cosa es el 25 por ciento que el presidente norteamericano busca imponer a las exportaciones mexicanas y otras las consecuencias que esto traerá en el sector automotriz, electrónico, de electrodomésticos, informático, productos del campo. Y en cuanto al tema de las deportaciones, los millones de trabajadores mexicanos y centroamericanos que sostienen la mano de obra de la economía norteamericana.

Ken Salazar, anterior embajador norteamericano –pero de filiación demócrata–, esta semana hizo una precisa radiografía del presidente norteamericano, llamándolo arrogante, ignorante, egoísta y desvergonzado. Con toda seguridad esta será la dinámica que veremos en los próximos cuatro años. Esto, por supuesto, no corresponde a lo que Hollywood nos vendió en otro tiempo de la figura presidencial norteamericana. Una cosa son las películas y otra la realidad. Así las cosas.

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