Había un hombre tan, pero tan...
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Platicábamos mi hija mayor, su marido, y un amigo de ellos. Entre la conversación salió a relucir otra persona. Lo tachaban de flojo. Se nos da criticar y juzgar a los demás, en forma de broma, por supuesto. De pronto el amigo de mi hija dijo, “No, ¿cómo crees? Ése es tan flojo que es probable que ni sus propios hijos hizo.” Los demás caracteres de esta columna tendrían que ser una seria larguísima de “jajajajajajajajajajajaja”. Pero he de confesar que mi risa fue porque recordé que cuando mi hermanastro se casó con una mujer que ya tenía un hijo, mi padre dijo que no le sorprendía, que su hijastro era tan flojo que mejor buscó familia ya hecha para evitarse el esfuerzo de hacerla él.
También me recordó a una colección muy amplia de chistes, todos comenzando con la frase, “Había un hombre/una mujer tan, pero tan...” Me di a la tarea de buscar algunos.
Había un hombre tan, pero tan tonto que se cortó una oreja porque la tenía repetida.
Había un hombre tan, pero tan fuerte que se pasaba el día doblando las esquinas.
Había un hombre tan pequeño, pero tan pequeño que al pasar por una pastelería se le hizo agua la boca y se ahogó.
Había una señora tan, pero tan friolenta que hasta a las patas de la mesa les ponía medias.
Había un príncipe tan, pero tan feo que Cenicienta se fue del baile a las 11:30.
Había una ciudad tan, pero tan seca que las vacas daban leche en polvo.
Asumo que habrá algunos más subidos de tono y algunos muy crueles. Así somos los humanos a veces. Buscamos la posibilidad de humor en todo, tal vez porque la vida, así en crudo, no la logramos soportar.