Hablemos de Dios 117; Conocerse a uno mismo, la enseñanza de Jesucristo
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Cuando el maestro Jesucristo andaba predicando, paseando, vagando, filosofando o como usted guste llamarle, andaba por el rumbo de un distrito romano, Cesarea de Filipo. Iba caminando con sus discípulos cuando les hizo dos preguntas capitales, las cuales siguen resonando al día de hoy: “Según el parecer de la gente, ¿quién es este hijo del hombre?”. La segunda pregunta fue más dura y certera: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Lo anterior usted lo puede leer en Mateo (16:13-20).
Tener claridad sobre lo que somos, lo que anhelamos, lo que buscamos, lo que queremos, es decir, tener claridad sobre nuestra identidad y conocernos, es casi estar del otro lado, del lado bueno de la vida sin que los vaivenes terrenos nos hagan nada. Absolutamente nada. Es difícil, lleva toda la vida, pero quien se conoce a sí mismo es inmune por siempre a cualquier embate, de esos llamados humanos, que nos rodean. Humanos con mala leche, pues. Hay una sola verdad y esa verdad más temprano que tarde aflora. ¿Jesucristo sabía quién era? Absolutamente sí. Por eso jamás dudó en su vida terrena.
En los Evangelios, ochenta veces se refiere a sí mismo como “hijo del hombre”. Es decir, hijo de su padre, tanto de José el carpintero como hijo de Dios... si no es que Dios mismo. El Mesías encarnado. Por eso lo acusaban los judíos ortodoxos de fingirse Dios mismo. Situación y tema para explorar teológica y hermenéuticamente, lo cual luego haremos. Para nosotros los católicos, es Dios mismo. No para los hermanos musulmanes, menos para los hermanos judíos, insisto.
Por hoy nos centramos en la pregunta que les hizo a sus discípulos, “¿quién dicen que soy yo?”. ¿Quién es usted lector? No se puede ir por la vida engañando, aunque las máscaras es por lo general lo de hoy en día. Vea usted la cantidad de políticos que mienten con su lengua de trapo, el primero en la lista es claro, Andrés Manuel López Obrador. Pero la lista puede y es interminable por parte de los políticos y de cualquier agrupación política existente en este abnegado país.
En muchas de las ocasiones, me he ido formando (aún a mi edad, pues) de acuerdo con mis lecturas. Muchos de los personajes son amados por mí, más que a un ser humano. Es el caso de un personaje, persona él para mí entrañable: el Príncipe de Salina en Sicilia, don Fabrizio. Obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su libro cumbre, “El Gatopardo”. En ésta, en una de las tantas reflexiones (introspecciones) que él nos regala en voz del narrador ubicuo, don Fabrizio al saberse o pertenecer a una estirpe de abolengo en decadencia y casi a punto de desaparecer, las dinastías monárquicas, nos regala el siguiente testimonio: “...el último Salina era él, el escuálido gigante que en aquel momento agonizaba en el balcón de un hotel. Porque un linaje noble sólo existe mientras se mantienen vivos los recuerdos; y él era el único que tenía recuerdos originales, distintos de los que se conservaban en otras familias”.
Lo anterior vino a mi materia gris ahora al repasar las preguntas que hizo el maestro Jesucristo a sus discípulos. Y Jesucristo fue humano, tan humano como usted y como yo, que fue acusado de glotonería y bebedor. Ya luego de estar loco y de otras linduras afines. Pero lo primordial es que él sabía quién era. ¿Quién puede sustraerse a los placeres de la gula o el alcohol? Caray, pocos. Pocas mujeres y hombres los cuales gozan y tienen armonía en su cuerpo y en su cabeza.
ESQUINA-BAJAN
¿Yo? Prefiero mis pecados y toxinas a ser un asceta. Lea lo siguiente del poeta romántico por antonomasia, Victor Hugo: “¡Señores, qué divino es el hombre, / Dios tan sólo hizo el agua, pero el hombre hizo el vino!”. La gula (la glotonería) es un pecado capital. Exceso en la comida y la bebida, exceso el cual se practica con ansia. La glotonería aparece varias veces en la Biblia: (Deuteronomio, Tito y Romanos). Insisto, ni el maestro Jesucristo pudo sustraerse a ello. Fue acusado de glotón y bebedor.
En traducción al lenguaje de hoy: lo acusaron de borracho. Lo anterior usted lo puede leer en Marcos 2, 13-17: “Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. / Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es eso, que él come y bebe con los publicanos y pecadores?”.
Aprieta el calor mientras escribo o garabateo lo anterior en mi cuaderno de tapas azules. Me abanico con garbo, oteo el horizonte y justo, insisto, justo al pergeñar estas líneas y acodado en una mesa de una cafetería urbana en Monterrey, contemplo a una bella musa sentada un poco adelante. Brindo con mi copa de vino tinto por los placeres de la carne: lujuria, tragos, algo de comida. Hago mío el verso de Alfred de Vigny: “En la espuma de Aï hay fulgores de dicha”. Aï: región francesa famosa por sus vinos espumosos. Lea usted: preguntaron a Jesús, “¿Eres tú el Mesías, el hijo del Dios bendito?”. Duro, alto, elegante, sin pizca de duda, el maestro dijo, no obstante ir directo al matadero: “Yo soy” (Marcos 14: 61-62).
LETRAS MINÚSCULAS
Usted es hijo de Dios. Nunca, jamás tenga miedo de asumirlo y espetarlo...