Hablemos de Dios 167: ¿para qué vivir eternamente?
¿Qué es la vida, qué es la muerte? Vaya usted a saber. Los vivos no pocas veces quieren estar muertos. ¿Y los muertos? Pues no sabemos. Sólo están muertos y no saben, no piensa, no sienten, nada. En lo absoluto. Eso de vida eterna es un galimatías. ¿Para qué vivir eternamente? Si Dios existe, debe de aburrirse sobremanera. ¿Y la muerte? No lo sé. Nunca he estado muerto. Y si acaso he estado muerto, no lo recuerdo.
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¿No será un mejor estadio la muerte a la vida? Un poeta atormentado, todos los poetas lo somos, Gerard de Nerval, escribió el siguiente cuarteto en su soneto “Las cidalisas”...
“Nuestras enamoradas, ¿dónde están?
Se encuentran descansando en el sepulcro,
Y seguro que allí son más felices
Gozando de un lugar que es más hermoso”.
¿Qué es la muerte y el sepulcro y su paz perpetua, según Nerval? Un “lugar hermoso.” Ojo, no dijo ni escribió que dicho lugar hermoso y pleno, sea el paraíso, el jardín adánico ni mucho menos, no, nada de eso; para el poeta es la muerte el mejor estadio de al vida, paradójicamente y valga de por medio el oxímoron.
¿Por qué y cuando empezamos a preocuparnos por la muerte y no por la vida? Por qué hemos de dejado de lado los placeres de la tierra (de manera responsable y debidamente controlados) y nos preocupamos más por alcanzar un paraíso, una vida eterna la cual para mí, no existe. ¿Yo? Prefiero mis pecados y toxinas a ser un asceta.
Lea lo siguiente del poeta romántico por antonomasia, Víctor Hugo: “¡Señores, qué divino es el hombre,/ Dios tan sólo hizo el agua, pero el hombre hizo el vino!” La gula (la glotonería) es un pecado capital. Exceso en la comida y la bebida, exceso el cual se practica con ansia. La glotonería aparece varias veces en la Biblia: (Deuteronomio, Tito y Romanos). Insisto, ni el maestro Jesucristo pudo sustraerse a ello.
Fue acusado de glotón y bebedor. En traducción al lenguaje de hoy: lo acusaron de borracho. Lo anterior usted lo puede leer en Marcos 2, 13.17: “Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido./ Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es eso, que él come y bebe con los publicanos y pecadores?...”
Aprieta ya el calor mientras escribo o garabateo lo anterior en mi cuaderno de tapas azules. Me abanico con garbo, oteo el horizonte y justo, insisto, justo al pergeñar estas líneas y acodado en una mesa de una cafetería urbana en Monterrey, contemplo a una bella musa sentada un poco adelante. Brindo con mi copa de vino tinto por los placeres de la carne: lujuria, tragos, algo de comida. Hago mío el verso del poeta francés Alfred de Vigny: “En la espuma de Aï hay fulgores de dicha”. Aï: región francesa famosa por sus vinos espumosos.
Lea usted para avanzar en la tertulia de hoy: preguntaron a Jesús, “¿Eres tú el Mesías, el hijo del Dios bendito?” Duro, alto, elegante, sin pizca de duda, el maestro dijo, no obstante ir directo al matadero: “Yo soy”. Marcos 14. 61-62.
Usted es hijo de Dios. Nunca, jamás tenga miedo de asumirlo y espetarlo. Y si el maestro Jesucristo no tuvo el más mínimo miedo de ir a la cruz, ir al matadero, ¿por qué nosotros habríamos de tenerlo? Hay que privilegiar la vida y no la muerte.
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ESQUINA-BAJAN
Líneas atrás nombré al más conocido poeta del romanticismo, el francés (1802-1885). Una vida al límite la cual debería de contarse una y otra vez. Usted lo sabe, relativamente joven, a Víctor Hugo se le murieron sus padres. Luego, se le murió su primer hijo. Su hermano, Eugene, se volvería loco (1830). Caray, pero aún así, Víctor Hugo escribiría lo siguiente lo cual araña la piel y el esqueleto:
“Tú que lloras, acude a este Dios por que él llora.
Tú que sufres, acude junto a él porque sana.
Tú que tiemblas, acude a este Dios que sonríe.
Tú que pasas, acude junto al que permanece”.
Este poema forma parte de su libro “Las contemplaciones.” El texto fue escrito en el décimo aniversario de la muerte de su hermano. Y veamos que a pesar del tiempo transcurrido, diez años, éste sigue aferrado al clavo ardiente que es Dios (el que permanece, lo dice en su último verso). En otros versos poderosos de este mismo libro, habla de del hombre feliz que se ocupa del “eterno destino”, habla de rezar y leer y al hacerlo, “sobre el libro se inclinan sonrientes los Ángeles.” Y para desgracia de todos, este par de actividades (leer y orar) ya están ausentes casi siempre de nuestras actividades cotidianas y precisas.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Qué son los Evangelios? “... ese libro que da/ todavía esperanza al que deja la vida”. Víctor Hugo. ¿Morir o vivir? Tema bueno.