Hablemos de Dios 170

Opinión
/ 20 abril 2024

Mi vida es caótica. Mi vida no tiene principio, pero sí final. Como todas las vidas sobre la tierra. Y con este “chingadazo” de vida he tenido, no quiero ni me intriga y menos me emociona ser eterno. Seré feliz cuando sea cadáver (espero). Me llama mucho eso de no sentir, no ir al baño, no comer, no escuchar, no hablar... la nada. Así de sencillo. Espero que Dios cumpla sus promesas. Al menos es lo que él mandó dictar a sus amanuenses. Es aquello de: el muerto nada sabe, nada piensa, nada siente. La plenitud total en la nada, valga la paradoja (Eclesiastés 9.5). En fin.

Por estos días releo al maestro Juan José Arreola por varios motivos. Y lo tengo que releer porque necesito una cita de sus textos para un trabajo, un escrito que tengo en preparación y pues la verdad, no recuerdo en qué libro está. Y pues como mi vida es caótica y no quiero y nunca voy a consultar Internet, pues estoy releyendo todo Arreola. Una obra milimétrica y pulcra: “La feria”, “Confabulario”, “Bestiario”, “Varia Invención” y “Palíndroma”. Obras perfectas todas.

Tengo la caja de sus libros que se editó precisamente para celebrar sus 100 años de nacimiento. Y sí, sigue vivo por siempre y para siempre. Insisto, al momento de escribir esta nota, aún no encuentro la cita la cual necesito, pero ha sido un deslumbramiento estar releyendo su obra. Mis libros tienen las huellas, las muescas de lo que me interesaba en su momento. He releído las notas al margen. Pero, ahora me interesan otras cosas. Y como el maestro Arreola es un autor clásico contemporáneo, pues es inagotable. Lo que usted le quiera “preguntar” de eso va a encontrar respuesta.

Autor total, aborda su prosa y poesía aquello que nos hace humanos: la condición del ser humano. Amén claro está, de bucear en la sociedad, en los años perdidos pero no olvidados de un México rural adolorido y siempre entrampado en una dualidad funesta: ricos contra pobres. También aborda esa casta “divina” de sacerdotes, obispos y monaguillos de turbante, cofia y chocolate, pero eso sí, por lo general millonarios y “compadres de Jesucristo”, les endereza en un texto el maestro Arreola.

Al documentar las aventuras y desventuras de “Zapotlán el Grande”, Ciudad Guzmán, Jalisco hoy en día, Arreola documenta las aventuras y desventuras de todos los pueblos de México en su momento. Y por cierto, de esas aventuras de mi vida, estuve en Zapotlán en un bautizo hacia la década de los años noventa del siglo pasado. A mata caballo y enfiestado, estuve allí tres días. Sí, un pueblo/ciudad como todos los de México. Almidonados y erigidos en base a su Palacio Municipal, su plaza principal y su parroquia como siempre. Una cuadricula española heredada.

El primer libro que he releído ha sido “La feria”. Aquí deambulan personajes de todo tipo: el artesano, el zapatero, las señoritas de “buena sociedad y buenas familias”, el cura metiche, el rico, el pobre, el campesino al cual le arrebatan sus tierras; aparecen maricas, prostitutas... en fin, eso llamado vida, un pueblo donde bulle y hierve la vida. ¿Qué hacer con la obra toda de Juan José Arreola vista a través de los nuevos anteojos del feminismo desbocado, los llamados “neo entes” o mutantes (se dicen a sí mismos personajes o humanos “no binarios”. Ni hombres ni mujeres. Son nada).

ESQUINA-BAJAN

Vista la obra del maestro Juan José Arreola bajo el tamiz de lo políticamente correcto o lo de hoy en boga, “equidad de género”, y bajo tantos otros rastrojos de censura que hoy se abalanzan contra todo, su obra merece la quema total. Pero en este especial caso, hay un cuento del maestro Arreola en su libro de “Confabulario” el cual se titula “Un pacto con el diablo” el cual a la vez, es un buen palimpsesto, no un plagio; o tal vez las dos cosas, de un texto de Robert Louis Stevenson, “El diablo en la botella”.

Y usted lo sabe, el Diablo, Satanás o como usted le guste nombrar según sus múltiples nombres en la Biblia cristiana o católica, básicamente es la misma, es el tentador (lo encuentra usted así definido en Mateo y Tesalonicenses), es el monarca de un poderoso reino que se opone a Dios (lo encuentra usted en Mateo y Lucas), es el padre de la mentira (lo encuentra usted en Juan), es el príncipe de este mundo (lo lee usted en el evangelio de Juan). Viendo todo su poder, no es gratuito entonces que si usted se dirige a Satanás éste le cumpla todos sus caprichos y antojos.

Tanto el texto de Stevenson, como el de Arreola, son fantasmalmente cercanos. ¿Arreola leyó y se plagió a Stevenson haciendo una versión ranchera de su texto? Sin duda. El texto de Stevenson se narra a mata caballo, entre Francia, Hawái y Estados Unidos. El de Arreola sucede en un cine de segunda categoría. Tanto en el texto de Stevenson como en el de Arreola, los protagonista hacen el pacto con el diablo por un bien material: dinero, y con ello, halagar a la mujer amada la cual vive en la pobreza.

Vender el alma al diablo. ¿Y para qué quiere uno el alma sin cuerpo? Tal vez en el fondo sea un buen trueque. Usted lo sabe, el “alma”, lo que llamamos “alma” es un resabio platónico, lo inventó Platón. Y le repito lo mismo de siempre, esta cosa de Dios y todo lo que lo rodea es invento de poetas y escritores. Así de simple.

LETRAS MINÚSCULAS

Escribe Arreola: “La voz del diablo era insinuante, ladina, como un sonido de monedas de oro...” ¿Perder el alma? Caray, ni existe. Lo inventó Platón...

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