Hablemos de Dios 188

Opinión
/ 24 agosto 2024

Alguna vez hubo disponible (hace cinco, seis, diez años), si mi precaria memoria no me falla, un opúsculo, un libro de la autoría del narrador y poeta lusitano Fernando Pessoa. El libro extraño a saber, una guía para viajeros: “Lisboa: lo que el turista debe saber”. El volumen tiene prólogo y traducción de Miguel Ángel Flores para el sello editorial que publicó casi toda la obra disponible o al menos, la más conocida de Pessoa y sus heterónimos, Verdehalago. En la ciudad de México, ignoro si aún sobreviva. Pero eran ediciones de colección, casi artesanales.

Di con el volumen de marras en una librería bien surtida en la mítica y escandalosa Zona Rosa en el Distrito Federal en su momento. El opúsculo de 124 páginas me llamó la atención por ser un tema poco frecuentando entre los escritores y extraño, por demás extraño en la vasta producción del poeta lusitano. Insisto, lo leí en aquellos años en el trayecto del autobús de México a Saltillo y lo olvidé. Hoy lo he retomado por un proyecto el cual lo comento hoy: ya debo de publicar mis perfiles del Saltillo. Una estampa fiel y memoriosa que estoy preparando sobre mi ciudad y sí, he encontrado muchos puntos de concordancia entre mi pálido proyecto y la ciudad de Lisboa, la de Pessoa, donde éste transitó como uno más de sus personajes: un ser casi anónimo, preñado de ceniza y acaso amargura.

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Esmirriado, tipo burócrata y oficinesco, tipo fantasmal, Fernando Pessoa sólo publicó un libro en vida. Vestía de etiqueta, con pajarita en su cuello. Su libro es un texto de miles encontrados en su legendario baúl –una de sus pocas posesiones. Por lo demás, consecuente con su vida e ideas, tuvo como patrimonio, como único y verdadero patrimonio, el territorio y posesión de la lengua–, que alguien, en la fecunda morosidad de la investigación, ha contabilizado en 27 mil 513 documentos legibles. Entre ellos, poemas, listas de trenes, listas bibliográficas, notas de lectura, horóscopos; y claro, esta guía para turistas descarriados en su Lisboa...

Pessoa padecía de insomnio, cuentan sus biógrafos. Las largas horas en vela las usaba entonces en escribir, en pergeñar textos de muy diversa factura y calibre. Incluyendo claro está, la vasta producción de sus heterónimos. De aquí entonces de esta extraña guía para turistas la cual fue localizada por la estudiosa María Antonieta Gomes. El original estaba listo, mecanografiado para entregarse a la imprenta, situación que nunca logró.

Extraña aventura entonces la de este libro donde se cuentan de las maravillas y lugares que merecen ser visitados por cualquier turista con ojos ajenos y frescos, en la ciudad de Lisboa, la cual Pessoa conocía palmo a palmo. Su texto entonces, me ha recordado los textos de Vladimir Holan y José Emilio Pacheco agrupados en “Ciudad de la memoria”.

De la mano del poeta, asistimos a conocer una Lisboa donde se exalta con amor y orgullo, el patrimonio artístico, histórico y esa raja de soledad y solidaridad con sus habitantes, habituados a una ciudad europea pero fuera de Europa. Portugal y más Lisboa, la insular, aparece en los textos del poeta en voz de uno de sus heterónimos más reconocidos, el navegante Álvaro de Campos. Se lee: “ciudad de mi infancia pavorosamente perdida.../ ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí...”

ESQUINA-BAJAN

¿Cómo retratar entonces a Saltillo, mi ciudad de la memoria, mi ciudad a la cual siempre le he declarado mi amor y mi odio; ciudad a la cual quiero y también detesto? Cómo retratar a Saltillo, digo, cuando no le temo pero sí respeto su emblemática avenida Presidente Cárdenas y sus proverbiales nidos de cuervos, bebiendo en cantinas de poca monta. Cómo retratar a Saltillo; por dónde empezar a retratar a Saltillo, sus miserias y virtudes, las cuales las tiene todas a raudales.

Este Saltillo nuestro, ciudad mutante, ciudad de un centro apocalíptico, en ruinas, donde aún se puede ver deambular cotidianamente y como un fantasma eterno rumbo a la Biblioteca Municipal (ya desaparecida), al poeta Alfredo García Valdez (†) a quien siempre se le va a extrañar perpetuamente. Y hago esta memoria del lusitano Pessoa, y lo dejo como liminar esta vez, porque quisieron los hados (o los diablos), diera yo con un libro inconseguible del poeta triste y cenizo, compré su libro “El primer Fausto” en Fondo de Cultura Económica en traducción de Francisco Cervantes.

Me ha movido el alma y el esqueleto. Es un poema dramático de 88 páginas. Pessoa desarrolla el tema fáustico de una manera portentosa, atormentada y única. Lo desarrolla en cuatro temas u apartados y luego una coda o diálogo. ¿Entre quién? Pues caray, entre él mismo consigo mismo. Sus reflexiones y filosofía hieren el cuerpo y eso llamado alma.

A reserva de presentarle una reseña al respecto, le transcribo y a vuela pluma, algunos versos devastadores: “Y en esa hora en que yo y la muerte/ nos hemos de encontrar/ ¿Qué es lo que veré? ¿Qué es lo que sabré?/¡Horror! La vida es mala y es mala la muerte”. Por cierto, este libro no lo firma ninguno de sus heterónimos, sino él mismo. A reserva de volver al tema y al gran Fernando Pessoa, lea usted las preguntas eternas que usted y yo no hemos hecho aquí: “¿Existe o no existe Dios? ¿Hay alma o no?”

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Terminemos hoy: “¡Horror supremo! ¡Y no poder gritar/ a Dios –no lo hay– pidiendo alivio!” Grande y atormentado este Pessoa.

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