Hablemos de Dios 193
No pocos comentarios he recibido con motivo de esta pequeña saga de textos dentro de esta ya larga saga de ensayos donde hablamos y exploramos a Dios y toda su parentela. En estos últimos estudios, nos hemos detenido un poco y a trompicones todavía, en tres poetas: Fernando Pessoa, Charles Baudelaire y apenas iniciamos en el texto pasado el explorar al cubano de nacimiento, pero ser humano universal, José Martí.
Todos ellos grandes y señeros. Y le recuerdo lo siguiente: a cualquier autor que se precie de tener genio y haber escrito una obra única y universal, donde bulle la condición del ser humano con toda su divinidad y sus miserias a cuestas, a dichos autores los podemos abordar en varias claves, una de ellas, la clave divina donde se preguntan por ese llamado Dios.
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Hace como cinco o seis columnas usted y yo empezamos a bucear en las aguas bravas y pantanosas de la obra del lusitano Fernando Pessoa. Muchos comentarios me han llegado desde entonces. Poeta, escritor inagotable. Es para estudiarlo una vida completa. Y usted y yo apenas andamos en las ramas más lejanas de su frondoso árbol.
Pero este poeta, solitario, atormentado, a ratos alcohólico; insomne todo el tiempo, dejó una obra portentosa con decenas de aristas por explorar. Una de ellas, la búsqueda de Dios, lo repito. Lea usted y a vuela pluma: “Dios personal, dios gente, de los que creen,/ ¡Existe para que yo te pueda odiar¡/ Quiero alguien a quien pueda la maldición/ Lanzar de mi alma que morí,/ Y no al vacío solo de la noche muda/ Que no me oye”.
“¡Existe para que yo te pueda odiar¡” Caramba con este escritor siempre en el borde del abismo, o mejor, siempre dentro de él: increpa a Dios de tal manera y ferocidad, de tan alta desesperanza, que le exige existir, ser real, digamos, para así poder increparlo, cuestionarlo y al final, hasta odiarlo. ¿Y acaso no es esto al final de cuentas el libre albedrio, el mejor regalo de Dios?
Y usted lo sabe y anteriormente lo he dejado por escrito: sin usted, sin humanos, no existe Dios. Nunca al revés. Por eso Dios lo necesita a usted para existir y digamos, vivir. Lea, es el Salmo 34: “Bendice mi alma a Jehová en todo tiempo... En Jehová se gloriará mi alma... Engrandeced a Jehová conmigo y ensalcemos su nombre en una sola voz...” ¿Lo nota? Dios lo necesita a usted y a mí para estar sentado en su gran trono. Y claro que usted lo observa y creo lo sabe: Dios fue creado a nuestra imagen y semejanza porque nosotros los humanos, los poetas y rapsodas de la antigüedad, ya lo vimos con Spinoza en su momento, lo inventaron (lo inventamos). No al revés.
Tengo semanas leyendo y releyendo y claro, anotando con plumón rojo al lusitano Fernando Pessoa (1888-1935), ese tipo gris y oficinesco, preñado de un insomne atroz y un talento inagotable. Todo mundo lo sabe, Pessoa tuvo a bien ser habitado por un puñado de heterónimos, los cuales, digamos, tenían vida y obra propia. Es el caso de algunos de los más famosos como Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, por citar sus heterónimos más emblemáticos. Caeiro nos da una definición de sí mismo: “No tengo ambiciones ni deseos./ Ser poeta no es una ambición mía./ Es mi manera de estar solo”.
ESQUINA-BAJAN
De entre el mar de versos para remarcar de su poesía, lea lo siguiente que cimbra el intelecto y el esqueleto: “¿Dios? Asco. ¿Cielo, infierno? Asco, asco,/ ¿Para qué pensar, si ha de acabar aquí/ El corto vuelo del entendimiento?” ¿Qué piensa usted señor de lo anterior? ¿No le mueve eso llamado alma y claro, su razón e inteligencia? Pessoa, nuestro poeta luso, escribió alguna vez: “Viajar, perder países/ ser otro constantemente”. Un escritor del cual ya no tengo su nombre en la punta de la lengua dijo: remedio contra el suicidio, el viajar. Viajeros somos todos en este mar que es el mundo y la humanidad.
Con mayor o menor fortuna, pero todos los seres humanos estamos en constante tránsito: por trabajo, por placer, por necesidad, por obligación, por temor, por sobrevivencia... todos estamos en constante movimiento, todos estamos en un trajín cotidiano que muchas veces no sabemos a dónde nos lleva muy a pesar de nosotros. Y no pocas veces en este viaje personal es cuando nos encontramos cara a cara con Dios.
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Insisto, todos los poetas que de verdad valen y han forjado su obra en la más atroz soledad (aunque estén acompañados en parcelas de su vida), nos dan perlas de sabiduría al explorar los temas fundamentales del ser humano, resumidos en aquello que decía el mexicano, suicida él, José Gorostiza: el amor, la vida y la muerte. Lea usted a Pessoa en dos versos cortos que abren puertas secretas y lejanías:
“Ya no tengo alma. La di a la luz y al ruido,
Sólo siento un inmenso vacío donde tuve alma...”
Sí, es lo que he escrito aquí un buen número de veces: el sol, el calor y sus demonios, la luminosidad asfixiante y el demencial ruido nos roban la paz, la tranquilidad, nuestra soledad y al final de cuentas...
LETRAS MINÚSCULAS
Nos arrebatan eso llamado alma...