Hablemos de Dios 197

Opinión
/ 26 octubre 2024

Edmund Wilson, a quien mucho se le debe el rescate de Francis Scott Fitzgerald, en el pórtico del volumen que compiló y al cual llamó “The Crack-Up”, en las palabras preliminares habla de cuando su compañero en una larga primavera en Princeton, le dio a corregir las primeras letras de “Shadow Laurels.” Aquí habita un personaje –¿el propio Ftizgerald?–, “el triste héroe, alguien que gustaba del aplauso pero vivía su vida solo...”.

Aunque estemos acompañados, todos vivimos nuestra vida solos. Estamos solos, lector. Algunos de manera más intensa o más resuelta, pero a la hora de enfrentar una toma de decisiones, una enfermedad como el cáncer, o de plano, la muerte, quien debe de tomar un camino de una bifurcación de muchas posibles, es uno solo. Nadie más. Ignoro si usted sea un hombre o mujer católica, metodista o bautista. Ignoro si usted sea cristiano. Pero no está de más, tenga usted la relación que tenga con Dios, los principal es orar.

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¿Cuál era un hábito cotidiano del maestro Jesucristo? orar. “Aconteció que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lucas 11.1. Ya imagina este escritor lo que los discípulos vieron en el maestro de Cafarnaúm. Su ser volcado en trance, concentrado en la oración, ni un mínimo revoloteo de insecto perturbaba su misticismo y vínculo con Dios. Su rostro de sarraceno, de judío, más hermoso que nunca y transmitiendo esa serenidad y tranquilidad ante los embates del destino. ¿Por qué estaba tranquilo el maestro? por el poder de la oración.

Lo anterior y lo siguiente viene a cuento por que mi compañero de plana sabatina, el socarrón de don Marcos Durán, ha publicado un díptico de columnas donde ha abordado a ese asesino silencioso y letal. Y claro, coincido con él en esa gazmoñería de ponerse listones o moños rosas y toda esa parafernalia que no sirve para nada. Pero, ¿si oramos lo suficiente, se pueda quitar el malévolo cáncer? Me voy a meter a la jaula del tigre sin ser domador. Le voy a dedicar al tema al menos tres columnas y voy a tratar de probar algo imposible: sí, el cáncer se puede evadir con la oración. En Estados Unidos de Norteamérica hay un grupo famoso, PUSH (Pray Until Something Happen. En traducción libre es “Ore hasta que algo suceda”). Hacer oración con tal fervor y pasión, no dude lector, como lo creen en Norteamérica, puede cambiar el mundo y puede salvar a una familia, una ciudad; orar cambia a un país. ¿Cuánto tiempo hay que orar? Volvamos al maestro Jesucristo y sus enseñanzas.

Jesucristo oraba por la mañana (Marcos 1:35), oraba por la noche y aún, toda la noche (Lucas 6:12). Uno de los llamados Padres de la Iglesia, San Agustín de Hipona, no siempre fue el santo que creemos. En su juventud, Agustín se enredó en todo tipo de depravaciones. Llegó a tener un hijo a los 16 años. Entre la taberna y la decadencia, Agustín se entregó a todos los placeres terrenos. En “Confesiones” escribió: “Señor, concédeme castidad y continencia, pero todavía no”.

ESQUINA-BAJAN

¿Cuánto tiempo hay que orar sin desfallecer? Si el bellaco Agustín antes de ser Santo, estaba entregado a la concupiscencia y los placeres de la carne, hubo un ser admirable a su lado. Su madre, en la sombra, Mónica de Hipona, ¿sabe usted qué hizo esta mujer admirable como María? Oraba. ¿Sabe por cuánto tiempo oró hasta que su hijo cambió? Nueve años seguidos. Nunca, nunca falló. Nunca dudó en no ser escuchada. Jamás dudó de su fe y jamás, jamás cejó y perseveró en su fin: orar, sólo orar para cambiar a su hijo y así, cambiar al mundo.

Y, contra lo que usted pueda pensar, orar no cosa fácil ni sencilla. El mismo maestro Jesús, el crucificado del Monte Calavera, lo padeció antes de morir y ser expuesto en la cruz de los romanos o judíos, da igual. Todo mundo lo sabe porque lo cuenta Lucas, el médico, en su Evangelio (Lucas 22. 39-47). Cuando el maestro fue a orar al Monte de los Olivos, necios, sus discípulos también le siguieron y éste sólo les hizo un encargo: “Orad que no entréis en tentación”. Pero ¡ay! de estos pálidos discípulos humanos, forjados de músculos, huesos y tendones y no de materia divina, como el maestro; cuando Jesús regresó de orar los encontró “durmiendo”, a lo cual los reprendió grandemente.

Hay dos científicos, el principal es Roger Nelson, de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, el cual tiene décadas con un gran equipo de estudio a nivel mundial tratando de descifrar si nosotros con solo pensar, visualizar a través de nuestra conciencia, podemos influir en nuestros digamos “reales” como los juegos de azar, el tiro de cubilete, dados, etcétera.

La oración es parte fundamental en la historia misma de Israel. Se ora a partir de algo que ha sucedido, por algo que está sucediendo o para que algo suceda (X. León-Dufor). En la Biblia todo mundo está orando todo el tiempo: Moisés, David, Esdras, Nehemías, Pablo, Jeremías... todos y todo el tiempo están orando. La misión de Jesús era orar. En el bautismo (Lc. 3.21), en la elección de los doce (6.12), en la transfiguración (9.29). Y como la gran señora, Mónica de Hipona, usted ore al menos nueve años. Su vida cambiará.

LETRAS MINÚSCULAS

Hay una promesa que Dios siempre cumple: su usted pide y ora con fervor y pasión, todo le será concedido. Lea usted Juan 14.14.

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