Hablemos de Dios 198
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No hay duda, siempre los muertos han sido mejores a los vivos. ¿Todo pasado ha sido mejor? Cada quien tiene su respuesta al respecto, para mí, casi lo afirmo. Es decir, casi, porque esta época en la cual vivo y existo, no la cambio por nada. Y como usted lo sabe, esas patrañas de la vida eterna ni me van ni me vienen. No me interesa en lo más mínimo. Yo con este golpe de vida tengo, no más.
Pero, le decía de los muertos. Hay muertos más vivos que los vivos. ¿Usted a quién admira vivo o muerto? ¿Quién su modelo a seguir e imitar? Admiro a muchos seres humanos. La lista es larga. Me identifico con personajes altos, venosos, angulares, sobre los cuales se pueden construir edificios. ¿Un escritor, un político? Mirabeu. ¿Un escritor químicamente puro? Son muchos, Francis Scott Fitzgerald, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez... ¿un escritor-periodista-sastre, como lo fue mi padre? Gay Talese.
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¿Un guerrero? Alejandro, el Magno. ¿Un historiador-político? Nicolás Maquiavelo. ¿Un escritor, erotómano, pornográfico y libertino? Caray, sin duda, el divino Marqués de Sade. ¿Un músico? Joseph Haydn, Johan Sebastian Bach... ¿Un personaje histórico, un ser humano, un ser divino a la vez? Jesucristo. Sin duda, el maestro Jesucristo.
Y aquí empieza la cuestión; el pedo, para decirlo en fluido castellano. ¿Cómo tratarlo: como ser humano o como ser divino? El tipo, el maestro de Cafarnaúm no es cualquier mortal, es el hombre que cambió la historia humana. No poca cosa. Sino la única cosa. Era un rebelde, un revolucionario, un Mesías; para nosotros los católicos, Dios mismo encarnado hombre para habitar entre los vivos y muertos y sentir lo mismo. Cuando empezó todo esto de la Biblia y si creemos en ello, cuando Dios le entregó a Moisés la famosa tabla de las leyes (10 mandamientos para ser exactos, los cuales varían en la misma Biblia) derivó al tiempo de Jesús alrededor de 613 leyes diarias para la vida cotidiana de los hermanos judíos.
Sin duda algo complicado. Jesús vino a simplificar a tal modo esto, que por eso fue acusado de blasfemo. Puso en práctica la famosa regla de oro y dictó cátedra una y otra vez ante los sabios de la Torah –a la cual acabo de invertirle un dineral, la encontré en una excelente librería cristiana en Monterrey. Cuesta 980 pesos el libro, pero caray, es algo inconmensurable. La Torah, lector, usted los sabe, es el Pentateuco–, enseñó en un pozo de agua (a la samaritana), salvó de la lapidación a una señorita de muy buen ver (La Magdalena), pontificó en la ciudad, en el campo...
Jesús vino a modificar el eje de la tierra y a la humanidad toda. Y toda, toda la enseñanza de Jesucristo está en los Evangelios. La enseñanza del maestro no está en los discursos alambicados de los frailes los domingos en Misa de 12. Tampoco está en los cánticos y bailes carismáticos de los hermanos bautistas o metodistas, no; las enseñanzas de Jesús están en los Evangelios para que usted los medite, los haga suyos y claro, los ponga en práctica.
ESQUINA-BAJAN
¿Sabe usted quien lo entendió muy rápido y lo puso inmediatamente en funciones? María, su mismísima mamá. Dice Lucas 2.19: “María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior.” ¿Lo notó? Meditar, reflexionar. ¿Lo hace usted, lo hago yo? No lo suficiente en mi caso. Meditar significa, en mi torpe definición, envolverse por un buen tiempo en un ejercicio y concentración con el propósito de alcanzar un nivel óptimo de comunicación y acceder a un nivel de espiritualidad la cual anide lo más posible en nuestra conciencia. Volvamos al Evangelio: “Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente que edificó su casa sobre roca.” (Mateo 7.24). Sí, sobre roca; semilla fuerte, raíces fuertes de espiritualidad, creencia y confianza y si usted lo hace, nada ni nadie lo moverá de su sitio estimado lector. Máxime en estos tiempos negros, abominables donde nuestros cimientos se tambalearon y se siguen fracturan do por la pandemia del virus de ojos rasgados.
Lo repito: de 10 leyes, se “evolucionó” a 613 leyes y códigos en tiempos de Jesucristo. Como una enmarañada Constitución Mexicana. Por ello, cuando Jesús estaba un día predicando con su sencillez en la sinagoga, le preguntaron para hacerle caer en trampa de palabras: “¿Cuál es el más grande de los Mandamientos?” a lo cual el sabio rabí deletreó a su demudado auditorio: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. Y el segundo es como sigue: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mateo 22.39) Cuente las palabras: 40. Cuarenta. Usted lo sabe: número cabalístico y simbólico.
Si usted cree en Dios hay que amarlo, respetarlo, quererlo. Y por extensión, si usted quiere a Dios, va a querer a su vecino, va a proteger al menesteroso, al desamparado; va a pagar lo justo a sus empleados, va a darles aguinaldo, va a respetar a la mesera que enseña sus bien redondeadas piernas, va a tirarle la mano al jardinero que tiene a su hija enferma... es fácil decirlo y escribirlo. Lo cabrón, claro, es ponerlo en práctica diario.
LETRAS MINÚSCULAS
“El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo”. Lucas 3.11. ¿Cuántos autos tiene en casa usted y cuántos humanos son con usted? Regale un auto, ya hay muchos en esta ciudad colapsada.