Historia de un cachondeo

Opinión
/ 2 noviembre 2023

La vida tiene sus cosas. Y qué bueno que las tenga, porque si no sería muy aburrida. Nos da sorpresas, ya se sabe, y a veces nos arrima jodas, si me es permitida esa expresión; pero no cabe duda de que la vida tiene sus cosas. Y qué bueno.

Miren ustedes, por ejemplo, el caso de aquel amigo mío de juventud. Se enamoró de una muchacha, lo cual está muy puesto en razón. Pero se enamoró de ella platónicamente, y eso ya no va por bueno camino. Yo tengo la sospecha -casi la certidumbre- de que a ninguna mujer le gusta que un hombre se enamore de ella platónicamente. Las mujeres tienen un gran sentido práctico, y saben que una de sus misiones es perpetuar la vida. Entonces lo que les gusta, y por instinto, es que los hombres actúen con ellas en los términos del claridoso refrán charro según el cual a las mujeres y a los charcos hay que entrarles por en medio. Digo.

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En el Potrero se cuenta la traviesa historia de la Tilde -Matilde, se llamaba- y el Ulogio, que se llamaba Eulogio. A Ulogio le gustaba mucho la Tilde, y a la Tilde le gustaba mucho Ulogio. Estaban hechos el uno para el otro, y no habría habido mayor dificultad para su juntamiento si no es porque el galán era muy tímido. Todos los días esperaba a la muchacha cuando iba al molino, pero nomás se le quedaba viendo, y no le decía nada. Ella pensó que Ulogio temía a los díceres de las vecinas, y empezó a irse por un camino solitario, dizque para juntar menta y yerbanís. Él la seguía a prudente distancia, y la miraba, la miraba, pero no le decía nada.

Un día, por consejo del profesor de la escuela, Ulogio le escribió “un recadito” a la Matilde, y se lo envió con un muchachillo. En el recado le decía que la quería muncho. Al día siguiente ella salió al camino más temprano. Ulogio la siguió. Cuando estuvieron lejos de las casas y él empezó a seguirla más aprisa y más de cerca pero sin llegarse a ella, la muchacha se volvió de repente, y encarándolo, con los brazos en jarras, le dijo burlona y retadora:

-Quesque mi quere; quesque mi quere... A ver, si tanto mi quere ¿por qué no mi garra y mi tumba?

Tumbar en el rancho quiere decir echar por tierra a una mujer para subírsele con propósito copulativo.

Vuelvo al otro canal. Aquel amigo mío que dije, de tiempos de la juventud, se enamoró platónicamente de una mujer. Eso, la verdad sea dicha, no conduce a nada. Y a nada condujo el platónico enamoramiento de mi amigo. Cierto día siguió a su amada ideal, a la que veía como a una doncella espiritual, etérea, llena de perfecciones y virtudes. Pensó que la muchacha iba a la iglesia, pues era la hora del rosario. No iba a la iglesia, no. Se fue por una calleja solitaria, y en una esquina se juntó con un sujeto que ahí la esperaba ya. Buscaron ambos lo oscurito y ahí se dieron un agasajo de cachondeo, magreo, guacamoleo o pichoneo que mi amigo hubo de presenciar, oculto, lleno de confusión y pesadumbre.

Con eso se le quitó a mi amigo lo platónico. En adelante actuó al modo aristotélico, es decir, con apego a las cosas de la realidad. Y casi todas las damas se lo agradecían.

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