Homenaje y vigencia de Manuel Acuña a 150 años de su muerte
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Un aniversario más del fallecimiento de Manuel Acuña, esta vez el 150. Y su ciudad lo conmemoró con un corto, pero atractivo festival cuyo nombre fue uno de los famosos versos del Nocturno a Rosario: “Yo necesito decirte que te quiero”, organizado en forma conjunta por el gobierno municipal a través del Instituto Municipal de Cultura, la UAdeC, la Taberna El Cerdo de Babel y la Secretaría de Educación a través del Centro Cultural Vito Alessio Robles. En conjunto por varias instituciones culturales y el gobierno municipal encabezado por el alcalde Chema Fraustro, el programa se efectuó del 5 al 7 de diciembre, quedando para fecha muy próxima el último acto en el que el municipio haga entrega de la Presea “Manuel Acuña” a un saltillense merecedor por su aportación significativa a la cultura de la ciudad. El eje del festival fue el homenaje y guardia de honor oficial por parte de la ciudad en la tumba que guarda los restos del poeta saltillense en la Rotonda de los Coahuilenses Distinguidos en el Panteón de Santiago.
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El Municipio se encargó de organizar el homenaje y guardia de honor en el panteón en donde descansan los restos del bardo saltillense el día 6, y en la tarde, ante el monumento a Acuña en la plaza del mismo nombre, se llevó a cabo una lectura de poesía y la participación de la Tuna Universitaria de la UAdeC. El Cerdo de Babel editó y presentó en sus instalaciones un opúsculo titulado “Lo que el tiempo Acuña”, con un texto de Arturo Villarreal y otro de Carlos Recio, ambos sobre la historia del monumento conocido como “el Ángel de Acuña”, que a fines del siglo 19 esculpiera en mármol el famoso Jesús F. Contreras por encargo del Gobierno de Coahuila, y el periplo que hubo de pasar el conjunto escultórico antes de su llegada a Saltillo y su instalación en la plaza Acuña.
En el Cecuvar se efectuó un conversatorio sobre la vida y la figura del vate Manuel Acuña con la participación de Alejandro Pérez Cervantes y esta escribidora, en el que tratamos de revertir la imagen del poeta desmelenado, flaco hasta la anorexia, ojeroso, huérfano y atormentado por la pobreza, cuyo rechazo de su amada Rosario lo orilla a terminar con su vida a los 24 años. Revisamos su infancia y educación familiar y religiosa, sus estudios en Saltillo y en la CDMX, su popularidad y travesuras de estudiante, su participación en los círculos intelectuales de la capital, su amistad con los escritores más respetados de la época, su jovialidad con sus amigos, sus éxitos literarios, sus poemas jocosos y humorísticos, su patriotismo.
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Pérez Cervantes hizo un análisis de las únicas dos fotografías originales que se conocen, una de estudio cuando tenía 16 años, tomada poco después de su llegada a la CDMX, que conserva el Cecuvar en el Archivo de don Vito Alessio Robles, y otra que la familia Acuña Narro entregó a José Farías Galindo para publicarla en su libro “Manuel Acuña”, impreso en 1971. Lo anterior con el objetivo de ver con otra mirada a nuestro bardo Acuña, el poeta que ganó la apoteosis en vida y la fama con la muerte. Sabemos que no puede derrumbarse fácilmente al ícono armado de todos los atributos del poeta romántico en que se convirtió Manuel Acuña, siendo más materialista dialéctico, pero quizás sembramos una duda sobre el mito y la realidad del hombre llamado Manuel Acuña Narro, poeta jovial, cantor de la patria y autor de versos jocosos y humorísticos, como este soneto “Todo se acaba”, que garabateó una mañana, cansado de que Nemesio Icaza, el mozo del comedor, lo despertara cada mañana para que fuera a desayunar y recoger el comedor de la Escuela de Medicina, donde vivía Acuña:
Tendido, recostado en la pendiente / de la colina verde y matizada / donde hace tiempo sorprendí a mi amada / repitiendo mi nombre dulcemente. / Ahí donde la virgen inocente, / temblando en su rubor de enamorada / me dijo, con la cara arrebolada, / que siempre me amaría. Eternamente./ Ahí me hallaba yo y ahí soñaba / la dulce dicha de mi amor, ya muerto. / La dulce dicha que tan pronto acaba. / Cuando, oyendo una voz, callo, despierto, / y era Nemesio Icaza que gritaba: /¿Se acaba el desayuno!... ¡Y era cierto!