Innovar es una condición necesaria, pero insuficiente

Opinión
/ 13 junio 2023
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Que se reconozca la existencia de un importante potencial para la innovación es una buena noticia para Coahuila. Ahora se debe trabajar para convertir el potencial en realidades

La vocación de innovar es inherente al ser humano. No hace falta sino ver a nuestro alrededor para acumular evidencia al respecto. Las personas tendemos, por regla general, a utilizar nuestra capacidad intelectual para repensar lo que hacemos, concebir mejoras y, con ello, avanzar en el sentido de eso que llamamos “progreso”.

También, por desgracia, existe la posibilidad contraria, es decir, que se utilice el intelecto para diseñar formas de retroceder lo avanzado en determinadas áreas, particularmente las que tienen como propósito garantizar la igualdad entre los individuos.

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Por ello, cuando hablamos de innovar lo hacemos en el sentido positivo del término, es decir, pensando en que los cambios planteados para modificar tal o cual aspecto de la vida cotidiana tengan el propósito de mejorar la vida en común, es decir, de hacernos más iguales.

La aclaración no es ociosa, sino absolutamente pertinente porque ello nos obliga a visualizar una característica importante de la innovación, al menos desde la perspectiva de las sociedades modernas: no se trata de un fin en sí misma, sino de un instrumento para alcanzar otras metas.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo a la ubicación de Coahuila en el ranking nacional de competitividad, en el cual el Instituto Mexicano de la Competitividad le otorga a nuestra entidad la sexta posición, al tiempo que formula un apunte relevante en ese sentido: debemos aprovechar el potencial que implica nuestra capacidad innovadora.

Y ¿qué significa aprovechar ese potencial? En primera instancia, y desde una perspectiva estrecha, generar patentes que impliquen, a su vez, la generación de riqueza, de forma que, por efecto de las reglas del mercado y la aplicación de políticas públicas, todos nos beneficiemos.

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El problema estriba en que transitar de la teoría a la práctica es bastante complejo, como ya nos lo ha demostrado sobradamente la realidad en las últimas décadas. Por ello, la determinación para aprovechar el potencial innovador debe estar acompañada, desde el principio, de vocaciones para la construcción de sociedades menos asimétricas.

No se trata, desde luego, de “castigar” a quienes, merced a su talento individual, conciben ideas que se convierten en fuentes de riqueza. Se trata de asumir desde el principio que la finalidad última de impulsar la multiplicación de este tipo de casos no es que unas cuantas personas acumulen riqueza personal, sino que el beneficio abarque a toda la comunidad.

Por ello, la existencia de potencial para la innovación es una condición necesaria para el surgimiento de políticas públicas tendientes a la multiplicación de ideas transformadoras, pero insuficiente para convertirnos en una mejor sociedad.

Debe celebrarse, sin duda, el que exista evidencia de que hay un potencial en nuestra entidad, pero eso debe dar pie al surgimiento de políticas que conviertan ese potencial en capital social y no sólo en fuente de riqueza individual.

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