Hace ya varios año que en América Latina se registran modificaciones radicales, de un período de gobierno al otro, en las preferencias del electorado. El más reciente ocurrió ayer en Argentina, donde una abrumadora mayoría decidió convertir en presidente al derechista Javier Milei.
Se trata de un resultado sorprendente por varias razones. La más importante de ellas acaso sea que el espacio político a través del cual compitió el porteño -La Libertad Avanza- no existía hace apenas tres años.
Por otro lado es necesario decir que Milei hizo campaña planteando ideas disruptivas como cerrar el Banco Central de la Argentina, adoptar el dólar estadounidense como la moneda oficial de su país, liberalizar el control de armas o permitir la libre comercialización de órganos humanos.
Pese a ello, el electorado argentino, hasta hace poco dominado por el peronismo -trasmutado en “kirchnerismo”- decidió jugársela con este economista que no cuenta casi con experiencia gubernamental, como no sea una pasantía realizada en el Banco Central cuando aún era estudiante o su reciente paso por el Congreso.
Pero el “bandazo” argentino no es el único que ha ocurrido en Latinoamérica. Antes ocurrió en Brasil, Chile y Colombia, donde los electores decidieron nuevamente virar hacia la izquierda luego de experimentar con la derecha; en Perú, donde fue depuesto el presidente izquierdista electo, o en Bolivia, donde los polos en pugna se han alternado en medio de la inestabilidad que dejó la abrupta salida del poder de Evo Morales.
En México hemos vivido, en las últimas tres elecciones, la alternancia de tres fuerzas políticas diferentes lo cual quiere decir que, desde el inicio del siglo, solamente un partido ha logrado mantenerse dos períodos consecutivos en la Presidencia de la República.
La alternancia en el poder es, en principio, un signo de salud democrática, pues ello quiere decir que la ciudadanía vota en libertad. Sin embargo, también es un símbolo de impaciencia que muestra a un electorado poco dispuesto a darle largas oportunidades a los partidos.
En el caso argentino es, además, un reflejo del hartazgo de la ciudadanía con los políticos tradicionales, algo que también ha ocurrido en México y en Venezuela, país este último en el cual Hugo Chávez llegó al poder al grito de “que se vayan todos”.
Quienes han decidido abrazar la política como un modo de vida deben leer con frialdad lo que el electorado está diciendo: no parecen tener más futuro las estrategias clásicas para conquistar el voto del electorado, pues los errores en el ejercicio de gobierno se cobran rápidamente.
Argentina pareciera estar muy lejos. Pero lo que ha ocurrido allá forma parte del comportamiento de un electorado que cada vez parece actuar con la misma lógica dentro del vecindario. Valdrá la pena seguir de cerca los acontecimientos en aquel país, donde su nuevo presidente es un auténtico “outsider” que salió de la nada.