La atmósfera: memoria suspendida
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“Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos”.- Marcel Proust
El autor de la cita que acompaña al texto, se refiere a las memorias o a los sucesos que acontecieron en un lugar específico. Pero ¿qué pasa cuando no pertenecimos a esa época o a ese tiempo?. La atmósfera que comunica un edificio depende de diversas variantes; los materiales, su tipología, los colores, los olores, el manejo de la luz y el espacio. En épocas recientes, después del movimiento moderno, en general se priorizaban las líneas rectas, la utilización del concreto, del vidrio y el acero, sin embargo, antes de eso, el material que se utilizaba para construir, era precisamente el que abundaba en las regiones, de ahí que surja la arquitectura vernácula; construcciones realizadas con materiales y métodos tradicionales y con conceptos que resolvían el día a día, tomando en cuenta el clima, el entorno pero sobre todo; respondían a la época en la que se construyeron.
Todos estos modos y maneras comunican además de los métodos constructivos, formas de ser y de sentir, guardan nuestras memorias y reflejan identidad. Esto se evidencia además en la atmósfera que se percibe al entrar a un edificio. Esta capa transparente y flexible que rodea no solo la superficie terrestre sino que circunda y existe en los espacios interiores y exteriores, se carga de referencias que nos comunican mediante elementos; una época presente o pasada y que debido a estos símbolos que pueden representarse a través materiales, tipologías y percibidos a través de todos nuestros sentidos, es decir en lo concreto, sin embargo, también pueden comunicar mediante lo intangible; el espacio que existe entre ellos.
En este espacio se genera la atmósfera de un edificio o de un sitio abierto inscrito entre objetos materiales que lo rodean y que a su vez lo dotan de significado. Los seres humanos habitamos el espacio y lo dotamos de atmósferas, no solamente el arquitecto lo hace, este es un iniciador cuando entrega su nuevo proyecto a un cliente, sin embargo, pienso que la atmósfera se construye en el tiempo y en el espacio por la cotidianidad y las memorias que se entretejen en estos lugares, provocando una pausa temporal, una memoria suspendida.
Cuando entramos en una biblioteca o en una sala de conciertos, en un memorial o en la casa de la abuela, las atmósferas son distintas, estas sensaciones se proyectan y se potencializan por el uso del espacio y esta es precisamente la clave: el uso del espacio. Al habitarlo, no solamente lo dotamos de atmósferas gracias a estas referencias que percibimos en otro tiempo por medio de nuestros sentidos, sin embargo, también al deshabitarlo; porque entre sus muros quedan las memorias pasadas, suspendidas por los recuerdos, la sensación y la certeza de que alguien más estuvo ahí en otra época y en otro contexto; social, cultural, histórico, familiar o político.
En este sentido, somos responsables como habitantes de conservar o no un espacio construido en desuso, de resignificarlo, documentarlo, de que se conozca su historia, valorarlo y si es necesario, de proyectarlo hacia el futuro. Cuando Proust menciona los tiempos, estos se encuentran inscritos en los lugares, ¿es posible extrañar un lugar? Si. En el sentido de lugar que representa nuestro arraigo en menor o mayor medida, la memoria que tenemos de ese sitio gracias a que una vez lo habitamos, ¿extrañamos los aeropuertos, las tiendas de conveniencia o las zapaterías? No. Sentimos nostalgia por las bienvenidas o despedidas que ahí sucedieron en el caso del primero, por las personas que nos recuerda o las emociones que nos evoca. De ahí la importancia de quien utilizará el espacio, público o privado, de ahí que este: el habitante, el usuario y sus necesidades, deben ser la prioridad cuando se definen sus materiales, sus circulaciones, su volumetría, su proporción, su uso y su función, es decir, cuando se gesta una atmósfera que será un contenedor de memorias suspendidas.