La competencia por el espacio público; el reto de la convivencia ciudadana
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Uno de los principales activos del espacio público es la convivencia. Esta se debe entender como un resultado permanente de condiciones adecuadas de habitabilidad y disfrute del entorno urbano. La convivencia es precisamente lo que da origen y mantiene cohesionada y funcional a una sociedad.
Sin embargo, la convivencia desde la óptica del urbanismo presenta retos importantes en nuestras ciudades. Ya sea por la creciente dinámica de conectividad virtual, que hace menos frecuente la necesidad del contacto cara a cara, o por las condiciones de la ciudad que dificultan el trato cordial y amable entre quienes ocupan el espacio público.
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En este sentido conviene recordar que el espacio público es un crisol de voluntades, aspiraciones, creencias y formas de pensar. Cada integrante del colectivo aporta un poco de su esencia a la esencia del entorno en el que habita. La mezcla de todas las aportaciones individuales es lo que construye y moldea la “personalidad” de la ciudad.
Preguntémonos lo siguiente: ¿Qué pasa cuando habitantes de un asentamiento humano se encuentran en un punto donde cada una y cada uno buscan el aprovechamiento de un bien público que no cuenta con condiciones para conciliar las intenciones discrepantes? Evidentemente, la discrepancia dará lugar a una competencia por el disfrute de dicho bien, con el consecuente conflicto por lograr el fin individual.
Esta competencia −antítesis natural de la convivencia a la que me refiero en las primeras líneas− es lamentablemente más común de lo que nos imaginamos. Sólo por mencionar algunas expresiones de este fenómeno, existe competencia entre automovilistas y ciclistas por el uso de las vialidades. Existe competencia entre personas que aprecian los valores estéticos e históricos de inmuebles antiguos y quienes desean retirarles del escenario urbano para dar paso a nuevas edificaciones. Existe competencia entre quienes quieren disfrutar de música a alto volumen en centros nocturnos y quienes requieren de la tranquilidad de la noche para poder descansar.
Se podría estimar que estas expresiones de competencia, entre tantas que más existentes, son parte de la normalidad del entorno. Si bien es cierto que siempre habrá voluntades discrepantes por el disfrute y utilización del entorno urbano, también lo es que existen límites que no se pueden ni se deben rebasar. Cuando corre peligro la integridad y hasta la vida de las personas, cuando se presenta el riesgo de perder activos patrimoniales de incalculable valor, cuando los mínimos exigibles de confort se ven trastocados, es cuando la autoridad administrativa debe hacer valer su mandato legal de proteger y salvaguardar el interés público, el bien común.
Para ello es necesario contar con reglas puntuales que establezcan con claridad esos límites que no se deben rebasar, esos mínimos que no se pueden violentar, esas condiciones que no se deben alterar. La tarea por supuesto no es sencilla, pero más allá de su facilidad, representa una necesidad de impostergable atención. Y claramente la tarea no termina con hacerse de estas reglas, es indispensable garantizar su observancia y la eficacia de sus controles.
Con lo anterior no se debe entender que la responsabilidad es exclusivamente gubernamental; por el contrario, se trata de una responsabilidad compartida en la que la Ciudadanía, en la individualidad de quienes la integramos, juega un papel fundamental, sin la que el marco jurídico devendría en letra muerta.
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Es común buscar “chivos expiatorios” cuando se identifican problemáticas propias del entorno, y regularmente el nada deseable adjetivo se le otorga por defecto a la autoridad administrativa, comenzando por la local. Pero habría que voltear a ver nuestra relación con el entorno y a quienes en él encontramos; es muy probable que encontremos una buena parte de responsabilidad personal en esas problemáticas así como la oportunidad y necesidad de hacerla efectiva.
De hecho, muchas de las acciones necesarias para la convivencia en el espacio público no dependen tanto de un vigilante externo como de una consciencia social bien desarrollada. Respetar los límites de velocidad, ser conscientes de la utilización por parte de terceras personas de los bienes públicos, ser empáticos con las necesidades y posibilidades ajenas, son ejercicios prácticos que, de realizarlos cotidianamente como parte de nuestra responsabilidad compartida, garantizarán para la ciudad que habitamos mejores condiciones con miras a un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org