Ciudad que respira: cuenca atmosférica, el gran pendiente

Opinión
/ 13 diciembre 2023

Las ciudades son el resultado de una drástica transformación del entorno que modifica el escenario original para presentar uno adaptado exclusivamente a las necesidades, creencias y aspiraciones humanas. La dinámica de estos entornos urbanizados resulta tan envolvente para quienes los habitamos que llegamos a perder noción del entorno adyacente, olvidando su relevancia para el sostenimiento de la vida como la conocemos.

Empieza a ser “visible” para la sociedad la importancia del entorno natural cuando vemos limitados los beneficios que obtenemos de él. Entre estos se encuentran la regulación térmica, la arquitectura del paisaje, las materias primas, entre muchos otros. Pero cuando hablamos de agua suficiente y de aire limpio, la importancia del entorno se vuelve bastante más notoria y la situación, por supuesto, preocupante.

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Sin menoscabar la incuestionable importancia de la suficiencia hídrica y de otros temas, hablemos en esta ocasión del aire. Su falta en un organismo vivo es realmente devastadora. Salvo casos excepcionales −derivados de un muy complicado entrenamiento− bastarían tres minutos sin respirar para que un ser humano pierda el conocimiento. Se estima que cinco minutos sin respirar provoca daños −incluso irreversibles− al cerebro, dada la alta vulnerabilidad de las neuronas a la falta de oxígeno. Más tiempo sin oxígeno supondría en la mayoría de los casos una muerte segura.

Si −aún desde la más egoísta individualidad− es tan clara la importancia del aire para nuestra vida ¿cómo es que no nos resulta evidente la importancia del aire desde una visión colectiva? De igual manera, cómo nos es tan fácil desasociar los impactos en la calidad del aire generados por nuestras actividades cotidianas de los efectos de estos en la salud pública.

Evidentemente, no sólo el ser humano sufre los impactos de un aire inadecuado para respirar. Un gran número de organismos vivos resiente aún más drásticamente los efectos de respirar aire contaminado. No es casualidad que los mineros ingresaban a los socavones con un canario o algún ave pequeña. La muerte del ave anunciaba con claridad la presencia de un gas imperceptible que eventualmente les quitaría la vida si permanecían ahí. No son pocos los casos en los que, en ciudades que presentan niveles altos de contaminación atmosférica, las aves caen muertas por los efectos de respirar ese aire contaminado.

Habitamos una ciudad que respira, porque todo ser vivo que la habita respira el aire en ella disponible. ¿Qué necesitamos hacer para garantizar la calidad del aire? Generalmente las respuestas que se nos vienen a la mente ante esta pregunta van asociadas a generar menos emisiones, mejorar los procesos de producción, reducir o evitar el uso de combustibles fósiles, sancionar a quienes generan contaminación atmosférica. Sin embargo, estas soluciones sólo abordan una parte del problema, pero otro muy importante queda sin la debida atención.

El adecuado conocimiento y gestión de la cuenca atmosférica es el gran pendiente de los gobiernos locales alrededor del mundo. Dependiendo de condiciones de temperatura y humedad así como de las concentraciones de gases y partículas suspendidas, la capacidad de resiliencia de la cuenca atmosférica variará. Pero si sumamos a estos factores las presiones urbanas, entre las que se encuentran la deforestación, la urbanización de humedales, la desecación de cuerpos de agua superficiales, el aumento de emisiones por fuentes fijas, móviles y de área, dicha capacidad de resiliencia se verá minada rápidamente.

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Desde esta perspectiva, además de continuar las muy importantes acciones de control de contaminación de la atmósfera, requerimos hacer visible la cuenca atmosférica en las políticas públicas. Esto no se satisface sólo con determinar cotas y polígonos de crecimiento urbano, o la adopción periódica de programas de reforestación. Se requiere con urgencia de una política pública local y regional, según corresponda, de restauración de los servicios ambientales que favorezcan las capacidades de resiliencia de la cuenca, lo cual sólo será posible desde su conocimiento así como del propio de los elementos que le garantizan un equilibrio ecosistémico.

Los esfuerzos presupuestales, institucionales y organizativos serán seguramente considerables, pero cada día que pase sin que los adoptemos, lo serán más. Nuestra ciudad respira y tenemos una responsabilidad impostergable en la materia; asumirla es un paso fundamental para lograr un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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