La derrota de la CTM

Opinión
/ 25 agosto 2021

El corporativismo clientelar, es decir, la formación de pirámides de obreros, campesinos y “sectores medios” para controlar a sus bases y asegurar el poder político a golpe de votos corporativos, ha sido el sostén del régimen desde que se consolidó en la cúspide del mismo, la clase política que surgió del movimiento armado de 1910 – 1929.

Bajo una fingida defensa de los derechos laborales, la CTM ha concentrado y ejercido un enorme poder político y económico durante el siglo 20 y lo que va del 21. 1. El poder de sus líderes se ha basado en dos frentes fundamentales: el voto corporativo y cautivo que controlan y les permite “negociar” prebendas con los poderes gubernamentales que así pagan su “deuda electoral” y 2. Ese poder en el terreno político
y el férreo control de sus agremiados les ha
permitido eliminar o neutralizar toda disidencia sindical y los empodera frente al sector patronal.

En el tablero sindical se juegan muchos y muy variados intereses, pero la mayor tajada siempre es para la cúpula sindical que se aprovecha de un sistema de incentivos perversos, de un círculo vicioso que los encumbra, les da poder, prebendas y mucho dinero.

Atrapado en ese sistema, el trabajador tiene que conformarse con lo que negocien en su nombre. Disentir es muy costoso, el rebelde pierde su plaza. En un país con tantas carencias, nunca faltará quien esté dispuesto a ocupar su lugar.

El poderío de la CTM ha sido tan contundente que ni la apertura comercial materializada en 1994 por el TLCAN hizo mella en el poder de la poderosa cúpula sindical. Ahora, parece estar cambiando, al menos ya tenemos una primera señal. El demagógico populismo de derechas de Donald Trump, así sea de rebote, en algo benefició a los trabajadores del sector privado en México, especialmente a los que trabajan en empresas transnacionales.

El sindicalismo estadounidense y sus líderes son fieles votantes del Partido Demócrata. Trump supo siempre que no habría de contar con el apoyo de las cúpulas sindicales, por ello dirigió siempre sus mensajes a la base electoral, enfocándose de manera especial en el individualismo y el rencor social de los desempleados o subempleados.

Sectores de trabajadores estadounidenses y el entonces presidente Trump señalaron a México como el enemigo principal. Situados en las antípodas del “internacionalismo proletario”, quisieron ver en el trabajador mexicano al esquirol que amenazaba su trabajo y nivel de vida. Con algo de razón, achacaron al Tratado de Libre Comercio de 1994 la salida de empresas de territorio estadounidense hacia México, donde obtuvieron enormes ganancias gracias a una mano de obra controlada y barata, a un marco jurídico ambiguo y laxo, y a unas autoridades corruptas o corruptibles.

Durante la redacción del nuevo tratado y la transición del TLCAN al T-MEC, el gobierno estadounidense exigió al mexicano una serie de reformas en el frente laboral y una reforma laboral, ya en tiempos de López Obrador, con objeto de evitar la “competencia desleal”. Si México seguía ofreciendo mano de obra barata como principal atractivo para la inversión, difícilmente podrían retenerse más empresas en territorio estadounidense. El gobierno estadounidense exigió al mexicano que hiciera cambios en el régimen salarial y sindical: Democracia sindical y estándares salariales mínimos, con objeto de evitar ventajas desproporcionadas para México. Digámoslo con todas sus letras, los salarios de hambre y el control sindical fueron, entre otros factores, la moneda de cambio que atrajo tanta inversión extranjera, en muchos sentidos, lo siguen siendo.

La lógica es simple, una dirigencia sindical auténtica defiende los derechos de sus agremiados, permite aflorar las verdaderas exigencias de la clase trabajadora y puja por estándares laborales que, con el paso del tiempo, puedan elevar el nivel de vida. Al menos en este frente, una empresa que busque donde invertir no tendrá el incentivo perverso de poder ofrecer salarios de hambre.

La primera demostración de ello tuvo lugar en la General Motors de Silao, en Guanajuato. Amparados por el mecanismo de consulta que prevé el T-MEC, 5 mil 876 trabajadores acudieron a votar para definir si la CTM conservaba el control de su contrato colectivo. Durante dos días, la mayoría estuvo votando, y 3 mil 214 optaron por terminar el contrato con la CTM que encabeza Tereso Medina. La derrota de la CTM en Silao sienta precedente y puede significar el inicio de algo positivo. Bien planteada, la libertad económica y la libertad política
son muy buenos socios y producen buenos resultados.

@chuyramirezr

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