La economía del arte o la brecha entre la creación y el mercado
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El arte, a menudo vinculado a su capacidad de elevar el espíritu y a sus aspectos simbólicos, también se presenta como una mercancía en los grandes circuitos del mercado. Este escenario es habitado principalmente por ese privilegiado uno por ciento de la población mundial que concentra la riqueza del planeta. Sin embargo, el posicionamiento de esta riqueza millonaria no siempre beneficia directamente a los artistas, especialmente aquellos que no alcanzan la deificación mediática de figuras como Damien Hirst, Jeff Koons o incluso Ai Wei Wei.
Esto es importante cuando consideramos que una simple representación de una semilla de girasol en porcelana del afamado activista de origen chino, pintada a mano por artesanos en China (de esas que por millares llenaron la sala de turbinas del Tate Modern y cuyo polvo causó alergia a los visitantes), en 2012 llegó a valer $27.58 dólares. Es evidente que al mundo del arte le interesaba la referencia a la cantidad en el caso de las diminutas piezas de porcelana de Ai Wei Wei, así que no se vendieron sueltas, sino en frascos de edición limitada que contenían 1,000 semillas. Cada semilla fue entonces objeto de una inflación de 458% en tan solo tres años, ya que en 2009 cada una valía $5.60 dólares (García Vega, 2012). Pero, no todo ese dinero va al artista sino a los intermediarios, las casas de subastas, los especuladores del arte, los galeristas, las grandes ferias...
En este contexto, surge la pregunta crucial: ¿por qué la mayoría de los artistas visuales, en general, continúan siendo un gremio explotado, con remuneraciones sustancialmente inferiores en comparación con otras profesiones como los médicos o los ingenieros? A medida que observamos la estructura del sistema, se plantean cuestionamientos sobre quiénes se benefician real y exponencialmente de esta dinámica económica rapaz y si existe una posible vía para la remuneración justa de los artistas.
Acabados los tiempos del mecenazgo real y eclesiástico, quedan solo contados casos privados de mecenas; este gremio tiene que luchar por vivir dignamente a través de su producción que también es un trabajo, como los otros, pero que nuestro sistema de valores que mercantiliza todo, no alcanza a valorar como tal (o sólo cuando le conviene).
Comparando la situación de un pintor o grabador con la de un músico, surge una diferencia sustancial. Mientras los músicos pueden recibir salarios por su participación en orquestas o grupos, los artistas plásticos a menudo carecen de estas oportunidades. La pregunta sobre quiénes son los compradores y por qué el sistema de producción artística no es reconocido en los tabuladores salariales se vuelve esencial para comprender esta brecha.
En un intento por encontrar soluciones, se plantea la posibilidad de que el sistema de producción del arte incluya un modelo salarial. Aunque esta idea podría garantizar ingresos más justos para los artistas, también plantea desafíos, ya que la propiedad de la obra podría desplazarse del artista al financiador. Este enfoque resalta la necesidad de repensar y reformar la economía del arte para garantizar la dignidad y sostenibilidad de los artistas en la actualidad.
La explotación en la economía del arte revela una brecha significativa entre la creación artística y su valor en el mercado. Mientras que la narrativa del mercado favorece a unos pocos privilegiados, muchos artistas enfrentan la realidad de la supra valoración y la falta de reconocimiento económico. La pregunta persistente sobre quiénes son los verdaderos beneficiarios de esta dinámica y sus inequidades resuena en el mundo artístico. La reflexión continua sobre la economía del arte es esencial para construir un sistema más justo y sostenible para todos los actores involucrados en el proceso creativo.