La Guadalupana en Saltillo
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Año con año, los saltillenses peregrinan en grupos al Santuario de Guadalupe para conmemorar las apariciones de la Virgen Morena en el cerro del Tepeyac en el año de 1531. En 2002, casi cinco siglos después, el papa Juan Pablo II hizo un viaje especial a México para culminar aquí la canonización de un humilde indio mexicano de nombre Cuauhtlatoatzin, bautizado en la fe católica como Juan Diego, a quien se apareciera la Virgen Morena y le llamara “El más pequeño de mis hijos”. La visita de Su Santidad fue de importancia trascendental para México y toda la América Latina al inscribir el Papa a Juan Diego en el Catálogo de los Santos y, a partir de ese momento, subirlo a los altares como el primer santo indígena de América Latina.
A casi cinco siglos de distancia del milagro del Tepeyac, desde nuestro País emergía un nuevo culto en la persona del segundo protagonista de las apariciones guadalupanas. En la ceremonia, el mensaje central de Juan Pablo II fue: “Se debe seguir impulsando la construcción de la Nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación con sus orígenes, valores y tradiciones”. Más claro no se puede. Quiso decir el pontífice que la Iglesia reconoce a los indígenas, que también son hijos de México y en consecuencia también viven bajo el manto estrellado de la Guadalupana.
Históricamente, la canonización, sin precedentes en la historia de la fe católica mexicana, confirma dos aspectos importantes. Por un lado, que apoyados en la Virgen Morena los primeros grupos de misioneros franciscanos pudieron extender las fronteras cristianas en América hasta los confines de los desiertos de Santa Fe por el norte y hasta la Tierra del Fuego por el sur, sembrando en los “naturales” el cristianismo a partir del amor a la “Virgen madre de Dios y madre de todos nosotros”. El fervoroso culto quedó manifestado en la enorme cantidad de santuarios dedicados a la Virgen María, partiendo del Tepeyac y desde las cumbres andinas del Alto Perú, a las riberas del lago Titicaca y Copacabana, descendiendo hasta las pampas del sur en otros sitios de devoción y milagros, como Caacupé en Paraguay, Itatí en la región del Paraná y Luján en las llanuras de Argentina.
Por otro lado, el hecho también acabó de despejar las dudas que sobre el milagro del Tepeyac pudieran subsistir como resabios de la llamada “Controversia guadalupana”, famosa polémica surgida en la segunda mitad del siglo 19 entre connotados intelectuales mexicanos, unos a favor y otros en contra del suceso, que históricamente ya había marcado un hito tanto en la evangelización del Nuevo Mundo como en la entronización de la Virgen de Guadalupe a partir del estandarte que con su imagen blandió el cura Hidalgo en las luchas por la Independencia de México.
Si algo conmueve a los mexicanos es la Virgen Morena, un culto que no cambia con el tiempo. A su Santuario en Saltillo, como en todo México, acostumbraban peregrinar desde los más rudos boxeadores y los más humildes boleros hasta los empresarios y los dueños de negocios con todos sus empleados. Las instituciones educativas católicas hacen lo propio, y todos los gremios que tengan alguna representación. Los cambios en esta hermosa tradición, que se hayan dado el año pasado o estén por darse este año, los impondrá la contingencia sanitaria por el COVID-19.
Los cantos de los peregrinos, los mismos desde que esta escribidora era una niña, resuenan al paso de las peregrinaciones y en las cercanías del Santuario de Guadalupe: “Desde el cielo una hermosa mañana, desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupana, la Guadalupana bajó al Tepeyac...”. “Vamos con el alma llena de entusiasmo a luchar, porque la Virgen Morena ya reina en el Tepeyac, porque la Virgen Morena ya reina en el Tepeyac...”.
Los mismos cantos, la misma fe que no cambia, que no se acaba...