La importancia del mérito y el talento
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En la entrega anterior realizamos el análisis de la inoperancia de los gobiernos, en cualquiera de sus diferentes niveles de estructura, por la simple razón de la ausencia de coherencia entre puestos y backgrounds, en una palabra, de la meritocracia.
No del todo, pero en mucho, esa es la respuesta de porque seguimos en las mismas en temas de pobreza, desigualdad, inflación, corrupción, combate a la pandemia y lo que quiera, simplemente porque no están los que debieran de estar.
Como decía Platón en “La República”, la justicia es que cada quién haga lo que le corresponde hacer; y es muy simple, no lo hacen en muchos casos, no porque no quieran, sino porque no están capacitados o simplemente no saben qué hacer. Gobiernos de “compas”, gobiernos de amigos, gobiernos de oportunistas.
Todo el tiempo nos lo dicen los candidatos en campaña: “estarán los que tienen que estar”, “estarán los mejores”. Sí, por supuesto, los mejores amigos, los mejores cómplices, los que mejor entienden el concepto de lealtades contradictorias, en fin. Ni son lo que dicen que son, ni son quienes deberían de estar.
Y cada final de sexenio o de trienio, ahora hasta de segundo periodo, aparecen los lamentos de la ciudadanía sobre lo que no hicieron, se llevaron o dejaron de hacer. Que quede claro, si no tienen la competencia no pueden dar lo que de quien está en tal o cual cartera, se espera. En palabras simples y llanas, “no se le puede pedir peras al olmo”. No las va a dar.
Por una razón muy simple, casi siempre nos gobiernan los mismos, los parientes o los amigos de esos mismos. Al final, el tema de la responsabilidad es el ausente. Por eso Robert Nozick, en su libro “Anarquía, Estado y Utopía”, afirmaba que “el culpable de todos los desastres es el Estado”. Los estados en su mayoría han operado –son los más– sin entender que la responsabilidad es fundamental en el ejercicio de la libertad.
Dicho de otra forma, hacernos responsables de hacer lo que nos toca hacer traerá como sumatoria una sociedad justa, misma en la que no vivimos; vivimos en un Estado obeso, con altos y excesivos impuestos y la irresponsabilidad galopante de quienes lo representan; esto ha traído como consecuencia una sociedad colapsada en lo cultural, educativo, social, económico, sanitario y, por supuesto, en lo político.
Otro problema es que en cada gobierno hay un nuevo comienzo. Los proyectos en muchas ocasiones, si los hubo, no tienen continuidad porque se sienten distintos, porque hay que desmarcarse de los anteriores, pero sobre todo porque “no somos iguales”, dicen. Hay que marcar diferencia, y de verás que la marcan. Los resultados siempre son los mismos. Invariablemente con los camaleones profesionales que están por todas partes aparece la opacidad y la impunidad. Acuerdos para no tocarse, ni con el pétalo de una rosa, es la parte final de su participación. Y a volver a hacer fila.
Sólo para aclarar y no se malentienda. Por Estado nos referimos a una comunidad con una organización política común y un territorio con órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades. Es decir, no nos referimos solamente a lo federal, sino a lo estatal y por supuesto a lo municipal. En ese sentido, el papel del Estado es proteger la vida de los ciudadanos y garantizar el bien común, no el de ser el culpable de los desastres de una sociedad.
Insisto, los medios podrán decir lo que ellos quieran, sobre todo cuando afirman que tenemos al mejor presidente de la República o al mejor gobernador de un estado. O que nunca en la historia de la humanidad había existido un alcalde como el que ahora se tiene. Finalmente, los medios pueden decir lo que les da la gana porque los protege el artículo 6 y 7 constitucional. Lo cierto es que nunca podrán desmentir el estado que guarda una sociedad como la nuestra, donde hay grandes y graves vacíos en todas sus dimensiones.
Ahí está el punto neural de la tragedia mexicana, en la falta de un compromiso sincero con el trabajo que se desempeña y en haber asumido puestos donde no se tiene el perfil idóneo.
Por eso es más importante el mérito que la amistad o los compromisos creados por quienes fueron elegidos. Junto con el mérito, la integridad, la sensibilidad, la conciencia social que muchos no tienen porque no se les educó para el servicio al otro. Apostemos al mérito y al talento, no al amiguismo y a los intereses creados. Los servidores públicos no son servidores del rey, son servidores nuestros y esa ha sido una responsabilidad que no hemos tenido en cuenta. ¿Aún seguimos pensando que cuando elegimos a un servidor público no nos jugamos el futuro? El futuro nos alcanzó. Así las cosas.
fjesusb@tec.mx