La liquidez del Holocausto
Sahoá es el término hebreo que la comunidad judía acuñó para referirse al Holocausto. Su significado en español es polisémico (catástrofe, el gran ruido, destrucción, tormenta, etcétera); no obstante, todos sus significados hacen referencia al sentimiento de miedo que ahogaba a la colectividad judía en el tiempo en que el régimen Nazi, liderado por Adolf Hitler, controlaba gran parte del continente europeo.
Teniendo como contexto histórico el final de la Segunda Guerra Mundial, el 27 de enero de 1945 llegaron a Auschwitz, el campo de concentración y exterminio más grande de Polonia, las tropas soviéticas. Este acontecimiento significó para las personas sobrevivientes el final de una pesadilla y el desenlace de un episodio obscuro en la historia de la humanidad. Sin embargo, para el resto de la humanidad, el genocidio semita representó el golpe de realidad más duro que el mundo presenció en el siglo XX.
De acuerdo con las cifras estimadas por quienes han estudiado este acontecimiento histórico, más de un millón de vidas humanas fueron arrebatadas en aquel lugar escondido entre el bosque polaco. No obstante, más allá de los números, el mundo perdió mucho más: el sentido de humanidad.
En palabras del sociólogo Zygmunt Bauman (2004), “el Holocausto es una ventana, y no una pintura”. Efectivamente, el Holocausto no es una simple obra artística que se exhibe en el pasillo de las catástrofes históricas del mundo y en la que podamos apreciar a las víctimas y los perpetradores de allá y entonces. Se trata más bien de una ventana, en la que basta asomarse para percibir la maldad que permanece viva, pues los efectos y las consecuencias de aquella atrocidad retumban todavía en el presente. Es una ventana en la que por más difícil que nos parezca, todas las personas debemos echar un vistazo para darnos cuenta de que aquel mundo también fue y continúa siendo nuestro mundo.
El pensar que el Holocausto fue un acontecimiento histórico aislado en Europa, automáticamente nos hace lavarnos las manos y pensar que cuanto más culpables fueron ellos, más a salvo estamos nosotros. Pero hace falta preguntarnos si ¿los usos contemporáneos han cambiado?; o si, por el contrario, ¿nuestros comportamientos y pensamientos continúan siendo análogos a aquellos de los regímenes absolutistas?
Atribuirle el adjetivo calificativo de liquidez al Holocausto es reconocer la capacidad que el odio irracional ha tenido para disfrazarse y trasladarse a distintos escenarios en la historia de la humanidad y tomar como victimas a distintos grupos de personas. En Ruanda, los tutsis (1994); en Camboya, los mismos camboyanos (1975); en Bosnia, los musulmanes (1995); en Irak la población yazidí (2014); en Birmania, el pueblo Rohinyá (2017). Si bien, cada uno de los casos mencionados tiene sus particularidades, también es posible percibir un elemento en común: el miedo a la diferencia y la intolerancia a lo desconocido.
Cada año, desde el 2005, la comunidad internacional, conmemora el 27 de enero como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Esta fecha sirve para rendir honores a todas aquellas personas que fueron víctimas de un discurso antisemita que les arrebató la esperanza de vivir; pero también constituye un día para recordarnos que la maldad existe, que se puede manifestar en la voluntad humana y que es capaz de materializar nuestras peores pesadillas: ser perseguidos, torturados y asesinados por ser quienes somos.
Al entrar al Museo y Memorial de Auschwitz-Birkenau lo primero que se aprecia es la famosa frase de George Santayana (1905) “aquellas personas que no recuerdan el pasado, están condenadas a repetirlo”. Es una frase corta, pero llena de fuerza; una frase que aislada podría pasar desapercibida, pero que contextualizada retumba en el subconsciente y genera una ola de sentimientos; una frase que tendrá que ser repetida mil generaciones más, porque al parecer, el mensaje no ha sido tan fuerte como debiera y el conocer la historia no nos ha eximido de volver a cometer los mismos errores del pasado.
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Y es que entonces no basta con solo conocer la historia. El conocimiento histórico debe de ir acompañado de reflexiones y acciones en el aquí y ahora. Aprovechemos la oportunidad que este día nos ofrece para aprender a ver nuestros actos y palabras como potenciales disruptores de la paz social. Tengamos presente que el odio y la pasividad ante situaciones injustas, son el clima perfecto para que nuevos modelos de Holocaustos se gesten en nuestra sociedad moderna. Y lo más importante, seamos capaces de comenzar a aprender el arte de convivir con las diferencias, disfrutar de ellas y aprovecharlas; verlas como una riqueza y no como una amenaza.
El autor es auxiliar de investigación en el Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos.