La orquesta: Una danza en sintonía con el universo

Opinión
/ 30 octubre 2023

Todo está en silencio y el escenario es habitado por muchos cuerpos que iniciarán un diálogo, para entonces ser uno sólo y llevarnos a otro tiempo y espacio.

La música de orquesta tiene un lugar especial en mi corazón; cada instrumento que le conforma, la intención de sus sonidos, la suavidad o intensidad que puede evocar en el espíritu, me parece absolutamente sublime.

Es así que el jueves pasado asistí al Teatro de la Ciudad para presenciar a la Filarmónica del Desierto, bajo la dirección del maestro Natanael Espinoza, donde presentaron un programa compuesto por la Obertura de Tannhäuser, de Richard Wagner; el Concierto No. 4 para piano y orquesta en Sol mayor, op. 58, de L. V. Beethoven; y la Sinfonía No. 1 en Do menor de Anton Bruckner.

Pensaríamos que la orquesta es solo la música que escuchamos, pero si observamos un poco más, podemos darnos cuenta que es también un cuerpo que danza. Cada instrumento tiene una forma particular de ser ejecutado, lo cual obliga al cuerpo del músico a salir de su cotidianidad para poder generar la voz del instrumento que dialoga con los otros; así se crea una coreografía de cuerpos y sonidos que crean efímeramente un momento que se desvanece al mismo tiempo que es ejecutado, la maravilla de las artes vivas.

$!Natanael Espinoza dirigió este concierto de temporada de la OFDC.

Siendo niña una de las curiosidades más grandes que tenía era que al escuchar la música quería entender qué movimiento ocurría para que ese sonido específicamente saliera del violín, el piano, la guitarra, etc... También quería saber cuáles instrumentos eran, pues cada uno me causaba una sensación particular, y a la hora de jugar a bailar, me imaginaba cosas diferentes. He de confesar que me gustaba jugar a que era una princesa de la época victoriana corriendo por el castillo, mientras escuchaba Radio Concierto.

Entonces mi curiosidad me llevó al intento de tocar diversos instrumentos: el piano, el cello, el violín, la guitarra, la jarana y el djembé, intentos casi completamente fallidos, para ser honesta. Sin embargo, logré satisfacer mi curiosidad sobre la conexión entre el sonido y el movimiento. Ahora entiendo cómo se genera y escucha un vibrato, adoro la conexión que existe entre el cello y el corazón, cómo se abraza totalmente con el cuerpo, y disfrutar del invisible preludio de las manos al piano cuando debe haber aire para respirar; jamás se pierde la conexión pese a la falta de sonido.

Es por esto que al escuchar a la orquesta todo mi cuerpo está absorto, completamente atento a lo que cada parte va generando. Estoy en la expectativa total, con una mirada enfocada a observar los movimientos singulares que acompañan a los músicos; observo sus miradas, sus silencios, cómo escuchan a los otros miembros de la orquesta, cómo sostienen un movimiento o lo intensifican y, por supuesto, a la figura que más me intriga: el director de orquesta.

Esta persona para mí es cien por ciento movimiento, y creo que viaja en tiempos cuánticos, pues para dirigir tendría que estar escuchando en su cabeza de manera anticipada cuáles son los sonidos que se ejecutarán, y a través de su coreografía da el mensaje a todos los instrumentos sobre cómo el sonido va a dialogar. ¿Qué piensa un director de orquesta? ¿Qué hay en su cabeza y cómo están codificados los movimientos-sonidos? ¿Cómo siente y cómo viaja el sonido por su ser?

$!El joven pianista veracruzano Elías Manzo fue el solista invitado de la noche.

Como les decía, de todos los instrumentos el que mejor entiendo en mi cuerpo es el piano, por lo cual fue maravilloso ver y escuchar a Elías Manzo, quién participó como solista con el Beethoven. En cada pieza hay un ritmo en el cuerpo, y se puede escuchar la intencionalidad de las emociones en la vibración de las cuerdas del piano, puedo entender cuando cierra los ojos y no está en el escenario, está en un lugar que ha construido durante horas y horas en que su cuerpo y sus dedos se han conectado con sus oídos y su espíritu, ese lugar al que se llega sólo a través de la ejecución y la interpretación del sonido y el silencio, como una respiración.

Durante el Big Bang aconteció la inflación cósmica que vino a inyectar energía en el plasma originario y se generaron ondas sonoras. Este plasma se comportó como si se tratara de un instrumento musical. Así que las vibraciones que viajan cuando presenciamos música en vivo es la experiencia de la creación del universo, la danza del cosmos frente a nosotros desvaneciendo mientras atraviesa cada partícula de nuestro ser.

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