La palabra en tiempos de crisis
El escritor israelí David Grossman, en su libro “Escribir en la Oscuridad”, vertió valiosos conceptos sobre la libertad con que se ejercita este bello oficio en tiempos oscuros. Las palabras adquieren connotaciones distintas cuando se encuentra el escritor en medio de un conflicto y su manera particular, privada para muchos, también es diferente.
Reflexiona: el escritor si está alegre, escribe textos ganados en la imaginación; si está triste, los rastrea de sus recuerdos.
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Cuando caen las sombras a un país, la vida cotidiana se ve trastocada en todas sus manifestaciones y una de ellas, esencial, la forma de comunicarse, en la cotidianidad, a través del lenguaje.
Se impone, desde las altas esferas públicas, desde los entes propiciadores del conflicto, un lenguaje que va permeando entre los habitantes hasta alcanzarlos: historias aparentemente simples que dan lugar a interpretaciones dirigidas por los poderosos para atraer simpatía y adhesión.
Al ciudadano se le orienta al cliché y al estereotipo y, con ello, al odioso prejuicio. Grossman lo define: “Generalizaciones en las que nos encerramos y atrapamos al enemigo”. El discurso en contra del otro, en contra de lo diferente, de lo que se inventa potencialmente riesgoso. El discurso así elaborado funciona.
Lo que sigue es echar a andar la maquinaria e insistir en ello una y otra vez. Hay palabras clave que han de pegarse en la mente del gobernado porque etiquetan y, con ello, califican y clasifican. No necesitan ser muchas, se ha aprendido desde la esfera del poder. Lo importante es que caigan efectivamente de cuando en cuando, acelerando la frecuencia en el momento en que sea necesario. Para algo existirá luego el apartheid en todas sus funestas posibilidades e implicaciones. Alejar a lo distinto, hacerlo a un lado.
Así las escuchamos repetirse en momentos en que un tema pone en peligro decisiones tomadas que llegarán a la población, afectándola. Cuando uno y varios miembros de la sociedad y los propios medios de comunicación protestan replicando argumentos en contra de tal o cual decisión, las palabras claves se escucharán con mayor frenesí por el dueño de la alta tribuna.
No apagan las críticas en una primera instancia, pero las envuelven en nebulosas gasas para lograr que no sean bien percibidas por la gente. Y luego... se olvidan.
Muy adecuado a los tiempos que corren es recordar de nuevo aquí el libro “La Rebelión de la Granja”, de George Orwell, donde unos mandamientos escritos por los nuevos dirigentes del lugar van siendo vulnerados hasta quedar no sólo irreconocibles, sino contrarios completamente a lo establecido en un primer momento, buscando el beneficio de todos los animales.
Y con el uso de la palabra maniquea, manipulada, lograr el efecto deseado, apostando a la desmemoria de muchos y a la conveniencia de unos pocos: así, cuando en la granja se estableció como mandamiento que no serían bien vistos los animales de dos patas, haciendo alusión a los anteriores dueños humanos, las ovejas, esa representación de la ignorancia absoluta, terminan cantando loas al animal de dos patas cuando los cerdos, máximos dirigentes, se atreven a andar ya no en cuatro, sino en sus dos patas traseras: “¡Cuatro patas buenas, dos patas mejores!”.
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El mandamiento “Todos los animales son iguales” se transformó, manipulando a la población de la granja, al “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.
Historias que van apegadas a la vida real y cotidiana, y donde la manipulación de la palabra lleva a pocos al desconcierto y a muchos a la falta de entendimiento por ignorancia, escuchando al controlador decirse “feliz de que el periodo de malentendidos haya terminado”, como el Napoleón de la granja.