La producción social del hábitat
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Uno de los conceptos que conviene recuperar con más fuerza en la normatividad local es la producción social del hábitat. Esta forma de hacer comunidad consiste en la forma en que la ciudadanía participa activamente en el diseño, creación y gestión de su entorno, lo que incluye vivienda, infraestructura y espacio público.
Esto supone de procesos autogestivos, es decir, son las y los ciudadanos quienes conducen las dinámicas y lideran los momentos de producción del espacio urbano, evitando depender, por ejemplo, del mercado inmobiliario.
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El proceso se basa en la búsqueda de la satisfacción de necesidades a la medida, dado que se responde de manera directa e inequívoca a las inquietudes e intenciones de la comunidad. Se consideran diversos aspectos propios de la comunidad, entre estos los culturales y los sociales, además de que se ajusta a su capacidad económica real.
Para esto último, se echa mano de recursos locales, lo que no se limita a los recursos materiales. Los conocimientos tradicionales, las habilidades artísticas, las técnicas en la producción del hábitat, entre otros, son también activos valiosos para esta forma de producción urbana.
Evidentemente, uno de los aspectos más relevantes en la producción social del hábitat radica en la participación comunitaria. Para que sea posible se requiere de un alto nivel de involucramiento ciudadano, lo que incluye los procesos de toma de decisiones con perspectiva de comunidad por parte de quienes habitan el lugar. Esto debe ser una constante para todas las etapas del proceso, desde el diseño hasta la materialización del concepto.
Uno de los insumos, que se traduce también en consecuencia de la adopción en la producción social del hábitat, es el fortalecimiento comunitario. Al construir el espacio habitable desde procesos participativos, colectivos y subsidiarios, se construye y consolida el capital social. De igual manera se fortalece la identidad comunitaria y se mejora de manera importante la capacidad de organización al interior de la comunidad, evidenciando el potencial de la organización a nivel de calle, de barrio, de colonia, de comunidad.
Es un proceso que pone en el centro a la colectividad, incluso desde la perspectiva individual, anunciando y enfatizando su papel de protagonista activo en la creación de los espacios en los que habita, convive y hacen comunidad, es decir, un proceso de transformación social desde las bases.
Las autoridades locales pueden encontrar en esta forma de desarrollo un componente altamente conveniente en la gestión urbana, no sólo por lograr modelar el espacio público a partir de la genuina voluntad ciudadana, o por atender de manera puntual y precisa las necesidades de quienes habitan un sector de la localidad. Resulta también altamente conveniente porque inyecta vida a la identidad local, reforzando el tejido social, con todas las enormes ventajas que esto supone desde muy diversas perspectivas.
Para ello, las autoridades locales −particularmente los ayuntamientos recientemente electos en Coahuila− tendrán la inmejorable oportunidad de revisar las políticas públicas y el marco jurídico vigente para adoptar a lo largo de su gestión distintos mecanismos que permitan la producción social del hábitat.
Una de estas opciones consiste en adoptar políticas de vivienda inclusiva. La generación de bolsas de fuentes diversificadas para el otorgamiento de subsidios, créditos y asistencia técnica y operativa a comunidades organizadas para la autogestión de proyectos de vivienda, incentivando el desarrollo de comunidades, como sucede con el tequio en el centro-sur del país.
La generación de espacios participativos para la creación colaborativa de planes parciales de desarrollo comunitario es otro mecanismo eficaz. La aplicación de metodologías participativas ayuda de manera importante a incorporar la visión y el sentir de la ciudadanía en la forma de modelar el entorno.
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De igual manera, la adopción de normas administrativas locales que reivindiquen la implementación de técnicas endémicas y el uso de materiales constructivos propios de la región, ayudará a reducir los costos constructivos y favorecerá el rescate del conocimiento tradicional de vivienda adecuada al clima y espacio que se habita.
La producción social del hábitat como una alternativa eficiente, conveniente y redituable para el desarrollo de nuestras comunidades, es un activo de enorme relevancia en el camino hacia un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org