La seducción del poder
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El padre Solalinde −benefactor de los migrantes y hoy muy cercano al poder−, a finales de diciembre pasado expresó públicamente que el presidente López Obrador “tiene rasgos de santidad” y remató agregando que “Dios nos bendijo con un presidente como el que tenemos”.
La hoy senadora Olga Sánchez Cordero, en una reunión que tuvo con un grupo de personalidades de los medios de comunicación, así como con los directivos de la Sociedad Interamericana de la Prensa (SIP) al inicio de este sexenio, siendo secretaria de Gobernación, expresó: que nadie había protegido más la libertad de expresión que el presidente López Obrador. Además, añadió que es un gran historiador. Esta descripción refleja gran admiración.
¿Cómo afecta el poder sobre la percepción de quienes están muy cerca física y afectivamente de quien lo ejerce?
La acumulación de poder que pretende el Presidente y la idealización de su persona −que hoy hacen sus seguidores− genera el mayor riesgo que tiene su proyecto político. Quien termine siendo el candidato de Morena a la presidencia de la República se verá “chiquito” en comparación con él. Por ello podemos entender que este es un proyecto unipersonal, que naufragará cuando el Presidente deje el cargo.
Puede ser que al presidente López Obrador le alcance su carisma para inducir el voto de un amplio sector de seguidores hacia el “ungido” por el dedo divino −en alusión al tradicional “dedazo” característico de los presidentes priístas del siglo 20−, fenómeno hoy repetido en ese gobierno.
Sin embargo, cuando el candidato morenista que llegue a la presidencia se quede solo en el ejercicio de poder, parecerá una caricatura de su antecesor. Por ello, entre más grandiosa sea la imagen del presidente López Obrador −al grado de que se le idealice como un ser excepcional−, más grande será el abismo que le separe de su sucesor, sea quien sea y éste difícilmente podrá gobernar con apoyo popular como hoy lo hace Andrés Manuel. Por tanto, ese será el fin de la 4T.
Entendamos que el poder se puede heredar, pero el liderazgo se construye de modo personal como un “traje a la medida”.
No hay razonamientos que puedan convencer a quienes de modo emocional e intuitivo confían en el Presidente, respecto de los daños a la salud pública provocados por un ineficiente Insabi, así como los graves riesgos derivados de la inseguridad provocados a partir del empoderamiento de grupos criminales que generan violencia en contra de la sociedad.
La aprobación pública cercana al 70 por ciento responde a factores emocionales vinculados al carisma del Presidente y no hay indicios de que esto cambie de aquí al final del sexenio.
La historia nos muestra que ningún presidente mexicano ha podido gobernar a través de su sucesor, aunque lo haya deseado. Más bien, para gobernar todos los mandatarios anteriores se han tenido que deslindar de su antecesor, incluso al grado de distanciarse.
Esto significará para su sucesor −si es un morenista y militante de la 4T− un referente perverso que le debilitará, pues difícilmente podrá llenar las expectativas de los hoy seguidores del Presidente. Le quedará muy grande “el saco” y eso significará una debilidad insuperable. Entre más grande e idealizada sea la imagen de López Obrador después de su mandato presidencial, mayor será la fragilidad de su discípulo y sucesor. ¿A usted qué le parece?
@homsricardo
Presidente de la Academia Mexicana de la Comunicación