La tragedia de Gaza y Palestina
Empiezo recordando al filósofo francés Vladimir Jankélévitch que, al terminar la Segunda Guerra y opinar sobre el holocausto, la desgraciada historia de los judíos europeos, lanzó su ofensiva: Nunca se deberá perdonar al pueblo alemán. ¿Dijo al pueblo? Sí. Mostró datos de que los alemanes, aunque no hubieran estado en el partido nazi o en los campos de concentración eran culpables porque sabían. Sobraron reclamaciones. Un joven alemán escribió en periódicos y fue a París a dialogar con el filósofo: “Yo era un niño pequeño cuando la guerra, ¿por qué me culpa?”.
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Tiempo atrás, Jankélévitch publicó su magnífico “El Perdón”. Se pregunta si debemos estar siempre enojados por cuestiones que sucedieron en el pasado. Trataba sobre olvido, memoria y justicia. Luego del holocausto publicó “Lo imprescriptible: ¿perdonar?”, y ahí es donde dice que el crimen no fue de Hitler y los nazis, sino de los alemanes.
Jankélévitch a la vez era concertista de piano a nivel europeo: el mejor intérprete de Robert y Clara Schumann. Era, también, el gran conocedor de la filosofía alemana: Kant, Hegel, Marx, Feuerbach, Schopenhauer, incluso Nietzsche y Freud. Pues así, nada más, siguiendo su propio fallo, dejó de citar a cualquier alemán y no volvió a tocar a Bach, Mozart o Beethoven, por ser alemanes. Claro que estaba echando a la basura lo adquirido en décadas de trabajo. Sin embargo, publicó “El Mal”, “La Ironía”, “La muerte”, “Lo puro y lo impuro” (los que tengo). Pero sus últimos libros no desmerecen por no citar alemanes: echó un asombroso salto hasta los griegos y, en música, brilló tocando a Debussy, Albéniz y Chopin.
Decisión extrema venida de un genio; imposible imitarlo. Viendo unos documentales sobre Palestina, habiendo leído que grandes seres han criticado duramente a Israel, como Vargas Llosa (declarado por Israel persona non grata, igual que al judío Noam Chomsky), al dar a conocer el genocidio de los palestinos, condenando la invasión de su tierra ancestral... creí que debía escribir esta columna.
Al menos desde el año 70, después de Cristo, por orden del emperador Tito, los judíos fueron dispersados en 100 lugares del Mediterráneo, incluyendo España, y desde entonces pueblos semitas (ahora palestinos) ocuparon la tierra; son dos mil años.
Aunque no pueda coincidir con el radicalismo de Jankélévitch, creo obligado declararme propalestino, como millones de personas, partidos, instituciones o universidades. Para mujeres árabes, Israel es genocida y trasladó el Apartheid de Sudáfrica a Palestina. En dos valientes documentales, uno francés, otro español, aparecen rótulos en que se prohíbe a los árabes caminar por determinadas calles o subir a las banquetas. Israel está repitiendo con creces lo que los nazis hicieron a sus antepasados. Pero no se debe condenar al pueblo israelita en conjunto porque son miles los que dentro de ese país se manifiestan a favor de los palestinos.
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Benjamín Netanyahu tiene un objetivo, y sólo uno: destruir Gaza para apoderarse de esa parte de Palestina. El bombardeo sistemático de casas, edificios, calles, barrios, escuelas hospitales y mezquitas no se debe a que ahí se encuentre Hamas. Está destruyendo todo y ha asesinado a más de 40 mil personas (68 por ciento niños y mujeres), y 91 mil heridos. A Médicos sin Fronteras, a enviados de la ONU, a profesores católicos, a periodistas. Creo que jamás deberá perdonarse a Israel. Una vieja judía polaca, que sobrevivió Auschwitz y se hizo mexicana, declaró en Televisa que Ariel Sharon era Hitler. Nunca lo he olvidado.