La verdadera economía. ¿Qué elige, libertad o comodidad?
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Recientemente estaba viendo la película “They Live” o como la tradujeron al español, “Sobreviven”. Si no la ha visto, se la recomiendo, está bien mamalona. En esa obra maestra de la ciencia ficción, un hombre común descubre unas gafas especiales que revelan la verdad oculta detrás de los anuncios y las señales de la sociedad. ¿Su sorpresa? ¡El mundo está controlado por alienígenas! Y me di cuenta de algo increíble, estamos viviendo lo mismo que en la película. Ahora, no se me asuste, aún no hemos llegado al nivel de invasión extraterrestre, pero sí a otro tipo de control total: el de pagar todo con nuestras tarjetas o por transferencia.
Así como en la película, unas gafas especiales revelan la verdad detrás de un mundo aparentemente normal. Nuestras tarjetas son como esas gafas, cada vez que pasamos nuestra tarjeta, estamos permitiendo que esas organizaciones vean a través de nuestros ojos y rastreen cada movimiento que hacemos.
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Pero no nos pongamos paranoicos y mucho menos conspiranoicos, no tiene nada de malo. Si lo vemos desde este punto de vista, simplemente es una evolución más del trueque, sólo que en lugar de intercambiar objetos, intercambiamos información. Sólo que nomás lo hacemos nosotros.
Imagine este escenario: está en el supermercado, eligiendo sus productos favoritos. Se acerca a la caja, saca su tarjeta, la pasa por el lector y ¡voilá!, todo está pagado. ¿Magia? No, querido lector, es información. Información que usted ha dado a las organizaciones para que sepan exactamente qué compra, cuándo lo compra y hasta dónde se atreve a gastar.
Cuando saca su tarjeta y la pasa por la terminal con la misma inocencia de un cordero entrando al matadero, detrás de esa fachada de conveniencia y modernidad, hay una maraña de cables y algoritmos que conectan directamente su alma financiera con las grandes corporaciones y los bancos.
Al usar nuestra tarjeta, o pagos por transferencia, estamos entregando una ventana directa a nuestra vida financiera. Desde qué compramos hasta dónde lo hacemos, toda esa información se convierte en un suculento festín para las organizaciones que controlan el flujo del dinero. Y mientras pensamos que estamos tomando decisiones de compra independientes, en realidad estamos siendo bombardeados por anuncios dirigidos y ofertas diseñadas para atraparnos en un ciclo interminable de consumo.
¡Ah, porque uno puede creer que sólo está comprando una simple barra de chocolate! ¡Error! Estamos intercambiando nuestros datos por esa barra de chocolate. Datos sobre consumo, preferencias, hábitos. Y ¿adivine quién está más feliz que un niño en una tienda de dulces con toda esa información? Exacto, las grandes corporaciones que se frotan las manos mientras diseñan estrategias para manipularnos sutilmente y hacernos comprar más y más.
Pero espera, Daniel, ¿qué hay de la privacidad? ¿Qué hay de la libertad de elegir cómo pagar por nuestras adquisiciones? Ah, ingenuo consumidor, cree que tiene opciones, pero en realidad está atrapado en una red de dependencia electrónica.
¿Pero aún nos queda el efectivo? ¿No? ¡Ah, el efectivo! Sí, esa reliquia del pasado que ahora parece tan anticuada. Pero, ¿sabe qué? El efectivo es la verdadera resistencia. Es el arma secreta contra el Gran Hermano de Plástico y sus secuaces electrónicos. Con el efectivo, no hay rastro, no hay datos que recopilar, no hay información que puedan usar en nuestra contra. Antes podíamos salir, comprar y gastar todo lo que quisiéramos sin que nadie se enterara de en qué. Y me refiero a papá gobierno, y su superaliado recolector de dinero y ya sabe a cuál me refiero.
Pero por desgracia, el efectivo, esa gran reliquia del pasado, que nos ofrece todavía un atisbo de libertad, está quedando en eso, en sólo reliquia del pasado, está ya casi en peligro de extinción. Y todo por culpa nuestra. ¿Quién quiere cargar con montones de billetes cuando puedes simplemente deslizar una tarjeta y seguir adelante con tu vida? ¿Verdad?
Esa es la razón por la que seguimos usando esas tarjetas diabólicas, por qué nos entregamos tan fácilmente al sistema. Por comodidad, por seguridad, por pereza. Es más fácil sacar una tarjeta que contar billetes y monedas. Es más seguro no tener que preocuparse por que te roben el dinero en efectivo. Es más cómodo no tener que llevar grandes sumas de dinero encima.
Pero toda esta “comodidad”, ¿a qué precio la estamos obteniendo? ¿A qué costo? ¿A cambio de qué estamos sacrificando nuestra privacidad y nuestra libertad? Y sobre todo, nuestra autonomía financiera. ¿Vale la pena permitir que esas organizaciones se entrometan en cada aspecto de nuestras vidas sólo por un poco de conveniencia? Es fácil caer en la trampa del consumismo desenfrenado cuando todo está al alcance de un clic, pero, ¿realmente estamos viviendo nuestras vidas o simplemente siguiendo el guion que nos han dado?
Aunque me puede decir que no todo es sombrío en este mundo de transacciones electrónicas. Y quizá tenga razón, después de todo, ¿para qué necesitamos privacidad cuando podemos recibir ofertas personalizadas y descuentos exclusivos? ¡Qué emoción! Ser vigilado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, sólo para obtener un 10 por ciento de descuento en nuestra próxima compra de calcetines. ¡Qué negocio tan justo!
Al final, no se trata sólo de tarjetas de crédito, débito o transferencias electrónicas, se trata de hasta dónde estamos dispuestos a dejar que nuestra información llegue. Se trata de tomar conciencia de las pequeñas acciones que realizamos todos los días y de cómo esas acciones pueden tener repercusiones mucho más grandes de lo que imaginamos.
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Es hora de despertar del sueño electrónico, de quitarnos esas gafas de realidad distorsionada y mirar el mundo tal como es. No podemos permitir que las organizaciones controlen nuestras vidas a través de nuestras transacciones financieras usando lo más preciado que tenemos, nuestra información. Necesitamos tomar el control de nuestro destino, proteger nuestra privacidad y reclamar nuestra autonomía.
Entonces, la próxima vez que saque su tarjeta para pagar, pregúntese: ¿realmente necesito que obtengan toda mi información de esta manera? Y quién sabe, tal vez decida volver a lo básico, sacar ese billete arrugado de su bolsillo y enfrentarse al sistema con una sonrisa en la cara y la cabeza bien alta. Porque al final del día, la verdadera libertad no se encuentra en los bits y bytes de una base de datos, sino en la capacidad de elegir cómo vivir nuestras vidas, sin que nadie más nos diga qué hacer o cómo hacerlo. Pero bueno, al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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