Las bravuconadas de Trump y la defensa de la soberanía
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El expresidente Donald Trump -quien está en campaña para tratar de volver a la Presidencia de los Estados Unidos- volvió el fin de semana anterior al discurso que tanto éxito le generó en su primera campaña: insultar a nuestro país y alardear de su carácter bravucón.
En un mitin realizado en el estado de Ohio, como parte de la campaña de su correligionario JD Vance, quien busca convertirse en senador de dicha entidad, el neoyorkino “recordó” un episodio en el que presuntamente habría recibido a un alto funcionario del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a quien habría exigido el uso de militares para contener la migración ilegal.
“Vino a verme el máximo representante de México, justo debajo del puesto más alto, del jefe, que resulta ser el Presidente. Un tipo muy bueno, que me gusta mucho, es un socialista, pero me gusta, es uno de los socialistas que me gustan (...)”, dijo Trump.
A dicho “representante” -presumiblemente el canciller Marcelo Ebrard-, el entonces mandatario le habría dicho que se requería implementar “algo llamado ‘Quédate en México’”, para lo cual era necesario que el gobierno de nuestro país desplegara en la frontera 28 mil soldados “gratis”.
Siempre según Trump, el representante mexicano se habría reído al principio y rechazado la propuesta, para luego aceptarla cuando le amenazó con establecer aranceles adicionales a los productos que exportamos. “Nunca he visto a nadie doblarse así”, remató.
Lo primero que debe decirse en torno al relato de Trump es que, como muchas de las cosas que dice, habría que ponerlo en duda. Y no porque no se le considere capaz de tratar con tal arrogancia y ausencia de cortesía al representante de un gobierno extranjero, sino porque está en campaña y dirá cualquier cosa que considere útil a sus propósitos.
Enseguida debe decirse que, con independencia de la veracidad de la anécdota, constituye un agravio para nuestro país el que el expresidente insista en expresarse de forma despectiva hacia nuestra sociedad y hacia el Gobierno en turno.
Adicionalmente, la más reciente bravuconada de Trump sirve de recordatorio para tener claro lo que ocurriría si lograra su propósito de regresar a despachar en el Salón Oval: las relaciones bilaterales volverían a estar marcadas por el ninguneo y la soberbia de un individuo que lleva años insultándonos.
No se trata, desde luego, de asumir una posición chauvinista respecto de la defensa de nuestra soberanía, sino de tener claro que, sea quien sea la persona ocupante de la titularidad del Poder Ejecutivo en México, requerimos de una política muy clara para enfrentar este tipo de conductas.
La agenda bilateral entre ambas naciones es una muy amplia y compleja. Su tratamiento cotidiano requiere de la mayor disposición de los gobiernos de ambos lados de la frontera y por ello el insulto, como política exterior de nuestros vecinos, no puede tener cabida en ella.