Nuevo León está viviendo una historia inconclusa y confusa, producto del salvajismo político del gobernador Samuel García, cuya cacería penal de opositores se le revirtió al colocarlo el PRI y el PAN, sus principales víctimas, en un dilema: la candidatura presidencial de Movimiento Ciudadano, sin el ángel guardián que quería de interino para que le cubriera las espaldas, porque la oposición le nombró otro, o para efectos prácticos, dejar de ser el esquirol al presidente Andrés Manuel López Obrador contra Xóchitl Gálvez, candidata del Frente Amplio. Qué tantos fantasmas debe tener en el clóset y qué tan grande su miedo a la justicia, que García prefirió quedarse en Nuevo León, claramente porque el costo de irse sin red de protección era más alto que el beneficio, y traicionar al Presidente, era menos costoso que dejar la gubernatura.
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Las cosas, como las pinta García, parecen diáfanas. Pero las cosas, por las acciones de García, son bastante turbias. El Congreso no lo reconoce como gobernador y dicen que el legal es, a quien eligieron como interino, Luis Enrique Orozco, al aducir que pidió licencia por seis meses no “hasta” seis meses, por lo cual tiene que seguir licenciado. Parece un exceso del Congreso estatal, que aunque no está clara la disposición, no hay nada que parece obligar a García a mantener su licencia hasta junio próximo. El Congreso quiere determinar lo que los electores votaron, atribuyéndose una facultad metaconstitucional.
No se ayuda García, quien no informó al Congreso, el órgano que procesa ese tipo de permisos, la cancelación de su licencia, y en su tropelía inagotable se ha metido, además, en el probable terreno del desacato, al haber publicado el mismo día en el Periódico Oficial, en dos ediciones, su licencia y la cancelación de la misma. La destrucción que hace García con cada acción ilegal deja en evidencia para todos que no buscaba la Presidencia, sino cumplir el rol que le asignaron desde el Zócalo de la Ciudad de México, ser esquirol y, como reconoció López Obrador la semana pasada, quitarle votos de la clase media a Gálvez.
La candidatura de García era una simulación para ayudarle a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, a ganar. En los nueve días de campaña, y todavía después de abandonar la contienda, García atacó a Gálvez. Estratégicamente no tenía sentido que el segundo lugar, en donde decía que se encontraba en las encuestas, peleara con quien afirmaba iba en tercero y con un frente en picada. En este espacio se describió el viernes el quid pro quo de esta operación electoral de Movimiento Ciudadano, y de una candidatura negociada por el fiscal general Alejandro Gertz Manero, quien, hay que agregar, tenía una Magnum .357 sobre la mesa cuando pactó con Delgado: la investigación sobre su presunta participación en el multimillonario fraude de Segalmex.
Para Delgado, quizás por ello, era fundamental cumplir entregándoles la candidatura de García −los coqueteos con Marcelo Ebrard sólo sirvieron para alimentar la imaginación colectiva−, y ayudarle a blindarlo estos seis meses con un relevo a modo, su secretario general de Gobierno, Javier Navarro. Delgado viajó a Monterrey para negociar el interinato de García, pero ya vimos su fracaso. Gertz Manero también operó, enviando instrucciones a García −que acató− para que enfocara sus críticas en Claudio X. González, Gálvez y los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón. Ninguno de los dos calcularon la profundidad del conflicto de García con el PRI y el PAN en Nuevo León. Tampoco parece haber existido información de calidad que advirtiera la magnitud del conflicto.
Durante las semanas previas al colapso de García, hubo varios intentos para comprar las voluntades de la oposición en el Congreso local, donde no tenía los números para que votaran por Navarro, uno de los autores intelectuales de la desaseada y desastrosa estrategia político y jurídica del gobernador, junto con su compadre y jefe de Oficina, Miguel Ángel (“Mike”) Flores, y su socio y actual secretario de Medio Ambiente, Félix Arratia. No pudieron cambiar la composición del Congreso, donde Movimiento Ciudadano era minoría.
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Como no pudo comprar votos, García intentó una chicanada legal que no fructificó. Un interino que no fuera de su claque es peligroso para él. Orozco pudo ser su aliado o haber negociado con él, como en otros momentos de su gobierno, pero lo lastimó y sigue confrontándolo. Su visión es inmediatista y ciega en el largo alcance. En Monterrey dice que es un arrogante que hasta ahora le habían salido las cosas bien.
Lo que está en el horizonte es un gobernador interino con todas las facultades constitucionales de un gobernador. Lo que potencialmente podría caer sobre García es una avalancha para ir despojando al Ejecutivo de poder. García sabe que esto vendrá, porque durante su gestión tuvo que detener la publicación en el Periódico Oficial de más de 30 decretos que modificaban la Ley Orgánica, y le quitaban facultades al Ejecutivo que repartían en el Legislativo y el Judicial, entre los que se encontraban la recaudación de impuestos, el manejo del agua y el drenaje en Monterrey, y el manejo de la basura.
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El gobernador interino tiene en Nuevo León facultades más amplias que un encargado de despacho, y podía designar y remover a secretarios o iniciar investigaciones por presuntos delitos de García. En un clima tan enrarecido como el que se había acumulado en Nuevo León, no habría sido extraño que el gobernador que persiguió penalmente a priistas y panistas, a sus familias y allegados, fuera presa de los mismos abusos que cometió.
Lo que viene en Nuevo León, una potencia económica y relevante para la relocalización de inversiones, es incierto en todo salvo en una cosa, serán cuatro años muy difíciles para todos, porque las heridas son incurables y ya comenzó la larga noche de cuchillos largos.
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