Las lecciones de los vecinos de arriba...
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Ganó Trump, y lo hizo de manera contundente. Su victoria está ahí, con la venia o sin la venia de quienes no comulgan con su estilo gritón, arrogante y hasta insolente, para muchos que no lo toleran. Su triunfo electoral es sin duda en mucho, resultado de una candidata de última hora. Me explico, no se trató de una candidatura preparada con antelación, y está más que probado, que eso no funciona. Aquí en México nos sucedió lo mismo en la elección del año pasado. Y no se trata de que las candidatas no tengan méritos para serlo, si no de que las victorias electorales se CONSTRUYEN CON ANTELACIÓN. Las precipitaciones suelen acabar en grandes fracasos. Trump desde que fue vencido por Biden no paró de vociferar, no detuvo ni un segundo su campaña para los comicios que acaba de ganar. Es un lagarto curtido en esos menesteres. Podrá ser odioso su discurso para millones de norteamericanos, porque se va con todo un “florido” léxico de bravatas y salvajadas contra cualquier cosa que se le atraviese en el camino y le estorbe, cumple a pie juntillas aquello de que “voy de frente y no me quito”.
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Por supuesto que lo “ayudó” mucho el presidente saliente, Biden lució débil como mandatario, titubeante al tomar decisiones difíciles, gris. Trump vociferó contra las mujeres, contra la gente de raza negra, contra los homosexuales, contra todo aquel que desde su óptica sea un mediocre por no saber triunfar, o no tenga colmillo para hacer billetes –rico, pues- , expulsó sapos y culebras a todo lo que le da esa fuente inagotable de odio que lo mueve, Y GANÓ. Y lo hizo con números muy por encima de los obtenidos por Kamala Harris. Y es que así es la democracia, así... aunque nos parezca extraña. El proceso fue democrático. Y los republicanos no solo ganaron la presidencia, también el Senado y la Cámara de Representantes. Queda a la vista de que la democracia no es patrimonio exclusivo de la izquierda, tan de moda en estos tiempos. Siguen habiendo clases medias –baja, mediana y alta– y sectores de la clase económicamente baja, que detesta la idiotizante –disculpen el calificativo– esclavitud del celular, la “fascinación” enfermiza por cuanto se lleva y se trae en las redes sociales, la novedosa IA, y emerge el tradicionalismo agraviado que nunca se ha ido. Y fue en la tierra de los gringos. Fue el sector rural, industrial, el “profundo” sur, norte, este y oeste, el que les dio la espalda a los demócratas. Ganó el pragmatismo sin matiz alguno a los “liderazgos prefabricados”. Este amplio sector de la población norteamericana les puso un baile de padre y señor mío, me parece, a quienes afirmaban que el trumpismo es la antítesis de las prácticas democráticas. Pues será, pero ahí está la victoria del gritón y deslenguado de Donald Trump. Y eso es justamente la enseñanza de la democracia, que cada quien vota por quien le viene en gana, no por quien le indiquen que debe sufraga. Y la paradoja también destaca en ROJO Y CHILLÓN, para que todo el mundo se entere... ¿Cómo es posible que le hayan dado el voto a favor a un individuo que tiene en su haber 81 cargos penales por prácticas abiertamente ANTIDEMOCRÁTICAS? O sea, diría mi amiga Laurita, les valió una pura y dos con sal, semejante historial.
Los cargos que se imputan a Trump tienen que ver con expresiones deleznables como la corrupción, las mentiras, la demagogia, el populismo, la manipulación. Cuando esto ocurre las democracias se autodestruyen porque sus elementos constitutivos se tornan débiles, se fractura su estructura interna. Son legítimas porque tienen el respaldo del voto mayoritario, pero mutan en modelos autoritarios y autócratas, aunque en el papel aparezcan sin mácula. Hay muchos ejemplos de esto que expreso, ahí está la realidad desnuda, sin tapujos, están las evidencias a flor de piel, salvo para el que se quiera hacer que no ve, por dádivas, por complicidad, o porque de plano deambula en las penumbras de la ignorancia.
Anne Applebaum, en su libro “El ocaso de la democracia” (2021), escribió que “el declive de la democracia no es inevitable, pero tampoco la supervivencia de la democracia es inevitable. ¿Por qué? Porque depende de las decisiones que tomemos. El historiador francés -fallecido en 2021- Marc Fumaroli, expresó con claridad meridiana que aquellas democracias que optan por destruir “su cultura de nación” vía poderes legítimos –a ti te lo digo “mija”, entiéndelo tú, mi nuera– instituyen la demagogia y la prepotencia como “alimento” del poder público... ¿Nos dice algo esto, estimado leyente?
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Triste e indignantemente, muchas democracias de HOY están aceptando como algo irreversible engullirse a sí mismas... ¿Harakiri? ¿Cómo? ¿Qué le pasa al hombre del siglo XXI? ¿Qué derecho le asiste a joder el presente y disponer del futuro de millones de niños y jóvenes que ya están aquí, más los que vendrán? Pues está sucediendo. El humanismo esté en plena decadencia, hasta se define a la nueva generación como de cristal. Hoy se habla mucho en todos los medios, de políticos, pero no de estadistas. Yo no estimo que las democracias sean estados fallidos, pero se está volviendo consuetudinario que estén vacías de los elementos que las conforman, sobre todo del más rico, que es la participación ciudadana, y esta no implica solo ir a votar el día de las elecciones –y algunos ni eso– si no estar conscientes de la trascendencia de ese hecho. Hay responsabilidad en todo proceso y si no se asume así se vuelve uno cómplice con su adversario en coadyuvar a la ruina de la nación, porque es a tu nación, a tu patria, a la que te llevas por delante. Hoy día la democracia se destruye desde adentro.
Los norteamericanos, la mayoría, trajeron de regreso a Trump a la Casa Blanca, él ha repetido hasta el hartazgo que viene a sanar a su país. Ojalá que así sea. México tiene vecindad geográfica con los Estados Unidos, Trump se tapa la nariz, no le gusta el de al lado... pero sabe que eso no lo puede cambiar. Vamos a ver cómo pinta el panorama.