Libros de texto 2023: Discutir su contenido es un debate relevante

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Desde que Jaime Torres Bodet y Martín Luis Guzmán elaboraron los primeros libros de texto universales en México -hace más de seis décadas, su contenido ha desatado encendidas polémicas
El contenido de los libros de texto que se utilizan en las escuelas del nivel básico de educación en nuestro país han desatado polémicas desde la primera vez que aparecieron en las aulas -el ya lejano año de 1959-, cuando se encargó su elaboración a dos individuos que hoy nadie duda en reconocer como mexicanos de excepción: Jaime Torres Bodet y Martín Luis Guzmán.
Y hay razón para ello, pues por mucho esfuerzo que se realice, los libros que se elaboran para ser usados en la educación inicial de nuestros hijos terminan afectados por una orientación ideológica: la de quienes detentan el poder en el momento de su elaboración.
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Tal circunstancia no es para nada inocua. Por el contrario, se trata de la intención -inequívoca y deliberada- de orientar ideológicamente a las nuevas generaciones para que adopten una determinada visión del mundo y, en consecuencia, abracen una ideología específica.
La tentación de introducir contenidos favorables al gobierno en turno es mayor en la medida en la cual la sociedad se encuentra polarizada en torno a conceptos clave: la religión, la economía, la democracia, el ejercicio del poder, la moral. Y esto es así porque quien se encuentra en el poder sabe -y asume- que la ideologización de los futuros votantes es una de las herramientas -no la única, no necesariamente la más eficaz- para garantizar la permanencia de su facción en tal posición.
No debe extrañarnos por ello que los contenidos de los libros de texto que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha diseñado para el próximo ciclo escolar se encuentren envueltos en la polémica y exista la posibilidad, incluso, de que no puedan utilizarse -en algunas zonas del país- debido a la interposición de amparos en su contra.
Zanjar el diferendo es tarea complicada pues, por un lado, el Estado tiene la obligación de proveer de libros de texto a los alumnos de las escuelas y, por el otro, los padres de familia tenemos derecho a guiar la educación de nuestros hijos y, por ende, a oponernos a que “se les adoctrine”, como muchos alegan hoy -y alegaron en el pasado-, a partir de los preceptos de la moral en turno.
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Por otro lado, el contenido de los libros de texto ha sido convertido en munición de la lucha política en curso y ello contamina aún más el ambiente. Frente a tal realidad, el desenlace que se antoja más probable es que cada familia termine decidiendo si acepta o no, para su caso particular, los libros que ya están siendo distribuidos en este momento.
Dicho de otra forma: seguramente el Gobierno de la República logrará su propósito de “adoctrinamiento” con los más pobres, es decir, la inmensa mayoría, porque sus familias terminarán por aceptar los libros -esencialmente por la imposibilidad de allegarse otros-, pero encontrará dificultad entre quienes tienen mejores ingresos.
Tal resultado no hace que el debate en torno al contenido de los libros de texto sea ocioso en términos conceptuales, aunque los argumentos de uno y otro lado no determinen la suerte de aquellos. Y eso es así, porque en las sociedades democráticas la visión del mundo y su funcionamiento está condenada a la tensión en forma permanente.