‘Live from NY...!’

Opinión
/ 21 enero 2025

Medios y redes sociales han contribuido en gran parte a la consolidación de los gobiernos más intolerantes, autoritarios y autócratas alrededor del mundo

Saturday Night Live dejó de ser hace muchos años un programa de comedia para convertirse en un referente de la industria del entretenimiento, del acontecer político y de la cultura pop en general.

Emite actualmente su quincuagésima temporada. Así como lo lee: Medio siglo, 50 años no todos gloriosos, para ser honesto.

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De hecho, la última década ha oscilado entre regular y malona pues, como tantas otras cosas, SNL sucumbió ante la buenaondita “woke” que, como bien sabemos, es enemiga de todo lo que sea remotamente divertido.

Quizás para los centennial nada de esto signifique mucho, después de todo, ellos se divierten con videos cortos de TikTok con millones de gente anónima haciendo la misma pendejada, bailando la misma coreografía, contando el mismo chiste.

Pero sin SNL nosotros, los Gen X, no habríamos tenido a Eddie Murphy o Adam Sandler; ni a Will Ferrel, Chevy Chase, Tina Fey, Mike Myers, Jimmy Fallon, Jim y John Belushi, Chris Farley o todo el elenco de “Los Cazafantasmas”, sólo por citar a algunos de los más destacados.

Varias veces se ha intentado replicar este programa en México; de hecho se ha hablado de comprar la franquicia y replicarlo en nuestro país, tropicalizado con vaya usted a saber qué nacionales talentos. Sabe el lector que no soy persona de fe, pero ahí sí le rezo un novenario al Santo Niño Onanista para que no se atrevan. (¡No lo haga, compa!).

Tengo incorporado ver Saturday Night Live cada sábado, no porque sea necesariamente divertido. Hay veces que el presentador (o presentadora invitada) es un plomo inmamable y los sketches parecen escritos por contadores, abogados, ingenieros o cualquier profesionista muerto por dentro. Para colmo, es cada vez más raro que el invitado musical me resulte de interés. A veces ni lo termino de ver completo, pero el segmento que no me pierdo es el “Weekend Update”, el resumen noticioso en tono de farsa.

Aun así, trato de no perderme SNL porque pudiera llegar a ser uno de esos programas memorables, de los que todavía se esté hablando décadas después o bien, porque no deja de ser ese referente del que hablaba en un inicio. Que si no me divierte del todo, al menos me va a informar; me va a dar un norte, una pista de lo que se está hablando, de lo que importa.

El sábado, por supuesto −y como desde el año pasado−, el tema del “cold opening” (el sketch de apertura) fue el 45 y hoy también 47 Presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump.

¿Y sabe qué? No estuvo tan bueno. Fue mil veces más gracioso el monólogo a cargo del invitado (Dave Chappelle), que no perdonó ni a los damnificados, ricos y pobres, de los incendios de Los Ángeles.

Pero en la rutina de inicio, que suele abordar temas políticos, dijeron una gran verdad. El cuadro de comediantes hacía de comentaristas noticiosos de la cadena MSNBC sobrerreaccionando ante cada declaración del entonces mandatario en ciernes.

De pronto alguien apuntó: “Esta vez no podemos quedarnos enfrascados en cada loca y provocativa declaración de Trump. Tenemos que enfocarnos en lo que haga, no en lo que diga”.

Por supuesto, siguieron enfrascándose en cada loca y provocativa declaración de Trump, conforme éstas les iban llegando en forma de boletines ¡urgentes!, de última hora.

Así les fueron llegando noticias de que Trump deseaba cambiar el estado de Connecticut por Italia, o que Trump enviaría a su hijo Don Jr. a negociar la posibilidad de comprar Ciudad Esmeralda (el mítico pueblo del Mago de Oz).

Y desde luego, el grupo de “reporteros” no hizo ningún análisis profundo, sólo se quedó reaccionando con azoro y estupor a cada una de las declaraciones que llegaban, a cual más estrambótica y sin sentido.

En efecto, no es la primera vez que escucho esto: Que los medios, principalmente, pero todo el público y los ciudadanos en general, tienen que comenzar a tomarle la medida a los populistas y a dejar de sobredimensionar cualquier cosa que digan.

Pero los medios tienen una responsabilidad doble, porque quizás muchos lo hagan de manera deliberada: Darle ocho columnas y los titulares a cualquier disparate que alguien escupa.

Saben que es un sinsentido, saben que no tiene sustento ni factibilidad lo que dice, pero aun así le dedican tiempo y espacio porque −por más que se le ame o se le odie al personaje en cuestión−, vende y vende mucho. Vende ejemplares, vende tiempo aire, vende visitas y clics.

Darle espacio, voz, cámara y micrófonos a estos loquitos que prometen cualquier chingadera −ya sea comprar Groenlandia o bajar la gasolina a 10 pesos el litro− es lo que los convirtió en los ídolos de masas que son al día de hoy, estatus alcanzado no por su mérito, ni por sus logros, sino porque le dieron al pueblo justo lo que quería: soluciones facilonas a problemas complejos, y encontraron en los medios a sus aliados perfectos para hacerle llegar su mensaje a una nación entera. Los medios, desde luego, se llevaron su tajada de tiempo de atención que es lo que hoy por hoy se monetiza.

Y vale para quienes buscan el poder, pero desde luego también para quienes ya lo alcanzaron, pues sabemos de sobra lo conveniente y redituable que es ocupar toda la atención de la opinión pública, de los medios y redes sociales, de los analistas, de los expertos, de las charlas de café, de los moneros, de los programas de debate, de los comentaristas y hasta de los youtubers, en cualquier declaración disparatada, en cualquier promesa hueca, en cualquier pleito diplomático innecesario, en cualquier cruzada por “el honor del pueblo”, en cualquier iniciativa o proyecto sinsentido.

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Todo ello, mientras a un estado completo se lo devoran las llamas o el fuego del crimen organizado.

¿Lo haremos mejor en este segundo periodo de Trump? ¿Mejoraremos como medios y público durante el segundo piso de la llamada Transformación?

Difícilmente, medios y redes sociales, los principales amplificadores de estos fenómenos, no van a moderar su ética a riesgo de desaparecer. Quizás no lo sean conscientes del todo, pero han contribuido en gran parte a la consolidación de los gobiernos más intolerantes, autoritarios y autócratas alrededor del mundo.

Me queda el pálido consuelo de que algún día todos serán parte de un mismo sketch antiguo, de comicidad mal envejecida.

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